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LITURGIA DEL VATICANO II

San Pedro y san Pablo (29.6.2025) - Ciclo C

LA FE DE PEDRO Y EL APOSTOLADO DE PABLO

“Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”

Hoy es una de esas pocas ocasiones en las que el domingo es desplazado por otra celebración. Esto quiere decir que la Iglesia da al martirio de san Pedro y san Pablo una relevancia muy especial. Además de que ambos dieron la vida por Jesucristo, Pedro es la roca sobre la que descansa la Iglesia, y Pablo, el apóstol incomparable.  Ambos fueron martirizados en Roma durante las persecuciones de Nerón, probablemente en fechas diferentes. Sin embargo, la Iglesia los ha juntado en el mismo día, porque desea que sus hijos poseamos la fe de Pedro y el celo misionero de Pablo. Sin fe, nada se sostiene en pie. Pero, sin afán misionero, la fe se va extinguiendo, poco a poco, hasta desaparecer. Así ha sucedido en Europa y, en concreto, en España. Los padres, que son los trasmisores natos de la fe a sus hijos, han renunciado a esa tarea, en muchos casos y en no pequeña medida. Baste recordar, por ejemplo, que tantos no van a misa con ellos los domingos, no rezan antes de las comidas, no les enseñan las verdades básicas del catecismo y juzgan los acontecimientos y las personas con criterios meramente humanos. Con ello, se ha roto la cadena más importante y eficaz para trasmitir la fe. El resultado está a la vista de todos. Recomponer esa cadena no será fácil. Pero es imprescindible. Para ello, es urgente que los padres practicantes sean mucho menos cómodos y mucho más misioneros. ¿Quién puede motivar mejor a los padres que otros padres? Los abuelos suplen, a veces, en parte. Pero es tarea, sobre todo, de padres apostólicos, creativos y valientes.

Corpus Christi (22.6.2025) - Ciclo C

HAMBRE DE PAN Y HAMBRE DE DIOS

 “Dadles vosotros de comer”

“Cantemos al amor de los amores. Dios está aquí”. Estas palabras resonarán, hoy, en incontables iglesias y calles del mundo. También en las de Burgos. Son palabras que expresan la inefable realidad de que Jesucristo vive entre nosotros. Su misma Persona, la que recorrió las tierras de Galilea, predicando la Buena noticia a todos, curando a los enfermos y perdonando a los pecadores. Cuando el obispo y el sacerdote dicen “esto es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”, en ese momento se hace presente el mismo Jesucristo. No un símbolo. No. Jesucristo en persona. Y ahí permanecerá, mientras las sagradas especies no se corrompan, para que puedan comulgarlo quienes participan en la misa y están en las debidas condiciones de recibirlo, los enfermos y los que estén en el umbral de pasar de este mundo a la eternidad. No nos cansemos de repetir, con fe, que Jesucristo está en la Eucaristía, ni de adorarlo en la custodia y visitarlo en el sagrario. Porque – no nos engañemos- sólo permanecemos dando de comer a los hambrientos y necesitados, si escuchamos el mandato que ahora nos repite desde la Eucaristía: “dadles vosotros de comer”. Pan, sí. Pero también cultura, trabajo, tiempo, compañía. Sin olvidar a Dios. Porque la carencia de Dios es la mayor pobreza, como acaba de recordar el papa León XIV, y atestiguan los que darían todo lo que poseen, a cambio. No temamos caer en falsos espiritualismos al reconocer, confesar y proclamar nuestra fe en la Eucaristía. Nadie ha creído en ella como los santos y nadie ha sido más generoso que ellos con los necesitados.    

Santísima Trinidad (15.6.2025) - Ciclo C

UN SOLO DIOS Y TRES PERSONAS

“Todo lo que tiene el Padre es mío”

Cuando me preparaba para la Primera comunión, el catecismo que mi padre y el sacerdote usaban, preguntaba: “¿Cuántos dioses hay?” Y respondía: “Un solo Dios verdadero”. Luego añadía. “¿Cuántas personas hay en Dios?”. Y contestaba: “Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero”. Al cabo de muchos años de estudio y  predicación, al celebrar hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad, entiendo sobre este misterio –lo que se dice “entender”- lo mismo que entonces: nada. Es tan grande, que no cabe en mí cabeza. Si cupiera, demostraría que Dios es tan limitado como yo y, por tanto, que no es Dios. Me consuela pensar que el mar no deja de existir, porque no quepa en un cubo. Y que mentes tan privilegiadas como las de san Agustín y santo Tomás se contentaran con poco más que con “creo en Dios Padre, creo en Dios Hijo y creo en Dios Espíritu Santo”. No en vano ese misterio es “el central” y “sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 261). Por eso, al celebrar la Santísima Trinidad, es menos importante intentar comprender lo que nos supera, que recordar y agradecer que nos bautizaron “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, que hacemos la señal de la cruz repitiendo esas mismas palabras, que rezamos muchas veces “gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”, y que el sacerdote nos despide, al final de la misa, dándonos “la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Somos de Dios, que nos ha creado, que nos ha redimido, que nos guía a la patria del Cielo.

Pentecostés (8.6.2025) - Ciclo C

DESPERTAR AL LEÓN

“Se llenaron de Espíritu Santo”

Hoy celebramos Pentecostés y, con él, la llegada del Espíritu Santo sobre los apóstoles, para ayudarles a realizar la misión que Jesús les había encomendado. El efecto fue fulminante y de una eficacia extraordinaria: comenzaron a predicar por las calles y plazas de Jerusalén, haciéndose entender por todos, a pesar de hablar diversas lenguas, y bautizando aquel día unos tres mil. Quienes hemos recibido la Confirmación, hemos recibido ese mismo Espíritu: “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”, nos dijo el obispo, sucesor de los apóstoles, al ungir nuestra frente con crisma. Nos dio el Espíritu para ser testigos más valientes de Jesucristo y proclamar a todos que Él es el único Salvador y Redentor. Nadie queda excluido, sea cual sea su nación, etnia o circunstancia. La Confirmación atestigua que la evangelización, además de ser tarea de los obispos y sus colaboradores, los sacerdotes y diáconos, lo es también de los fieles laicos. Diría que hoy, incluso más. ¿Quién puede llevar el evangelio a los hospitales, universidades, colegios, TV, radio, prensa, lugares de diversión, familia, empresa, etc. si no lo llevan ellos? Pero “este león misionero” está dormido en la indiferencia o el miedo a presentarse como cristiano. Urge despertarlo, porque el día en que suceda, el mundo dará un giro de ciento ochenta grados. El Espíritu Santo es quien puede despertarlo y lanzarlo a anunciar este gozoso mensaje: “Cristo te quiere”, “Cristo ha muerto por ti”. “Ven –pues-, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”.

Domingo 7 de Pascua. La Ascensión del Señor (1.6.2025) - Ciclo C

LA META DE LA VIDA

“Se separó de ellos, subiendo al cielo”

Un periodista preguntó un día a Induráin: “cuándo comienzas a pensar en llegar victorioso a los Campos Elíseos”. El ganador de tantas vueltas le contestó: “Desde que comienzo la primera etapa”. Era consciente de que para conseguir la meta es preciso tenerla siempre presente y actuar en consecuencia. Los cristianos estamos corriendo una vuelta que dura toda nuestra vida y tiene una meta precisa: el cielo. Sí, el cielo. El marxismo y el secularismo han inoculado en el pensamiento de tantos que el cielo y el infierno son un invento de los curas y que el verdadero cielo está en este mundo. Quienes piensan así es lógico que orienten su vida a pasarlo aquí lo mejor posible. De esta mentalidad participan incluso cristianos practicantes. Sin embargo, llega un momento en el que ese modo de vivir resulta vacío, despreciable y con el que hay que acabar sin esperar a ser viejo. De modo más o menos consciente, se paladea la verdad de la experiencia de san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón no reposará hasta que descanse en ti”. Dios nos ha hecho para que seamos felices para siempre en el cielo. Esa es nuestra meta. Jesucristo, con su muerte y resurrección, nos ha abierto el camino para que un día podamos ver a Dios cara a cara, estar con él, amarle y, en él, amar a todos los que todavía caminan por este mundo. Hoy, día de la Ascensión del Señor al cielo, es un momento propicio para detener nuestro ajetreado caminar y preguntarnos: “La vida que estoy viviendo, me lleva a la meta o me aparta de ella”. Y sacar una consecuencia responsable.       

Domingo 6 de Pascua (25.5.2025) - Ciclo C

 

RECOMENDACIONES Y PROMESA

“Él os lo recordará todo”

Seguimos en el sermón de Jesús a sus discípulos durante la última cena. Ahora, en concreto, les insiste en que no olviden cuanto les ha enseñado. Han de “guardar su Palabra”. Guardar su Palabra comporta conservarla, vivirla y trasmitirla. La tarea no es fácil. Más aún, les resultará imposible si pretenden hacerlo con sus propias fuerzas. Son muy olvidadizos, como demostrarán muy pronto en el Huerto de los Olivos, donde le abandonan y dejan solo ante el peligro. También han demostrado con reiteración que no han acabado de comprender su enseñanza. Pero él tiene prevista la solución: “Os enviaré al Paráclito, él os lo enseñará y recordará todo”. Los cristianos de hoy hemos de reconocernos en la indicación de “guardar” esa Palabra y en la de contar con la ayuda del Espíritu Santo. Para “guardar la Palabra” de Jesús necesitamos leerla en el evangelio, meditarla, tratar de vivirla y comunicarla –sin sermonear- en todos los ámbitos en que nos movemos. La familia es uno muy especial. Si los padres no trasmiten la fe a sus hijos, ¡qué difícil resultará que éstos la acojan y vivan! Y la fe se trasmite tanto con la palabra como, sobre todo, con las obras. Si los hijos observan que sus padres rezan antes de las comidas, que van a la iglesia, que no son rencorosos, que se preocupan de los pobres y necesitados tendrán más facilidad para acoger y vivir la Palabra de Jesús. Por eso, la recomendación de Jesús se dirige a ellos de modo especial. Pero también la promesa. A ellos les enviará de modo especial el Espíritu Santo. Basta que se lo pidan con fe y confianza.

Domingo 5 de Pascua (18.5.2025)- Ciclo C

UN MANDATO PENDIENTE

“Amaos también entre vosotros”

El tiempo pascual está muy avanzado. Eso explica que el evangelio de hoy nos anuncie la próxima Ascensión de Jesús al cielo. “Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros”, suena a despedida testamentaria. Cuando a un padre se le agota el tiempo de vida, en pocas palabras trasmite a sus hijos lo que quiere tras su partida: que no riñan, que se perdonen siempre que sea necesario, que se ayuden en lo que puedan, en una palabra que se lleven como hermanos. Algo parecido hizo Jesús con sus discípulos. No les dijo que realizaran grandes gestas ni portentosos inventos. Su testamento fue muy sencillo pero exigente: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Ellos, judíos de raza y religión, conocían que la Ley de Moisés les mandaba amarse entre ellos. Pero Jesús le manda algo distinto. Lo “nuevo” era “como yo os he amado”, es decir, “hasta la muerte”, hasta entregar la vida por los demás. Me suben los colores a la cara ante el contraste con mi vida. Pero eso no me excusa de proclamar que lo que Jesús espera de quienes nos llamamos discípulos suyos es que nos queramos como hermanos. “Quisiera que predomine siempre el sentido de ser familia que comparte las alegrías y los dolores de la vida junto con los valores humanos y espirituales que la animan”, decía el viernes pasado el papa León XIV al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. Y les hacía esta invitación: promover “el deseo de encontrarse más que de confrontarse”, arrancar “el orgullo del corazón” y medir “el lenguaje, porque también se puede herir y matar con las palabras, no sólo con las armas”.      

Domingo 4 de Pascua (11.5.2025) - Ciclo C

ESCUCHAR, SECUNDAR Y REZAR

“Yo les doy la vida eterna”

Hoy es el domingo del Buen Pastor, porque actualiza que Jesucristo ha dado su vida por nosotros y da sin cesar Pastores a su Iglesia: el Papa y los obispos en comunión con él, junto con los sacerdotes que les ayudan. Éstos realizan su oficio mediante la predicación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el servicio de la caridad y la entrega alegre, total y permanente por sus ovejas. Evidentemente ellos no son toda la Iglesia. Iglesia son todos los bautizados: padres y madres de familia, niños y  ancianos, jóvenes y enfermos, religiosos y fieles laicos que viven y trabajan en las mil y una profesiones que existen en el mundo. Ellos tienen tanta importancia, que sin su acción la Iglesia se estanca o retrocede. Baste pensar este dato. En toda la Iglesia hay, en números redondos, medio millón de sacerdotes y otro medio millón de religiosas. ¿Qué representa eso frente a los mil cuatrocientos millones de cristianos y, sobre todo, frente a los otros seis o siete mil millones de no cristianos? Ese inmenso rebaño se lo ha confiado el Señor a sus Pastores para que lo cuiden, lo guíen, lo despierten si se duerme, pero no para que lo suplanten y, menos todavía, dificulten el camino. Los demás han de escucharlos y, luego, actuar con entera libertad y responsabilidad. Jesucristo acaba de darnos un nuevo Supremo Pastor: León XIV. Escuchemos su enseñanza, secundemos sus orientaciones y recemos para que los obispos, los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos despertemos de la indolencia y hagamos lo que a cada uno nos corresponde. Nada más. Pero nada menos.   

Domingo 3 de Pascua (4.5.2025) - Ciclo C

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO

“Apacienta mis ovejas”

No sé si se llamará Francisco, Benedicto o Juan Pablo. Desconozco si será asiático, europeo o africano. También ignoro si hablará muchos idiomas o sólo el suyo y mal que bien el italiano. Cuando escriba el próximo comentario del evangelio es más que probable que hayamos escuchado el “habemus Papam” y habremos despejado las incógnitas. Pero, en el fondo, carecen de importancia. Porque Jesús no preguntó a Pedro si entendía el latín, si hablaba el griego koiné o era capaz de predicar en hebreo. Lo único que le exigió, cuando le entregó el encargo de pastorear la Iglesia, fue el amor incondicional: “¿Simón, hijo de Jonás, me amas más que éstos?”, le preguntó tres veces, y tres veces escuchó de Pedro: “Sí, tú sabes que te quiero”. A partir de ese momento Pedro se convirtió en el primer Papa de la historia, en el “principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión” de su Iglesia (LG 18). Esto es lo que cuenta. Mentiría si dijera que no tengo mis preferencias y mis gustos personales. Pero ni los míos ni los de los demás tienen importancia. Al fin y al cabo, le querremos y obedeceremos no por sus cualidades y talentos sino por ser quien es: por representar a Cristo en su Iglesia, por ser el Supremo Pastor, por pastorear a los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos, en una palabra, porque Cristo ha querido fundar su Iglesia sobre Pedro y sus sucesores. Como ovejas de un rebaño que tendrá en pocos días un nuevo Pastor, pidamos insistentemente al Espíritu Santo que ilumine a los cardenales electores y les asista para que escuchen su inspiración.

Domingo de Pascua de Resurrección (20.4.2025) - Ciclo C

SEGUIDORES DE LA VIDA

“Vio y creyó”

 “Cristo ha resucitado. -Verdaderamente ha resucitado”, dicen hoy muchos polacos. Es un modo excelente de expresar lo que sucedió el primer domingo de la historia. Jesús, que había sido crucificado, muerto y sepultado, volvió a la vida para no volver a morir. Cuando María Magdalena fue al sepulcro para terminar de embalsamar su cuerpo, se encontró con que allí no había nada. Sólo, en el suelo, la sábana y las vendas que lo habían envuelto siguiendo  la costumbre judía, y el sudario de la cabeza bien doblado y colocado en un sitio aparte. Nadie lo había robado, porque los judíos habían puesto un piquete de soldados para custodiarlo. Había sucedido lo que él había anunciado: que, una vez crucificado, resucitaría al tercer día. Con este acontecimiento cancelaba un mundo viejo, que había comenzado poco después de la creación del primer hombre, y recreaba un mundo nuevo. El mundo viejo era el de la rebeldía del hombre contra Dios y el de la muerte, su consecuencia. El mundo que nacía, ya no tendría la muerte como señora y el pecado como rey. Ciertamente, la muerte sigue existiendo y el pecado también. Pero un día los muertos también resucitarán y el pecado dejará de existir para siempre. Esta es la fe que los cristianos profesamos cuando decimos en el Credo: “creo en la resurrección de los muertos y en la vida eterna”. Alguna vez me han preguntado qué trajo Jesucristo al mundo. Siempre he respondido: nuestra resurrección y la vida eterna. Los cristianos no somos discípulos de “la nada”, del “se acabó”, sino de Jesucristo y, en él, del comienzo de la eterna al final de esta vida.

Domingo 5 de Cuaresma (6.4.2025)- Ciclo C

MISERICORDIA Y VERDAD

“El que esté libre, tire la primera piedra”

Un grupo de fariseos ha traído a Jesús una mujer que ha sido infiel a su marido. La Ley de Moisés es tajante: “Debe morir apedreada”. Ellos quieren saber su opinión: “¿Tú, qué dices?”, pero sus intensiones son torcidas. Si dice que ha de ser apedreada, contradice su actitud de  misericordia y pierde crédito ante el pueblo. Si lo niega, contradice la Ley y él mismo se hace reo de muerte. Jesús les da una respuesta que no esperan: se pone a escribir en el suelo. Ellos insisten. Puesto en pie responde: “el que esté libre de pecado, tire la primera piedra”. Y volvió a  escribir en la arena. Ignoramos qué escribió. Pero no eran cosas bonitas sobre ellos. De hecho, comenzaron a escabullirse, iniciando la marcha los más viejos. Incorporado de nuevo, Jesús encuentra sólo a la mujer. Dirigiéndose a ella le hace una pregunta retórica: “¿nadie te ha condenado?”. -­ Nadie, Señor. Jesús le replica con frase lapidaria: “Tampoco yo te condeno. Vete y no vuelvas a pecar”. Jesús es misericordioso y veraz. Perdona su pecado pero no quita importancia al adulterio que era y es un pecado muy grave. “Yo no te condeno, te perdono, pero tú no debes volver a hacerlo” es la palabra que todos necesitamos oír. Porque todos somos pecadores. Quizás muy pecadores. Nadie puede tirar la primera piedra contra los pecados de los demás, porque él tiene los suyos. Jesús nos perdona en el sacramento de la penitencia, porque el sacerdote hace sus veces. Pero espera también que estemos arrepentidos de verdad. Si lo hacemos, él nos dirá: “Yo te perdono” pero “no vuelvas a pecar”.   

Domingo 4 de Cuaresma (30.3.2025) . Ciclo C

LO SENSATO ES EL RETORNO A CASA

“Tu hermano ha vuelto”

Incluso los que no frecuentan la Iglesia, conocen la trama del evangelio de este domingo. Todos, en efecto, hemos escuchado o leído la parábola de aquel hijo calavera que se va de casa, malgasta todos sus bienes, se muere de hambre y, hundido en la miseria material y moral, decide volver con el deseo de que su padre le admita no como hijo sino como un jornalero, pero encuentra un padre que se conmueve cuando puede abrazarlo y tiene tanta alegría que organiza una gran fiesta para celebrar su vuelta. ¡Qué contraste con la actitud del hijo mayor, cumplidor legalista pero sin amor, que se irrita con la reacción de su padre, se niega a unirse a la fiesta y es incapaz de alegrarse de la vuelta de su hermano! La parábola continúa hoy. Son muchos los que se han alejado de la Iglesia con la ilusión de que, entregados al placer sin control y al libertinaje, encontrarían la felicidad. Pero la realidad no perdona y les ha demostrado que lejos de la casa paterna se vive una vida que no merece ser vivida. No hace falta llegar a esos extremos vitales para reconocerse en el hijo irresponsable que se ha ido de la casa paterna. Quien ha perdido la amistad con Dios con pecados graves, quien hace años –quizás muchos- que no se confiesa, quien está desesperado, necesita con urgencia volver a recordar que Dios es el padre del hijo pródigo y que si vuelve y se confiesa con humildad y sencillez, encontrará un padrazo que, además de perdonarle, le devolverá la alegría y las ganas de vivir. ¿No valdrá la pena realizar esta experiencia durante la cuaresma? No importa estar muy lejos.

Domingo 3 de Cuaresma (23.3.2025) - Ciclo C

DIOS PASA MUY CERCA DE NOSOTROS

“Si no os convertís, todos pereceréis así”

El evangelio de este domingo se parece a la página de sucesos de un periódico. Da cuenta de la muerte violenta de un grupo mientras estaba en el templo y de otro grupo por el derrumbamiento imprevisto de una torre. Pero la intención del periodista y del evangelista es muy distinta. Mientras que quien escribe en el periódico-y nosotros que lo leemos-, lo hace casi con la rutina de quien oye llover, san Lucas y la Iglesia nos dicen que Jesús eligió ambos sucesos para dar una enseñanza importante a quienes le escuchaban. Éstos, en efecto, juzgaban que esas muertes inesperadas obedecían a que quienes las sufrieron eran pecadores. Como a ellos no les había sucedido, no lo eran. Jesús rechaza con vigor esta opinión y les hace esta seria advertencia: “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. La cuaresma avanza y su llamada a convertirnos de nuestros pecados se hace cada vez más apremiante. No podemos llamarnos a engaño, pensando que con estar bautizados, rezar algo e ir a misa los domingos –si es que vamos- ya es suficiente. No lo es. Si no cumplimos los mandamientos de la Ley de Dios, los compromisos matrimoniales o celibatarios asumidos, las obligaciones que exige nuestra profesión y vocación de casados, sacerdotes o religiosos y las llamadas que Dios nos dirige a través de las necesidades que padecen nuestros contemporáneos, sean o no de nuestra religión y nación, necesitamos confesarnos, recibir el perdón de Dios y emprender una nueva vida. Todavía estamos a tiempo. Pero nadie sabemos si ésta será nuestra última oportunidad.

Domingo 2 de Cuaresma (16.3.2025) - Ciclo C

CAMINAMOS TRAS UN RESUCITADO

“¡Qué bien se está aquí!”

Estamos en el Monte Tabor. Jesús ha traído con él a los tres apóstoles que le acompañan en los grandes momentos: Pedro, Santiago y Juan. Pedro será el cimiento de su Iglesia; Santiago, el primero en morir por él y Juan es su discípulo predilecto. Antes de que esto suceda, los tres van a pasar por una durísima prueba: su pasión y muerte y a los tres les van a temblar las entretelas de su fe. ¿Han sido unos ilusos al dejar casa, trabajo y familia para seguir a un muerto en el patíbulo donde se ajusticia a los malhechores? Jesús conoce muy bien que pueden sucumbir y quiere mostrarles que su muerte no es la última palabra de su vida sino el paso previo y necesario para su resurrección y plena glorificación. Hoy les dejará ver un destello de su futura gloria. Sus vestidos se vuelven más blancos que la nieve, su rostro brilla más que el sol, se hacen presentes Moisés y Elías, en representación de la Ley y los Profetas, y sobre todo, se escucha esta voz del Padre: “Éste es mi Hijo amado, escuchadle”. Los tres apóstoles quedan subyugados por lo que ven y Pedro no puede menos que exclamar: “¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas y quedémonos a vivir”. Cuando termina “el espectáculo”, vuelve la normalidad de la vida. Mientras bajan, arden en deseos de comunicárselo a los demás compañeros. Pero Jesús les amonesta: “No contéis a nadie lo que habéis visto”, hasta que yo haya resucitado. Nosotros, como estos tres apóstoles, nos desconcertamos cuando llega el dolor. Es el momento de recordar que no es castigo sino una prueba que tiene un sentido, aunque no lo entendamos.

Domingo de Cuaresma (9.3.2025) - Ciclo C

UN TIEMPO MUY ESPECIAL

“Al Señor adorarás”

El desierto es un lugar inhóspito en el que no hay casas ni personas y la tierra es un yermo secarral. Jesús ha venido aquí para pasar cuarenta días de oración y ayuno y prepararse así para el ministerio de la predicación, que comenzará poco después. Al cabo del tiempo siente hambre. Mucha hambre. El demonio aprovecha la ocasión y le propone que emplee su poder milagroso para convertir las piedras en pan. Jesús rechaza de plano la propuesta. El demonio no se da por vencido. Viene de nuevo para ofrecerle lo que no tiene, pero él siempre actúa así: toda la riqueza y todo el poder del mundo si le adora. Jesús lo derrota por segunda vez. Aun así el demonio no se da por vencido y regresa con una tercera propuesta: el aplauso de la gente tras tirarse del alero del templo sin hacerse daño, porque los ángeles vendrán a ayudarlo. Jesús vuelve a vencerlo. El demonio se va, pero en espera de una mejor ocasión. Nosotros hemos entrado en la Cuaresma. La necesitamos. Porque nosotros sí hemos sido vencidos por el demonio en muchas de sus tentaciones. Unas veces por el egoísmo, otras por la soberbia, no pocas por la lujuria, la injusticia, la prepotencia, el menosprecio de los pobres y el escándalo. ¿Cuántos días hemos vivido como si Dios no existiera, olvidándonos completamente de él en la vida matrimonial, laboral, social, recreativa? Nuestra postura no puede ser otra que la sinceridad con nosotros mismos y reconocer lo que hemos hecho. Pero éste es sólo el primer paso. El más importante es el siguiente: abrirnos al perdón misericordioso de Dios, confesarnos y reconciliarnos con él. Si escuchamos este mensaje cuaresmal y volvemos a Dios, el premio será una inmensa paz y alegría.

Domingo 8 del Tiempo Ordinario (2.3.2025) - Ciclo C

PÓRTICO CUARESMAL 

“No se cosechan higos de las zarzas”

El evangelio de este domingo es un buen pórtico para la cuaresma que comienza el próximo miércoles, día de ceniza. Tiempo, como sabemos, muy propicio para revisar nuestra vida y acercarnos un poco más a Dios. Digo esto porque el relato evangélico de hoy nos ofrece tres parábolas que pueden ayudarnos en el itinerario cuaresmal: la del ciego que guía a otro ciego, la de la viga y la paja y los frutos. Si uno está ciego no puede conducir a otro ciego junto a un precipicio, so pena de precipitarse los dos en el abismo. Un padre, un sacerdote, un profesor, un político necesitan conocimientos, buen sentido y voluntad recta para orientar a los demás. El que tiene una viga en su ojo debe quitársela previamente y luego quitar la paja que lleva el vecino en el suyo. Antes de criticar los defectos, reales o supuestos, de una persona o institución es preciso que desarraiguemos los nuestros, con frecuencia mucho mayores. Por último, si alguien quiere dar uvas ha de ser vid, no zarza. Es decir, nuestras acciones delatan lo que somos. Si en nuestra vida hay frutos sabrosos, buena señal. Si, en cambio, damos frutos amargos o mezquinos, urge rectificar. Con la guía de estas tres parábolas la cuaresma puede resultarnos provechosa, aunque sea molesta, como molesta es una operación arriesgada a la que vamos de mil amores si está en juego nuestra vida. Desde aquí me uno al camino que propongo a los lectores, porque también yo necesito examinar mis ojos, mis juicios y mis obras. Vayamos juntos por el camino cuaresmal al encuentro del Cristo Resucitado de la Pascua.    

Domingo 7 del Tiempo Ordinario (23.2.2025) - Ciclo C

LA TERCERA LEY

“Si amáis a los que os aman ¿qué mérito tenéis?”

La ley del “ojo por ojo y diente por diente” supuso un gran avance moral respecto a la “ley de la venganza”, en la que el mal era respondido con otro en una cadena interminable. Ahora sólo se permitía castigar el mal con una pena proporcionada. El evangelio de hoy nos presenta otra muy superior: “la ley del amor al enemigo”. “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, orad por los que os insultan”. No se trata sólo de que no nos venguemos, de que no paguemos con la misma moneda, de que perdonemos. Se nos pide mucho más: que amemos a quienes nos odian. Esta es la “revolución cristiana”. No se trata de rendirse ante el mal sino de responder al mal con el bien. En nuestro mundo hay mucha violencia, mucha injusticia. Esta situación no se supera respondiendo con violencia y con odio sino con amor y bondad. Tal proceder muestra que “no se tiene miedo de afrontar el mal únicamente con las armas del amor y de la verdad” (Benedicto XVI). Es claro que lo que Jesús nos pide supera la capacidad humana. Es un don de Dios que se nos concede si confiamos únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Desde la Cruz Jesucristo nos marcó el camino, perdonando a sus enemigos e implorando clemencia para ellos: “Perdónales, no saben lo que hacen”. Sus discípulos no vencemos el mal y la violencia con estrategias de poder, sea económico, político o mediático sino con el amor verdadero, que pone su esperanza en el poder de Dios. La nuestra, antes que una revolución de estructuras, es una revolución que cambia nuestro corazón y desde ahí todo lo demás.

Domingo 6 del Tiempo Ordinario (16.2.2025) - Ciclo C

BIENAVENTURANZAS Y MALAVENTURAS

“Vuestro es el Reino de Dios”

“Dichosos los pobres, los que ahora tenéis hambre, los que lloráis, los proscritos por mi causa”. El programa de vida que Jesús propuso a sus discípulos sería absurdo si no hubiese añadido: seréis dichosos, porque la justicia de Dios hará que seáis saciados, que os alegréis, que seáis resarcidos de toda acusación falsa. En una palabra: dichosos porque ya desde ahora Dios os acoge en su reino. Existe, en efecto, una justicia divina que enaltece a los humildes y humilla a los soberbios. Por eso, tras las bienaventuranzas, Jesús sentenció: “¡Ay de vosotros los ricos, ay de los que estáis saciados, ay de de los que ahora reís, ay de los que todo el mundo habla bien!”. ¿Por qué? Porque la situación se invertirá cuando llegue el momento en que Dios aplique su justicia. Esto tendrá lugar al final del mundo pero ya actúa en la historia. Jesús no es un revolucionario y no propone una revolución de tipo social o político. Su revolución es la del amor, que él ya ha realizado con su muerte y resurrección. Ellas inauguran el nuevo horizonte de las bienaventuranzas. Gracias a él, podemos ser justos y construir un mundo mejor. A su luz “el cristianismo deberá elaborar y reformular constantemente los ordenamientos sociales, una ‘doctrina social cristiana’. Ante nuevas situaciones corregirá lo que había propuesto anteriormente” (Benedicto XVI). Las Bienaventuranzas no son un programa social, pero la justicia social sólo puede crecer “donde la fuerza de la renuncia y la responsabilidad por el prójimo y por toda la sociedad surge como fruto de la fe” (Benedicto XVI). 

Domingo 5 del Tiempo Ordinario (9.2.2025) - Ciclo C

TODOS TENEMOS VOCACIÓN

“Desde hoy serás pescador de hombres”

“Rema mar adentro y echad las redes para pescar”, dice Jesús a Pedro, a pesar de estar en pleno día y haberlas sacado vacías al amanecer. Pero Pedro se fía más de Jesús que de su pericia profesional y el resultado es una redada de peces tan grande que tiene que llamar a sus compañeros para que vengan en su ayuda. Pedro advierte de inmediato que es un milagro, se siente indigno de estar al lado de Jesús y le pide que se aleje de él, “porque soy un pecador”. También ahora Jesús le sorprende: “No temas, desde hoy serás pescador de hombres”. El tiempo confirmaría que Pedro, en la barca de Jesús, la Iglesia, echaría las redes de su palabra y de su testimonio en los mares del mundo para llenarla de hombres y mujeres. Quienes leéis estas líneas también habéis recibido, como yo, el mandato de echar las redes para hacer discípulos de Jesús a pesar de las dificultades. Todos los bautizados, en efecto, no sólo los sacerdotes y religiosos, son “pescadores de hombres” por su vocación bautismal. Ha sido un error muy grave no haber tenido en cuenta esta realidad y asignar en exclusiva al clero, curas y obispos, el acercar las almas a Jesucristo. El precio que hemos pagado ha sido muy alto, porque hemos dejado sin pescadores mares inmensos llenos de peces. Es hora de reaccionar. Porque quienes están con los hijos son sus padres y profesores, quienes están con los obreros son los empresarios, quienes están en los ayuntamientos y parlamentos son los políticos, quienes pasan la vida entre enfermos son los médicos. Ahí y desde ahí hay que acercar hombres y mujeres a Cristo.

Presentación del Señor (2.2.2025) - Ciclo C

EL RESCATE Y SU PRECIO

“Luz para alumbrar a las naciones”

La presentación de Jesús en el Templo, el encuentro con su pueblo y la Purificación de María son los misterios que celebramos hoy, día de la Candelaria, cuarenta días después de Navidad. Jesús fue presentado en el Templo para cumplir la Ley de Moisés que prescribía ese rito para rescatar el primer hijo varón, que debía ser ofertado a Dios. Sobre él no pesaba la obligación del rescate, porque era Dios y estaba por encima de la Ley. Pero se había hecho hombre no para ser rescatado sino para ofrecerse en rescate por los hombres y librarles del pecado y de la muerte eterna. Cuando hoy viene al Templo lo hace para ofrecer por adelantado el futuro rescate de la Cruz. El anciano Simeón, representante del pueblo, lo recoge en nombre de todos y, con la luz de la fe, nos descubre que el rescate pagado en la Cruz trajo consigo la luz de la Resurrección, y con ella el triunfo de la vida y del amor sobre las tinieblas de la muerte y del pecado en todos los hombres. Ciertamente, el mal y el dolor siguen presentes. Pero tienen los días contados, ya que la Resurrección nos ha introducido en un mundo nuevo y definitivo, en el que ya no habrá ya ni muerte ni dolor. Cuando hoy vayamos con un cirio encendido en procesión hacia el altar, donde renovaremos el sacrificio de la Cruz, todos proclamaremos a Cristo: “Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. No apaguemos esa luz al salir de la iglesia. Que ella ilumine durante la semana toda nuestra vida y la de los demás: la familia, el trabajo y la vida social. Cristo será de hecho “luz de las naciones”.