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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 27 del Tiempo Ordinario (5.10.2025) - Ciclo C

FE CON OBRAS

“Si tuvierais fe como un grano de mostaza…”

Hace unos días leía el evangelio, pues leerlo a diario unos minutos es una costumbre saludable para mí y, pienso, para los demás. San Mateo trascribía un hecho enternecedor. Un padre sale al encuentro de Jesús, se pone de rodillas delante de él, y le dice que cure a su hijo, pues tiene una enfermedad que le hace sufrir mucho. Jesús lo hace de inmediato y el chico recobra la salud. Los discípulos, al verlo, se quedan sorprendidos, y le preguntan por qué ellos no lo han podido hacer. La respuesta de Jesús es muy semejante a la que nos trasmite san Lucas en el evangelio de este domingo: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, nada os sería imposible”. Es lógico que los apóstoles le pidieran lo mismo que pediríamos nosotros: “Auméntanos la fe”.  Muchas cosas se pueden decir sobre esta gran virtud teologal. Pero, ya que he mencionado a un padre con minúscula, quiero referirme ahora a un Padre con mayúscula.  Porque “es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo.- Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. Y está como un Padre amoroso…ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo y…perdonando”.  No sé lo que te dirá este texto que acabo de citar. A mí, me lleva a intentar poner en práctica lo que dice en su final: “Preciso es que nos empapemos, que nos suturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos” (San Josemaría, Camino 267). Si tuviéramos fe para tratar así a Dios, cómo cambiaría nuestra vida.

Domingo 24 del Tiempo Ordinario (14.9.2025) - Ciclo C

¿QUIÉN NO ES UN HIJO PRÓDIGO?

“Se le echó al cuello y se puso a besarlo”

“Es amigo de pecadores y come con ellos”. Ésta era la acusación que algunos fariseos lanzaban contra Jesús, porque se mostraba misericordioso y perdonador con los extraviados. De ahí tomó pie para decir las tres parábolas que recoge el evangelio de hoy, y que son una de las páginas más elevadas y conmovedoras de la Sagrada Escritura. Dos son breves y la otra, muy larga y emocionante: la oveja y la dracma perdidas, y el hijo pródigo. Las tres muestran la misericordia que Dios tiene con todos los pecadores. Jesús nos revela el rostro del Padre suyo y Padre nuestro. En el fondo, él “vino al mundo para hablarnos del Padre, para dárnoslo a conocer a nosotros, hijos perdidos, y para suscitar en nuestro corazón la alegría de pertenecerle, la esperanza de ser perdonados y de recuperar nuestra plena dignidad, y el deseo de habitar para siempre en su casa, que es también nuestra casa” (Benedicto XVI, 16.9.2007). La humanidad de nuestro tiempo necesita que se le proclame con fuerza la misericordia de Dios. Es lo que hicieron san Juan Pablo II y el papa Francisco, y continúa León XIV. Dios quiere que todos los hombres se salven, y no desecha nadie, por hostil que le sea y alejado que se encuentre. Su alegría es la de perdonar, no la de condenar. Ahora, cuando recomenzamos la andadura de la vuelta a la normalidad, el evangelio de hoy se convierte en una invitación a llevarlo a la práctica, acercándonos al Jesús misericordioso, que quiere darnos un abrazo de perdón en el sacramento de la Penitencia. También, una invitación a que nosotros perdonemos.

Domingo 23 del Tiempo Ordinario (7.9.20259) - Ciclo C

LA PARADOJA DEL DAR Y NO DAR

“El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”

Hoy será declarado santo Pier Paolo Frassati. Este italiano, que murió a los 24 años, nació en Turín en una familia con una posición económica privilegiada. Su padre era un político y empresario influyente; su madre, pintora. Estudió la carrera de ingeniero de minas. Su entorno social y profesional le ofrecía muchas comodidades y oportunidades. Pero Pier no entregó su vida al lujo sino que, con frecuencia, participaba en obras de caridad, visitaba hospitales, y colaboraba con asociaciones que trabajaban por los pobres y marginados. Esta dedicación desconcertaba a muchos de su entorno. ¿Cómo podía alguien de su clase social preocuparse tanto por los pobres?  Porque Pier no solo daba dinero o cosas materiales, sino que daba tiempo, amistad y presencia sincera. Para él, la caridad era un reflejo de su convicción de que el amor cristiano exige un compromiso real, que va mucho más allá de la comodidad o la conveniencia. La vida Pier Paolo es un buen comentario del evangelio de este domingo, en el que Jesús nos dice: “el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”. Esos “bienes” son “lo que tenemos en todos los órdenes”; incluso uno mismo. Todo ha de posponerse para seguirle. Un día se presentó ante él un joven. Era muy rico. Cuando  le invitó a ir con él, prefirió su riqueza. Fue una pena, porque se había acercado contento, y se “marchó triste”. Siempre pasa igual. El que “renuncia a todo”, es decir, el que pospone todo por Jesús, “recibe de él todo”. Y al contrario, el que no lo hace, se queda vacío.   

Domingo 21 del Tiempo Ordinario (24.8.2025) - Ciclo C

PERTINENTE

“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”

Jesús se dirige a Jerusalén. Le acompañan el grupo de los Doce y otros muchos. Uno de ellos le formula esta pregunta: “Señor ¿serán muchos los que se salven?” Jesús no responde si serán muchos o pocos. Recurre a una parábola. Salvarse es entrar “por una puerta estrecha”. Él nos ofrece incontables ocasiones para entrar por esa puerta, porque quiere que todos los hombres se salven. Pero no oculta que es una puerta estrecha, difícil, y que no violenta a nadie, porque respeta nuestra libertad. Nos deja la opción de entrar o de no entrar, de vivir según quiere Dios o vivir de espaldas a él. Pero esta opción entraña una gran responsabilidad. Porque “nuestra vida no es un videojuego o una telenovela; nuestra vida es seria y el objetivo que hay que alcanzar es importante: la vida eterna” (Papa Francisco). Por eso, es muy pertinente personalizar la pregunta del caminante y preguntarse: “Señor, ¿me salvaré yo?” ¿Me estoy esforzando en entrar por la puerta de hacer lo que Dios quiere o prefiero entrar por la de mi egoísmo, mi soberbia, mis bajas pasiones? Ahora que las vacaciones de verano han concluido y nos encontramos a punto de afrontar un nuevo curso existencial, podríamos echar una mirada retrospectiva y preguntarnos: ¿Estoy contento de cómo he vivido este tiempo? Mejor, ¿Dios está contento de cómo he vivido este verano? La respuesta puede servirnos de espejo para ratificarnos o rectificar nuestro modo de vida. En cualquier caso, no podemos olvidar que el evangelio es claro: unos entran, y otros se quedan a la puerta de la felicidad eterna.

Domingo 20 del Tiempo Ordinario (17.8.2025) - Ciclo C

LA PAZ DE JESUCRISTO

 “Estarán divididos el hijo contra el padre”

Quien conozca, siquiera mínimamente, el evangelio, sabe que es un evangelio de paz. “Paz en la tierra”, fue el primer mensaje al entrar Jesucristo en este mundo. “La paz esté con vosotros”, fue también el primer mensaje del Resucitado a sus apóstoles. “Mi paz os dejo, mi paz os doy”, les dijo poco antes de su pasión. Por eso, pueden desconcertar las palabras con las que comienza el evangelio de este domingo: “¿Pensáis que he venido a traer al mundo la paz? No, sino la división”. El papa Francisco nos ha dejado una pista de solución. “La fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel al que se decora con nata. No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio-base de la vida”. Y, como Dios es amor y es la verdad, quien elige a Dios, tiene que optar por el bien, la verdad y el amor. Quienes hacen esta opción sin componendas, se convierten, sin pretenderlo, en signo de división entre las personas, incluso de la misma familia. El santoral de la Iglesia es muy rico sobre la división que provocaron los santos. Jesús mismo lo experimentó. Pero esto no significa que las palabras del evangelio autoricen al uso de la fuerza para difundir la fe. Todo lo contrario, la fe y la violencia son incompatibles. Pero también lo son la verdad y la mentira, el egoísmo y el amor, el bien y el mal. Son estas contraposiciones las que originan la división. Pero ¿qué sería un mundo donde la verdad, el amor y el bien desparecieran y dejaran paso libre a la mentira y al egoísmo?   

Domingo 19 del Tiempo Ordinario (10.8.2025) - Ciclo C

EL CAMINO Y LA META

“Estad preparados”

“Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar”. Estos versos de  Jorge Manrique son un magnífico comentario del evangelio de este domingo. Porque sus tres ejemplos nos invitan a no perder de vista que este mundo no es la meta sino el camino y que debemos recorrerlo con responsabilidad. La poseían los criados que aguardaban despiertos la vuelta de su amo, pues desconocían la hora de su retorno. En cambio, fueron irresponsables el dueño que no vigiló la llegada de un ladrón y el administrador que se dedicó a malgastar los bienes confiados y tratar mal a la servidumbre. En el primer supuesto, cuando llegó el amo de la boda, pudieron recibirlo. En el segundo, en cambio, un ladrón asaltó de improviso la casa y robó. En el tercero, cuando llegó el dueño, castigó al administrador infiel. Decía al principio que los versos de Jorge Manrique eran un magnífico comentario. Porque lo que el poeta quería recordarnos es que en este mundo estamos de paso, que no es nuestra morada definitiva, que no tenemos aquí ciudad permanente, que vamos hacia el encuentro definitivo del Señor. Y que, mientras caminamos, no podemos olvidar hacia dónde vamos, ni olvidar que llegará el final de “esta jornada”, ni que hemos de estar preparados para presentarnos ante Dios adecuadamente. Sin embargo, con demasiada frecuencia vivimos como si Dios no existiera, teniendo como ley nuestras apetencias, y sin responsabilidad humana y cristiana. Eso no es recorrer el camino “con buen tino” ni “andar esta jornada sin errar”.    

Domingo 18 del Tiempo Ordinario (3.8.2025) - Ciclo C

CUANDO DOS Y DOS NO SON CUATRO

“Así será el que no es rico ante Dios”

En matemáticas, dos y dos siempre son cuatro. Pero en la vida no sucede así. No es que fallen las matemáticas, sino que a “dos más dos” hay que añadir siempre otro sumando. La parábola del evangelio de este domingo nos lo explica. Un rico labrador había tenido tal cosechón, que necesitó derribar sus almacenes y construir unos nuevos. Cuando contempló aquellos montones de cereal, se dijo, satisfecho: tengo asegurado el futuro; desde hoy, a comer, a beber y a la buena vida. Dos más dos. Pero se había olvidado del sumando con el que siempre hay que contar: que la vida tiene fecha de caducidad y el fin puede estar más próximo de lo que pensamos. Así le aconteció a él. Su vida concluyó aquella misma noche. Entonces surgió la pregunta, que nunca debía haber olvidado: “Lo que has acumulado ¿de quién será?” La parábola concluye: “Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico para Dios”. La riqueza, aunque sea un bien, no es un bien absoluto. Ella no asegura la salvación. Más aún, puede ponerla seriamente en peligro. A ese peligro se refería Jesús en la parábola. Quería poner en guardia a sus discípulos contra ese riesgo. Y a nosotros también. Diría más: a nosotros, de modo especial. Hoy, en efecto, está muy difundida la idolatría del dinero, del placer y del bienestar. Idolatría que se agudiza durante el tiempo de vacaciones. Muchas veces da la impresión de que vivimos como si Dios no existiera. Los cristianos no podemos seguir este modelo. Nuestro tesoro consiste en amar a Dios por encima de todo y servir a los demás por amor.

Domingo 17 del Tiempo Ordinario (27.7.2025) - Ciclo C

REZAR ES MUY SENCILLO

“Pedid y se os dará”

“Todavía guardo la imagen de mi padre, puesto de rodillas para rezar al rosario tras una dura jornada de trabajo en el campo. Ella fortaleció mi vocación”, decía un religioso a quien preguntaron por qué se había hecho sacerdote. ¡Cuántos podrían confirmar su testimonio! Porque la fuerza del ejemplo es tan grande, que el sabio refranero castellano ha sentenciado: “lo que se ve, se aprende”. El evangelio de este domingo lo confirma. Los apóstoles veían que Jesús se retiraba para orar. Unas veces, tras un día de intensa predicación; otras, antes del amanecer. Ellos querían imitarle, pero no sabían cómo. Por eso, “una vez que estaba Jesús orando, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: enséñanos a orar”.  Jesús escuchó su petición y les enseñó. Pero no con una conferencia, sino entregándoles el Padre Nuestro: “Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu nombre”. Es una oración insuperable. Por su sencillez, hondura y universalismo. Todas sus peticiones se poyan en que Dios es nuestro “Padre”. No sólo mío, sino nuestro. Por eso todo lo pedimos en plural: que nos ayude a honrarle y a cumplir su voluntad, que nos dé el pan del alma –la eucaristía- y del cuerpo, que nos perdone todas nuestras ofensas, que nos ayude a no caer en la tentación y que nos libre del maligno, del demonio. No es extraño que el gran apologista Tertuliano de Cartago dijese del Padre nuestro: “¡Cuántos deberes son cumplidos a la vez!”. Invito a los padres a rezar el Padre nuestro con sus hijos, desde que apenas saben hablar. Cuando la vida los zarandee, puede ser su tabla de salvación.     

Domingo 16 del Tiempo Ordinario (20.7.2025) - Ciclo C

TRABAJAR Y REZAR

“Sólo una cosa es necesaria”

Estamos en Betania, muy cerca de Jerusalén. Jesús ha llegado a casa de sus amigos, los hermanos Lázaro, María y Marta. Tras los saludos acostumbrados, Marta se pone a faenar, pues, preparar para trece, no es fácil, aunque tiene personal de servicio. Ella lo hace encantada, porque ama de verdad a Jesús. Pero, en un momento, se siente desbordada y pierde los nervios. Como tiene gran confianza con Jesús, se atreve a decirle: “Dile a mi hermana que me eche una mano”. Porque su hermana seguía escuchando y hablando con Jesús. La respuesta quizás la dejó desconcertada: “Marta, Marta –le dijo Jesús-, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas. Sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor”. Jesús no reprocha a Marta que prepare la comida para él y sus discípulos, ni alaba a María por estar mano sobre mano. Es decir, no contrapone trabajo y oración, la llamada “vida activa” y “vida contemplativa”, la vida que lleva una monja y el conductor de una cosechadora. El trabajo es una realidad buena y la oración también. Pero el trabajo y la oración pueden desvirtuarse y pervertirse. La clave para que no suceda, se encuentra en el amor y el espíritu de servicio a Dios y a los demás, especialmente a los necesitados. Sin oración, nuestra actividad deriva en activismo y búsqueda de nosotros mismos. Sin servicio a los hermanos, nuestra oración es espiritualismo. En este tiempo de vacaciones, los que trabajan mucho han de preguntarse con sinceridad: “yo, ¿por qué y por quién trabajo?” ¿Leo alguna vez el evangelio y me acuerdo de Dios antes, durante y al final de mi trabajo?  

Domingo 15 del Tiempo Ordinario (13.7.2025) - Ciclo C

SAMARITANOS DEL DÍA A DÍA

“¿Quién es mi prójimo?”

Seiscientos trece eran los mandamientos que descubrían los doctores en  la Ley de Moisés. En ese marasmo, resultaba tan difícil saber cuál era el primero, que los mismos doctores discutían con frecuencia sobre ello. Un día, uno de ellos, deseoso de hacer la voluntad de Dios, se lo preguntó a Jesús. Jesús le remitió a lo que leía en la ley de Moisés. Él respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo”. Jesús aprobó la respuesta, pero el doctor de la ley siguió preguntando: “¿Quién es mi prójimo?” Jesús le contestó con una parábola. Un hombre fue asaltado por ladrones y dejado medio muerto. Pasaron junto a él un sacerdote, un levita, -ambos del templo de Jerusalén- y un samaritano. Los dos primeros siguieron su camino, sin preocuparse del herido. El tercero se paró, lo hizo una primera cura y lo llevó a un posadero para que lo atendiera. Él correría con los gastos y haría la liquidación cuando volviera del viaje. “¿Cuál de los tres se portó como prójimo?”. Cuando el doctor respondió que el que atendió al herido, Jesús añadió: “Anda, haz tú lo mismo”. Eso es lo que nos dice a nosotros, no sólo ante un accidentado en la carretera, sino ante cualquier herido por la vida: tu padre anciano, el amigo que sufre una crisis matrimonial, un emigrante que vive en la calle, aquel padre de familia que ha perdido el trabajo, esos vecinos sin más horizonte que trabajar y pasarlo bien, y el largo etcétera que nos sale al encuentro cada día. Ese es nuestro prójimo y para el que Jesús nos dice: “Anda, haz tú lo mismo”.        

Domingo 14 del Tiempo Ordinario (6.7.2025) - Ciclo C

TAREA DE TODOS

“Los envió por delante”

Jesucristo no necesitaba de nadie para realizar su misión. Sin embargo, quiso –y quiere- contar con colaboradores. El evangelio de hoy nos habla de un grupo de “setenta y dos”, a los que envió a preparar el camino por donde él pasaría más tarde. No debían llevar dinero, comida o calzado de repuesto. Es decir, sin riquezas y poder. Les bastaba su Palabra y confiar en que gente buena les diera hospedaje. Ellos fueron obedientes. Cuando volvieron a Jesús, venían cansados pero felices, porque –decían- “hasta los demonios se nos sometieron en tu nombre”. Los cristianos de hoy somos esos “setenta dos”. El bautismo nos introduce en la misión de Jesucristo y nos convierte en apóstoles y misioneros. Un cristiano no necesita ningún mandato ni permiso para hablar de Jesucristo ni para vivir el evangelio. Tiene suficiente con el bautismo. Por otra parte, el Señor nos lo ha puesto fácil. Un padre trasmite el evangelio a sus hijos con la misma naturalidad que el agua mana de la fuente. Un médico lo hace, tratando a los enfermos con competencia y afecto. Un amigo le habla a un amigo de acercarse al sacramento de la penitencia, mientras toman un café en la terraza. Un enfermo predica el evangelio cuando agradece una visita y se deja ayudar de quienes le cuidan. Un niño es misionero cuando da un abrazo al abuelo. Basta que lo hagan por amor al Señor. Además, todos podemos y debemos rezar “al dueño de la mies, que envíe trabajadores a su mies” para recogerla. Es hora de que los fieles sean conscientes de que anunciar a Jesucristo es también tarea suya, no sólo de los sacerdotes. 

San Pedro y san Pablo (29.6.2025) - Ciclo C

LA FE DE PEDRO Y EL APOSTOLADO DE PABLO

“Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”

Hoy es una de esas pocas ocasiones en las que el domingo es desplazado por otra celebración. Esto quiere decir que la Iglesia da al martirio de san Pedro y san Pablo una relevancia muy especial. Además de que ambos dieron la vida por Jesucristo, Pedro es la roca sobre la que descansa la Iglesia, y Pablo, el apóstol incomparable.  Ambos fueron martirizados en Roma durante las persecuciones de Nerón, probablemente en fechas diferentes. Sin embargo, la Iglesia los ha juntado en el mismo día, porque desea que sus hijos poseamos la fe de Pedro y el celo misionero de Pablo. Sin fe, nada se sostiene en pie. Pero, sin afán misionero, la fe se va extinguiendo, poco a poco, hasta desaparecer. Así ha sucedido en Europa y, en concreto, en España. Los padres, que son los trasmisores natos de la fe a sus hijos, han renunciado a esa tarea, en muchos casos y en no pequeña medida. Baste recordar, por ejemplo, que tantos no van a misa con ellos los domingos, no rezan antes de las comidas, no les enseñan las verdades básicas del catecismo y juzgan los acontecimientos y las personas con criterios meramente humanos. Con ello, se ha roto la cadena más importante y eficaz para trasmitir la fe. El resultado está a la vista de todos. Recomponer esa cadena no será fácil. Pero es imprescindible. Para ello, es urgente que los padres practicantes sean mucho menos cómodos y mucho más misioneros. ¿Quién puede motivar mejor a los padres que otros padres? Los abuelos suplen, a veces, en parte. Pero es tarea, sobre todo, de padres apostólicos, creativos y valientes.

Corpus Christi (22.6.2025) - Ciclo C

HAMBRE DE PAN Y HAMBRE DE DIOS

 “Dadles vosotros de comer”

“Cantemos al amor de los amores. Dios está aquí”. Estas palabras resonarán, hoy, en incontables iglesias y calles del mundo. También en las de Burgos. Son palabras que expresan la inefable realidad de que Jesucristo vive entre nosotros. Su misma Persona, la que recorrió las tierras de Galilea, predicando la Buena noticia a todos, curando a los enfermos y perdonando a los pecadores. Cuando el obispo y el sacerdote dicen “esto es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”, en ese momento se hace presente el mismo Jesucristo. No un símbolo. No. Jesucristo en persona. Y ahí permanecerá, mientras las sagradas especies no se corrompan, para que puedan comulgarlo quienes participan en la misa y están en las debidas condiciones de recibirlo, los enfermos y los que estén en el umbral de pasar de este mundo a la eternidad. No nos cansemos de repetir, con fe, que Jesucristo está en la Eucaristía, ni de adorarlo en la custodia y visitarlo en el sagrario. Porque – no nos engañemos- sólo permanecemos dando de comer a los hambrientos y necesitados, si escuchamos el mandato que ahora nos repite desde la Eucaristía: “dadles vosotros de comer”. Pan, sí. Pero también cultura, trabajo, tiempo, compañía. Sin olvidar a Dios. Porque la carencia de Dios es la mayor pobreza, como acaba de recordar el papa León XIV, y atestiguan los que darían todo lo que poseen, a cambio. No temamos caer en falsos espiritualismos al reconocer, confesar y proclamar nuestra fe en la Eucaristía. Nadie ha creído en ella como los santos y nadie ha sido más generoso que ellos con los necesitados.    

Santísima Trinidad (15.6.2025) - Ciclo C

UN SOLO DIOS Y TRES PERSONAS

“Todo lo que tiene el Padre es mío”

Cuando me preparaba para la Primera comunión, el catecismo que mi padre y el sacerdote usaban, preguntaba: “¿Cuántos dioses hay?” Y respondía: “Un solo Dios verdadero”. Luego añadía. “¿Cuántas personas hay en Dios?”. Y contestaba: “Tres Personas distintas y un solo Dios verdadero”. Al cabo de muchos años de estudio y  predicación, al celebrar hoy la solemnidad de la Santísima Trinidad, entiendo sobre este misterio –lo que se dice “entender”- lo mismo que entonces: nada. Es tan grande, que no cabe en mí cabeza. Si cupiera, demostraría que Dios es tan limitado como yo y, por tanto, que no es Dios. Me consuela pensar que el mar no deja de existir, porque no quepa en un cubo. Y que mentes tan privilegiadas como las de san Agustín y santo Tomás se contentaran con poco más que con “creo en Dios Padre, creo en Dios Hijo y creo en Dios Espíritu Santo”. No en vano ese misterio es “el central” y “sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 261). Por eso, al celebrar la Santísima Trinidad, es menos importante intentar comprender lo que nos supera, que recordar y agradecer que nos bautizaron “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, que hacemos la señal de la cruz repitiendo esas mismas palabras, que rezamos muchas veces “gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”, y que el sacerdote nos despide, al final de la misa, dándonos “la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Somos de Dios, que nos ha creado, que nos ha redimido, que nos guía a la patria del Cielo.

Pentecostés (8.6.2025) - Ciclo C

DESPERTAR AL LEÓN

“Se llenaron de Espíritu Santo”

Hoy celebramos Pentecostés y, con él, la llegada del Espíritu Santo sobre los apóstoles, para ayudarles a realizar la misión que Jesús les había encomendado. El efecto fue fulminante y de una eficacia extraordinaria: comenzaron a predicar por las calles y plazas de Jerusalén, haciéndose entender por todos, a pesar de hablar diversas lenguas, y bautizando aquel día unos tres mil. Quienes hemos recibido la Confirmación, hemos recibido ese mismo Espíritu: “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”, nos dijo el obispo, sucesor de los apóstoles, al ungir nuestra frente con crisma. Nos dio el Espíritu para ser testigos más valientes de Jesucristo y proclamar a todos que Él es el único Salvador y Redentor. Nadie queda excluido, sea cual sea su nación, etnia o circunstancia. La Confirmación atestigua que la evangelización, además de ser tarea de los obispos y sus colaboradores, los sacerdotes y diáconos, lo es también de los fieles laicos. Diría que hoy, incluso más. ¿Quién puede llevar el evangelio a los hospitales, universidades, colegios, TV, radio, prensa, lugares de diversión, familia, empresa, etc. si no lo llevan ellos? Pero “este león misionero” está dormido en la indiferencia o el miedo a presentarse como cristiano. Urge despertarlo, porque el día en que suceda, el mundo dará un giro de ciento ochenta grados. El Espíritu Santo es quien puede despertarlo y lanzarlo a anunciar este gozoso mensaje: “Cristo te quiere”, “Cristo ha muerto por ti”. “Ven –pues-, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”.

Domingo 7 de Pascua. La Ascensión del Señor (1.6.2025) - Ciclo C

LA META DE LA VIDA

“Se separó de ellos, subiendo al cielo”

Un periodista preguntó un día a Induráin: “cuándo comienzas a pensar en llegar victorioso a los Campos Elíseos”. El ganador de tantas vueltas le contestó: “Desde que comienzo la primera etapa”. Era consciente de que para conseguir la meta es preciso tenerla siempre presente y actuar en consecuencia. Los cristianos estamos corriendo una vuelta que dura toda nuestra vida y tiene una meta precisa: el cielo. Sí, el cielo. El marxismo y el secularismo han inoculado en el pensamiento de tantos que el cielo y el infierno son un invento de los curas y que el verdadero cielo está en este mundo. Quienes piensan así es lógico que orienten su vida a pasarlo aquí lo mejor posible. De esta mentalidad participan incluso cristianos practicantes. Sin embargo, llega un momento en el que ese modo de vivir resulta vacío, despreciable y con el que hay que acabar sin esperar a ser viejo. De modo más o menos consciente, se paladea la verdad de la experiencia de san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón no reposará hasta que descanse en ti”. Dios nos ha hecho para que seamos felices para siempre en el cielo. Esa es nuestra meta. Jesucristo, con su muerte y resurrección, nos ha abierto el camino para que un día podamos ver a Dios cara a cara, estar con él, amarle y, en él, amar a todos los que todavía caminan por este mundo. Hoy, día de la Ascensión del Señor al cielo, es un momento propicio para detener nuestro ajetreado caminar y preguntarnos: “La vida que estoy viviendo, me lleva a la meta o me aparta de ella”. Y sacar una consecuencia responsable.       

Domingo 6 de Pascua (25.5.2025) - Ciclo C

 

RECOMENDACIONES Y PROMESA

“Él os lo recordará todo”

Seguimos en el sermón de Jesús a sus discípulos durante la última cena. Ahora, en concreto, les insiste en que no olviden cuanto les ha enseñado. Han de “guardar su Palabra”. Guardar su Palabra comporta conservarla, vivirla y trasmitirla. La tarea no es fácil. Más aún, les resultará imposible si pretenden hacerlo con sus propias fuerzas. Son muy olvidadizos, como demostrarán muy pronto en el Huerto de los Olivos, donde le abandonan y dejan solo ante el peligro. También han demostrado con reiteración que no han acabado de comprender su enseñanza. Pero él tiene prevista la solución: “Os enviaré al Paráclito, él os lo enseñará y recordará todo”. Los cristianos de hoy hemos de reconocernos en la indicación de “guardar” esa Palabra y en la de contar con la ayuda del Espíritu Santo. Para “guardar la Palabra” de Jesús necesitamos leerla en el evangelio, meditarla, tratar de vivirla y comunicarla –sin sermonear- en todos los ámbitos en que nos movemos. La familia es uno muy especial. Si los padres no trasmiten la fe a sus hijos, ¡qué difícil resultará que éstos la acojan y vivan! Y la fe se trasmite tanto con la palabra como, sobre todo, con las obras. Si los hijos observan que sus padres rezan antes de las comidas, que van a la iglesia, que no son rencorosos, que se preocupan de los pobres y necesitados tendrán más facilidad para acoger y vivir la Palabra de Jesús. Por eso, la recomendación de Jesús se dirige a ellos de modo especial. Pero también la promesa. A ellos les enviará de modo especial el Espíritu Santo. Basta que se lo pidan con fe y confianza.

Domingo 5 de Pascua (18.5.2025)- Ciclo C

UN MANDATO PENDIENTE

“Amaos también entre vosotros”

El tiempo pascual está muy avanzado. Eso explica que el evangelio de hoy nos anuncie la próxima Ascensión de Jesús al cielo. “Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros”, suena a despedida testamentaria. Cuando a un padre se le agota el tiempo de vida, en pocas palabras trasmite a sus hijos lo que quiere tras su partida: que no riñan, que se perdonen siempre que sea necesario, que se ayuden en lo que puedan, en una palabra que se lleven como hermanos. Algo parecido hizo Jesús con sus discípulos. No les dijo que realizaran grandes gestas ni portentosos inventos. Su testamento fue muy sencillo pero exigente: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Ellos, judíos de raza y religión, conocían que la Ley de Moisés les mandaba amarse entre ellos. Pero Jesús le manda algo distinto. Lo “nuevo” era “como yo os he amado”, es decir, “hasta la muerte”, hasta entregar la vida por los demás. Me suben los colores a la cara ante el contraste con mi vida. Pero eso no me excusa de proclamar que lo que Jesús espera de quienes nos llamamos discípulos suyos es que nos queramos como hermanos. “Quisiera que predomine siempre el sentido de ser familia que comparte las alegrías y los dolores de la vida junto con los valores humanos y espirituales que la animan”, decía el viernes pasado el papa León XIV al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. Y les hacía esta invitación: promover “el deseo de encontrarse más que de confrontarse”, arrancar “el orgullo del corazón” y medir “el lenguaje, porque también se puede herir y matar con las palabras, no sólo con las armas”.      

Domingo 4 de Pascua (11.5.2025) - Ciclo C

ESCUCHAR, SECUNDAR Y REZAR

“Yo les doy la vida eterna”

Hoy es el domingo del Buen Pastor, porque actualiza que Jesucristo ha dado su vida por nosotros y da sin cesar Pastores a su Iglesia: el Papa y los obispos en comunión con él, junto con los sacerdotes que les ayudan. Éstos realizan su oficio mediante la predicación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el servicio de la caridad y la entrega alegre, total y permanente por sus ovejas. Evidentemente ellos no son toda la Iglesia. Iglesia son todos los bautizados: padres y madres de familia, niños y  ancianos, jóvenes y enfermos, religiosos y fieles laicos que viven y trabajan en las mil y una profesiones que existen en el mundo. Ellos tienen tanta importancia, que sin su acción la Iglesia se estanca o retrocede. Baste pensar este dato. En toda la Iglesia hay, en números redondos, medio millón de sacerdotes y otro medio millón de religiosas. ¿Qué representa eso frente a los mil cuatrocientos millones de cristianos y, sobre todo, frente a los otros seis o siete mil millones de no cristianos? Ese inmenso rebaño se lo ha confiado el Señor a sus Pastores para que lo cuiden, lo guíen, lo despierten si se duerme, pero no para que lo suplanten y, menos todavía, dificulten el camino. Los demás han de escucharlos y, luego, actuar con entera libertad y responsabilidad. Jesucristo acaba de darnos un nuevo Supremo Pastor: León XIV. Escuchemos su enseñanza, secundemos sus orientaciones y recemos para que los obispos, los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos despertemos de la indolencia y hagamos lo que a cada uno nos corresponde. Nada más. Pero nada menos.   

Domingo 3 de Pascua (4.5.2025) - Ciclo C

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO

“Apacienta mis ovejas”

No sé si se llamará Francisco, Benedicto o Juan Pablo. Desconozco si será asiático, europeo o africano. También ignoro si hablará muchos idiomas o sólo el suyo y mal que bien el italiano. Cuando escriba el próximo comentario del evangelio es más que probable que hayamos escuchado el “habemus Papam” y habremos despejado las incógnitas. Pero, en el fondo, carecen de importancia. Porque Jesús no preguntó a Pedro si entendía el latín, si hablaba el griego koiné o era capaz de predicar en hebreo. Lo único que le exigió, cuando le entregó el encargo de pastorear la Iglesia, fue el amor incondicional: “¿Simón, hijo de Jonás, me amas más que éstos?”, le preguntó tres veces, y tres veces escuchó de Pedro: “Sí, tú sabes que te quiero”. A partir de ese momento Pedro se convirtió en el primer Papa de la historia, en el “principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión” de su Iglesia (LG 18). Esto es lo que cuenta. Mentiría si dijera que no tengo mis preferencias y mis gustos personales. Pero ni los míos ni los de los demás tienen importancia. Al fin y al cabo, le querremos y obedeceremos no por sus cualidades y talentos sino por ser quien es: por representar a Cristo en su Iglesia, por ser el Supremo Pastor, por pastorear a los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos, en una palabra, porque Cristo ha querido fundar su Iglesia sobre Pedro y sus sucesores. Como ovejas de un rebaño que tendrá en pocos días un nuevo Pastor, pidamos insistentemente al Espíritu Santo que ilumine a los cardenales electores y les asista para que escuchen su inspiración.