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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 1 de Adviento (27.XI.2016) - Ciclo A

COMILONAS Y BORRACHERAS

______“Estad preparados”

n una entrevista que le hacían a Induráin sobre cómo planificaba las cosas para ganar una tras otra la Vuelta a Francia, contó un detalle que me impactó. “Cuando subo a la bicicleta y doy la primera pedalada, tengo la mente puesta en los Campos Elíseos”. Venía a decir que la última etapa condicionaba todas las demás. Era una glosa ciclista al gran principio del Doctor Angélico: “El fin es lo último que se consigue pero lo primero que se piensa”. Efectivamente, el que no sabe a dónde va ni para qué hace lo que hace, no irá hacia ninguna meta sino que caminará sin rumbo ni sentido. Es lo que les pasaba a los contemporáneos de Noé, como nos recuerda el evangelio de este primer domingo de Adviento: “La gente comía y bebía, y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos”. Dios les había amonestado reiteradamente que se convirtieran de su vida de pecado. Pero no hicieron caso y siguieron con el único objetivo de gozar a tope de los placeres mundanos. No se preparaban para presentarse ante Dios. Sólo Noé y sus más cercanos lo hacían. Por eso, sólo ellos entraron en la barca y sólo ellos se salvaron de las aguas torrenciales. Si lo de Noé y los suyos fuera un asunto de historia pasada, podría incluso hacernos gracia. Pero no es así. Jesús nos dice en el evangelio de hoy que a nosotros nos puede pasar lo mismo. El papa Francisco lo decía hace unos pocos días: hay que estar atentos, “porque podemos quedar al margen de Dios por toda la eternidad”. Y concretaba cómo podía ocurrirnos esto: “si la muerte nos sorprende fuera del amor de Dios”. Ahora que estamos estrenando año en la vida de la Iglesia, Induráin nos da la falsilla: tener la cabeza puesta en el final, en el momento en que cerraremos los ojos a este mundo con la muerte. Si él se hubiera dedicado durante las etapas de la Vuelta a emborracharse, a comilonas, a juergas ininterrumpidas nunca habría vestido el maillot amarillo en París. Nuestra “Vuelta” es muchísimo más importante que las que él corría. Oigamos el consejo amoroso del Señor en el evangelio de hoy: “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”.               

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