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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 24 del Tiempo Ordinario (15.9.2024) - Ciclo B

PREGUNTAS Y RESPUESTAS RADICALES

“Apártate de Mí, Satanás”

El evangelio de este domingo sitúa a los apóstoles ante una cuestión crucial. Si hasta ahora han sido testigos de lo que Jesús ha dicho y hecho, hoy tienen que pronunciarse personalmente sobre su persona. “¿Quién decís que soy yo?”, les pregunta tras haberles sondeado sobre lo que opina la gente de él. La respuesta de Pedro es contundente: “Tú eres el Mesías”. Jesús la reconoce como verdadera y le proclama “bienaventurado”, porque no ha respondido con su talento sino inspirado por Dios. Pero esta alabanza cambia completamente de signo a renglón seguido. El “bienaventurado” se trueca en “Satanás”. ¿Qué ha ocurrido para un cambio tan brusco y desconcertante? Pues que Pedro se ha opuesto con toda energía cuando Jesús les ha dicho que el final de su vida y el cumplimiento de su misión es ser maltratado y crucificado, aunque al tercer día resucitará. Pedro no entiende y quiere el mismo mesías que el demonio en las tentaciones del desierto. Un mesías glorioso y triunfador, no un mesías sufriente, crucificado y muerto por sus enemigos. Pero esos eran los planes de Dios. El mesías redimiría al mundo no con gloria sino con la cruz y la muerte. Y ese es el camino que hemos de seguir tú yo y todos sus discípulos. El evangelio de hoy, por tanto, nos sitúa ante preguntas muy radicales: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Pienso como Pedro respecto al dolor y el sufrimiento que acompaña mi existencia, cuando es de poca monta y cuando es grande y permanente? ¿Jesús me llamará “bienaventurado” porque acojo los planes de Dios o le obligaré a responderme como a Pedro, porque los rechazo?    

Domingo 23 del Tiempo Ordiario (8.9.2024) Ciclo B

UNA SORDERA MUY ACTUAL

“Se le abrieron los oídos y se le soltó la lengua”

Jesús se encuentra fuera de su Patria. Pero hasta allí ha llegado su fama de taumaturgo. Los familiares o amigos de un sordomudo, que no quieren desaprovechar la oportunidad, se lo llevan para que le cure. Jesús apartó al sordomudo, le metió los dedos en sus oídos, dijo “effetá” –que significa “ábrete”- y el pobre enfermo comenzó a oír y a hablar con soltura. Iniciaba así una nueva vida con la recuperación plena de las relaciones sociales. Hoy necesitamos que Jesús repita el milagro. Porque hay muchos que padecen no esa enfermedad física sino una sordera espiritual. De alguna manera, todos la padecemos o, al menos, todos tenemos una cierta dureza de oído. No escuchamos la voz de Dios y hemos perdido o tenemos muy debilitada la capacidad de hablar con él. Jesús ya nos abrió el oído cuando recibimos el bautismo. Pues en ese sacramento también nos dijo la misma palabra del evangelio de hoy: “effetá”. Pero las mil voces y ruidos de la vida nos han causado una sordera total o parcial. Parece que la vida es igual y que no necesitamos escuchar la Palabra de Dios para desenvolvernos con soltura en medio de nuestros compromisos familiares y sociales. Sin embargo, una mirada atenta a lo que sucede a nuestro alrededor y en nosotros mismos nos descubre que nosotros y el mundo necesitamos a Dios. Lo constatamos cuando llega la muerte de un familiar, una enfermedad incurable, la pérdida del trabajo, el fracaso en el matrimonio. Lo vemos también en los comportamientos de tantos servidores públicos. Quizás valga la pena pararse un momento a reflexionar.

Domingo 22 del Tiempo Ordiario (1.9.2024) Ciclo B

VERDAD Y APARIENCIA

“Este pueblo me honra con los labios” 

Si la frase se cortara ahí sería una alabanza. Pero la frase continúa y se convierte en recriminación: “Me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Ciertamente ese pueblo guarda las apariencias. Practica una religiosidad formalista y externa. Pero la relación con Dios exige algo más que asistir a la procesión del santo una vez al año. La verdadera relación con Dios lleva consigo la práctica del amor incondicional a él y al prójimo, lo cual no es compatible con el odio, las envidias, las calumnias, las injusticias, la cerrazón de la mente y del corazón ante las necesidades del prójimo. Por eso, ante la recriminación de Jesús a un grupo de fariseo no podemos mirar a otra parte como si en nada pudiera afectarnos. Nos afecta. ¡Y mucho! Está bien ir a misa cada domingo. Pero participar en ese acto exige tomar parte en el gran misterio de amor que es la Santa Misa. Porque la celebración de la Eucaristía es hacer presente la entrega de Jesucristo por nosotros y por todos en la cruz y así darnos la posibilidad de beneficiarnos de tan inefable generosidad, agradecerla, sentirnos interpelados por nuestros pecados, abrirnos al amor misericordioso de Dios y tomar la resolución de amarle a él y al prójimo. Las palabras de Jesús a los fariseos en el evangelio de hoy son, por tanto, una llamada imperiosa a revisar si nos limitamos a honrar a Dios con los labios o lo hacemos también con el corazón. No nos engañemos. Lo cómodo es quedarnos en la periferia, guardar las apariencias. Pero lo eficaz es meter el corazón. Pasemos del “estar” al “participar”.

Domingo 21 del Tiempo Ordinario (25.8.2024) - Ciclo B

PREGUNTAS CON RESPUESTA

“Tú tienes palabras de vida eterna”

Los últimos domingos hemos escuchado el gran discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, que culminó con el anuncio de que un día les daría a comer su cuerpo y a beber su sangre. Hoy encontramos la reacción que provocó en sus oyentes. “Muchos” dejaron de ir con él, porque sus palabras les parecían absurdas e inaceptables. Los apóstoles, en cambio, se fiaron una vez más de él y robustecieron su adhesión. “¿A qué otro podemos acudir –dirá san Pedro-, si sólo tú tienes palabras de vida eterna?” Ahora se repite la escena al pie de la letra. Incontables cristianos –ellos y ellas- se han alejado de Jesús y de la eucaristía dominical. Su deserción ha sido silenciosa pero real. No necesito –dicen- ir a misa ni creer en Jesús. Según ellos, no necesitan su Palabra, pues tienen muy claro el sentido de su existencia. No necesitan su perdón, porque no se sienten pecadores. No necesitan que les alimente, porque se sienten fuertes e invencibles. Sin embargo cabe preguntar: ¿puedes decir con verdad que sabes por qué vives, por qué sufres, qué hay después de la muerte? ¿Tu comportamiento con los de tu familia, con tus compañeros, con tu modo de tratar a los demás es siempre el correcto? ¿Cuando llega el fracaso, las dificultades, la enfermedad, el dolor, los miras de frente o sucumbes a la angustia y a la desesperación? Las palabras de Pedro son la respuesta adecuada: sólo Jesús tiene la clave de tu vida. Necesitas volver a él. Él tiene la luz que descubre el camino de tu existencia, la fortaleza para recorrerlo, la mano compasiva para levantarte cuando sucumbes.     

Domingo 20 del Tiempo Ordinario (18.8.2024) - Ciclo B

SÍMBOLO Y REALIDAD

“Mi carne es verdadera comida”

Seguimos en la sinagoga de Cafarnaún, donde Cristo predica un discurso tan importante que marcará un antes y un después en quienes le han seguido y ahora le escuchan. Tras la realización del prodigioso milagro de la multiplicación de los panes y los peces y una larga exposición sobre el maná como profecía de la eucaristía, hoy descorre con absoluta claridad cuál es ese otro pan y maná que comerán las multitudes hambrientas de la historia posterior sin agotarlo. Ese pan no es otro que él mismo, entregado en la Cruz y hecho presente en cada eucaristía válidamente celebrada. Quienes le escuchan advierten que habla en sentido real no metafórico. Es decir, que lo que promete dar es su carne verdadera y su sangre verdadera. No lo aceptan. Más aún, lo rechazan tan en serio que, a partir de hoy, “muchos” dejarán de seguirle. Pero Jesús, que no busca consensos ni trata de engañar a nadie, lejos de rectificar y aclararles que no le han entendido, se ratifica y  repite con reiteración que el pan que él dará es su carne verdadera. En la Última Cena revelará como lo llevaría a cabo, cuando entregue a sus discípulos el pan y el vino y les diga: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo entregado por vosotros”, “Tomad y bebed: esta es mi Sangre derramada por vosotros”. La Eucaristía contiene al mismo Cristo en su totalidad: como Dios y hombre verdadero. Por eso es la fuente de la que manan todos los sacramentos y la misma Iglesia, y la cumbre de toda la vida y actividad cristiana personal y comunitaria. Los cristianos y las comunidades de verdad no viven al margen de la Eucaristía.

Domingo 19 del Tiempo Ordinario (11.8.2024) - Ciclo B

EL MISTERIO DEL HOMBRE

“Yo soy el pan vivo”

Seguimos en la sinagoga de Cafarnaún donde se ha producido un intenso debate entre Jesús y sus oyentes, a cuenta de que les ha dicho “Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo”. Ellos conocen tres tipos de pan: el que se prepara cada día en las casas, el maná que les había alimentado en su travesía por el desierto y la Palabra de Dios contenida sobre todo en la Torá. Esta Palabra es el verdadero pan del cielo, porque con ella conocen cuál es el camino que deben seguir y les distingue de los demás pueblos. Jesús no niega la importancia de la Palabra de Dios, pero da un paso de gigante, cuando afirma que él es esa Palabra que ha bajado del Cielo. Era como decirles: “Yo soy la Palabra de Dios encarnada. El que me come, comerá el pan de vida”. Sus oyentes no pueden comer este pan, porque tienen cerrada la boca de su inteligencia y de su corazón y no son capaces de ir más allá de lo que ven con los ojos de la cara. Nosotros sabemos quién eres: “el hijo del carpintero” y “de María”, le replican. Y sentencian: Tú no has bajado del cielo, eres un farsante, un mentiroso. Es terrible el abismo al que puede llevarnos el rechazo de Jesús. Porque rechazarle es  condenarse a ignorar cuál es el sentido de nuestra vida, hacia qué meta final nos encaminamos, para qué y por qué trabajamos y sufrimos. “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado”, dice el concilio Vaticano II, en la Gaudium et Spes, 22. Sólo el Verbo Encarnado, sólo Jesucristo nos descubre quiénes somos, cuál es nuestra verdadera dignidad, cuál la misión a la que estamos convocados.   

Domingo 18 del Tiempo Ordinario (4.8.2024) - Ciclo B

EN BUSCA DE LA FELICIDAD

“El que viene a Mí no pasará hambre”

Hay algo en lo que coincidimos hombres y mujeres, ricos y pobres, sabios e iletrados: la búsqueda de la felicidad. Todos, sin excepción, queremos ser felices y buscamos serlo de una u otra forma. Al cabo de más o menos tiempo de búsqueda, el resultado es muy diverso. Mientras algunos consiguen ser felices en la medida en que puede conseguirse en este mundo, otros se sienten cada vez más insatisfechos y hastiados de vivir. No carece, por tanto, de interés que nos hagamos esta pregunta: ¿Qué debo hacer para conseguir la felicidad? Parece que la experiencia atestigua que el éxito, la carrera, el dinero, el sexo o la droga no son la respuesta. Basta asomarse a las páginas de sucesos para comprobar que gente muy exitosa y con todo lujo de placeres concluye en una vida lastrada por el hastío o cambiando ese aparente éxito por una vida sencilla, austera y religiosa en la que encuentra la felicidad. Parece, pues, que la respuesta verdadera a la pregunta de cómo conseguir la felicidad, no apunta en dirección a lo material sino al espíritu. Más en concreto, apunta en la dirección que Jesús nos enseña en el evangelio de hoy desde la sinagoga de Cafarnaún: “Yo soy el pan de vida. El que viene a Mí no pasará más hambre”. En otros términos: “El que viene a Mí saciará su hambre de sentido, de verdad, de felicidad”. Un hombre que tenía a sus espaldas una vida de éxito y de placer desenfrenado, como san Agustín, escribió después de su conversión: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto (insatisfecho) hasta que descanse en ti”.         

Domingo 17 del Tiempo Ordinario (28.7.2024) Ciclo B

BUSCAR Y ENCONTRAR LA FELICIDAD

Comieron hasta saciarse y sobraron doce cestos

Estamos cerca del lago de Genesaret. Jesús contempla la inmensa muchedumbre que viene hacia él para escucharle. Sólo los hombres son unos cinco mil. “¿Con qué daremos de comer a tanta gente?”, pregunta a Felipe, uno de los doce. Andrés escucha la respuesta escéptica de su compañero y añade por su cuenta: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces, pero ¿qué es esto para tanta gente?” Evidentemente, nada desde el punto de vista humano. Pero a Jesús le bastan y le sobran para saciar a esa muchedumbre. Manda sentar a la gente y que le traigan los panes y los peces. Los bendice, los reparte y, después de que todos se han saciado, ordena recoger las sobras. Se llenan doce canastas. Mucho más que al comienzo del milagro. Hoy hay muchedumbres de jóvenes que están hambrientas. Pero de Dios. Sí, de Dios, aunque lo ignoran. Esas muchedumbres jóvenes –y no tan jóvenes- tratan de pasarlo lo mejor posible, de no privarse de nada, de comer bien y beber mejor, de saciarse con drogas y sexo, de ir de fiesta en fiesta, de recorrer el mundo y de tantas cosas. Pero al final se encuentran vacíos, insatisfechos, con hambre de felicidad y de algo que les llene. Ese “algo” es, precisamente, Dios. San Agustín, que vivió su juventud lejos de Dios y experimento la misma insatisfacción, dejó escrito cuando lo encontró: “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón no se saciará hasta que descanse  en  Ti”. No es sólo la frase de un genio. Es la confesión sincera de quien quiere dar gracias a Dios y ofrecer a los demás la medicina verdadera.    

Domingo 16 del Tiempo Ordinario (21.7.2024) - Ciclo B

UN PLAN FRACASADO

“Vio una multitud y le dio lástima”

Quizás nos sorprenda leer en el evangelio de este domingo que Jesús proyectó también un tiempo para desconectar del día a día de su ministerio. Pero, como él también se cansaba y “eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer”, dijo a los apóstoles: “Venid vosotros solos un poco a un lugar tranquilo para descansar”. Dicho y hecho. Pero sus sentimientos le traicionaron. Porque, al desembarcar, “vio una gran multitud y le dio lástima”. Y de inmediato “se puso a predicarles con calma”. Esta escena, tan sencilla y familiar, puede servirnos de inspiración para este tiempo, en el que no pocos planean pasar unos días en la playa, en la montaña, en el pueblo o en otro lugar. Jesús nos muestra que no somos máquinas sino personas y, en consecuencia, necesitados de hacer un parón en nuestra vida, tantas veces sobrecargada. Necesitamos tiempo para estar más con la familia, con los amigos, con la naturaleza y –por qué no decirlo- con Dios. Sin embargo, el “fracaso” voluntario de Jesús ante su proyecto de descanso, nos descubre que las vacaciones no son el valor supremo de la vida. Son convenientes y hasta necesarias para no rompernos y recuperar el debido equilibrio. Pero pueden y deben ceder ante imprevistos que salen a nuestro paso y exigen una respuesta de amor de nuestra parte. Sin olvidar que descansar no es no hacer nada o ir de acá para allá en un contrarreloj permanente. Es hacer otras cosas que suponen menos esfuerzo o que, incluso exigiéndolo, nos ayudan a verificar si el amor a Dios y a los demás son, o no, el objetivo de nuestra vida.

Domingo 15 del Tiempo Ordinario (14.7.2024) Ciclo B

UNA GRAN OPORTUNIDAD

“Les envió a predicar y echar demonios”

El evangelio de este domingo nos invita a reflexionar sobre lo que muchos ya están viviendo y otros muchos lo harán en breve: las vacaciones. Hasta ahora Jesús había llevado la batuta de la predicación y de los milagros. Hoy las cosas han cambiado. Sus apóstoles tienen que abrirse en abanico para ser sus testigos en muchos lugares con sus mismos medios: el anuncio de la llegada del Reino de Dios y la expulsión de los demonios. Jesús podía haber realizado su misión él solo. Sin embargo quiso asociar consigo a otros. Entonces a los apóstoles, enviándoles de dos en dos a muchas poblaciones de Galilea. Hoy a quienes hemos recibido el bautismo, sacramento que nos capacita y exige ser testigos suyos con nuestra palabra y el testimonio de nuestra vida. Las vacaciones me parecen una magnífica ocasión para llevar a cabo este anuncio del evangelio de Jesús con nuestras conversaciones y nuestro comportamiento en una de las muchas playas de nuestros mares, en el pueblo que nos vio nacer y crecer o en una de las mil ciudades en las que aterrizarán tantos aviones. Donde va un cristiano, va o debe ir un testigo de Jesús, un anunciador de su doctrina y un realizador de sus obras. No permitamos que el demonio del consumismo y del egoísmo desbarate nuestras vacaciones, reduciéndolas a comer, beber, dormir, pasarlo lo mejor posible y, quizás, compartir experiencias, personas y ambientes en los que Dios está conscientemente orillado. Descansemos, sí. Pero como cristianos, no como los paganos. De este modo volveremos tan contentos como los apóstoles, viendo los frutos.

Domingo 14 del Tiempo Ordinario (7.7.2024) - Ciclo B

EL MENSAJE ESCONDIDO

“Se escandalizaban de él”

Jesús se encuentra en Nazaret. Ha venido a concluir su misión en Galilea. El sábado, como ha hecho tantas veces durante los treinta años que vivió aquí, va a la sinagoga. Hoy, aureolado por la fama de predicador, le han entregado el rollo del libro de Isaías, donde el profeta escribió hace siglos: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me enviado para evangelizar a los pobres y anunciar la liberación a los oprimidos”. Son palabras que sus paisanos han escuchado muchas veces pero nunca pudieron soñar que serían testigos del cumplimiento de esa profecía: “Hoy se cumple esta escritura en mí”, dice Jesús. Era tanto como afirmar: “Yo soy el Mesías que estáis esperando”. La reacción de sus oyentes es inmediata: ¿Por quién se tiene? ¿No es el carpintero? ¿No es el hijo de María y no viven aquí sus parientes más próximos? San Marcos, con su clásico laconismo, señala: “Se escandalizaban de él”, es decir, le criticaban y rechazaban. Jesús, lejos de rectificar, refuerza sus palabras: “No desprecian un profeta más que en su tierra”. La conclusión de la escena no puede ser más triste: “No pudo hacer ningún milagro”. Jesús nos anuncia su mensaje salvador de continuo por medio de los acontecimientos del mundo, de la Iglesia, de nuestra familia, de nuestros compañeros o empleados de trabajo, de los enfermos, ancianos y pobres, de quienes encontramos en el camino de la vida. ¿Somos capaces de descubrirlo en todo eso o necesitamos cosas espectaculares? Vale la pena reflexionarlo. Porque si no oímos al Señor en la vida y cosas de cada día, no le oiremos nunca.  

Domingo 13 del Tiempo Ordinario (30.6.2024) - Ciclo B

JESÚS ANTE LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE

“No temas, basta con que tengas fe”

Jesús se dirige a la casa de un personaje importante. Se llama Jairo y es el jefe de la sinagoga. Tiene una niña de doce años que se está muriendo y ha venido a pedir a Jesús que la cure. De pronto se le acerca un allegado y le dice al oído: no molestes al maestro, tu hija acaba de morir. Jesús logra oírlo y dice a Jairo: “no temas, basta con que tengas fe”. Llegan a casa y la niña, efectivamente, está muerta. Pero Jesús tiene más poder que la muerte. Toma la mano de la niña y le dice: “Contigo hablo, levántate”. La muerte se rinde y la niña resucita. Antes ha tenido lugar algo extraordinario. Una mujer, con una enfermedad incurable, ha tocado el manto de Jesús con tanta fe y convicción que se ha curado. “Si le toco, me curo”, se decía. Le tocó y se curó. Jesús proclama delante de todos: “Tu fe te ha curado”. Está bien que acudamos a Jesús para pedirle la curación de una enfermedad, la protección ante una ruina económica o la superación de un fracaso. Pero es preciso superar la cultura de lo material y pedir con insistencia otro tipo de cosas. Por ejemplo, que nos aumente la fe, que nos acordemos más de él a lo largo del día, que gastemos mucho menos sin necesidad, que acerque a nuestros hijos a la fe y a la práctica religiosa, que en estas vacaciones tengamos un comportamiento propio de discípulos suyos, que ayude a los médicos a ser cada vez más competentes y más humanos con los enfermos, que conceda la paz a los países en guerra y tantas cosas más. Jesús quiere y puede hacer milagros. Tengamos fe y perseverancia en el pedir.    

Domingo 12 del Tiempo Ordinario (23.6.2024) Ciclo B

LA IGLESIA NO SE HUNDE

“¿Por qué sois tan cobardes?”

Estamos en el lago de Genesaret. Jesús y los apóstoles lo están cruzando para pasar a la otra orilla. Jesús está tan cansado, que duerme profundamente. De pronto se levanta una de esas tempestades que meten miedo incluso a los marinos avezados. Las olas llevan a la barca como a una cáscara de nuez. Al cabo de un tiempo, el miedo entra tan de lleno en el cuerpo de los apóstoles, que se ponen a gritar: “¡Maestro, que nos hundimos!”, despierta. Jesús se despierta como si nada ocurriese y les dice: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis fe” para daros cuenta de que estando yo aquí no hay peligro? Luego, con voz mandona, dice al mar: “¡Silencio, cállate!” El mar obedece y vuelve la calma. Los Santos Padres vieron en este relato un fiel reflejo de la vida de la Iglesia. En su singladura por este mundo sufre, con frecuencia, violentas tempestades. Unas veces son las persecuciones de sus enemigos, físicas, intelectuales o de guante blanco. Otras, las causan los escándalos de vida y/o doctrina de sus pastores o de los fieles de a pie. Ahora mismo quizás nos encontremos en uno de esos momentos tormentosos. Mucha gente sencilla está desconcertada, tiene dudas y miedo al naufragio. Es la hora de recordar que en la barca de la Iglesia va Cristo. Mejor, que la Iglesia es la barca de Cristo. Él vive en ella, la cuida y defiende, aunque nos parezca que está dormido o ausente. ¡Calma y paz! Pero, a la vez, gritemos al Señor: “Ayúdanos y aumenta nuestra fe”.          

Domingo 11 del Tiempo Ordinario (16.6.2024) - Ciclo B

SEMBRADORES Y COSECHEROS

“Va germinando sin que él sepa cómo”

Dentro poco, nuestros campos de Castilla estarán llenos de cosechadoras que recolectan el trigo y la cebada que los labradores sembraron hace meses. Desde la sementera, los labradores no han hecho nada, salvo abonar y sulfatar. Ha sido la misma semilla la que, por su misma fuerza, ha ido creciendo de día y de noche, superando el frío y las heladas. El evangelio de este domingo refiere que Jesús se sirvió de este hecho, que él había visto en Nazaret, para enseñar una gran verdad sobre el reino que anunciaba. Las  apariencias de sus comienzos eran muy precarias. Pero ese reino arraigaría y se multiplicaría. La Iglesia es ahora ese reino. Hoy está extendida por todo el mundo y en muchos lugares en claro crecimiento. Es verdad que en España y Europa no es así. Pero la semilla no ha perdido su fuerza y la Palabra que siembran sus discípulos, sacerdotes y fieles laicos, tiene el mismo vigor y el mismo dinamismo. Volverá a crecer a pesar de todas las dificultades. No será de un día para otro, como ocurre con la semilla, que necesita tiempo para madurar. Por eso los padres, educadores y predicadores hemos de llenarnos de esperanza. Con la nueva evangelización, estamos de nuevo en tiempos de sementera. No es la hora de ver frutos inmediatos sino la de sembrar a manos llenas. Con fe y esperanza. A pesar de todas las dificultades habrá frutos abundantes a su tiempo. Seamos generosos en la siembra y confiemos. Y tengamos la paciencia del labrador. No es fácil, porque todos tenemos más vocación de cosecheros que de sembradores. Pero es imprescindible. Sembremos.

Domingo 11 del Tiempo Ordinario (16.6.2024) - Ciclo B

SEMBRADORES Y COSECHEROS

“Va germinando sin que él sepa cómo”

Dentro poco, nuestros campos de Castilla estarán llenos de cosechadoras que recolectan el trigo y la cebada que los labradores sembraron hace meses. Desde la sementera, los labradores no han hecho nada, salvo abonar y sulfatar. Ha sido la misma semilla la que, por su misma fuerza, ha ido creciendo de día y de noche, superando el frío y las heladas. El evangelio de este domingo refiere que Jesús se sirvió de este hecho, que él había visto en Nazaret, para enseñar una gran verdad sobre el reino que anunciaba. Las  apariencias de sus comienzos eran muy precarias. Pero ese reino arraigaría y se multiplicaría. La Iglesia es ahora ese reino. Hoy está extendida por todo el mundo y en muchos lugares en claro crecimiento. Es verdad que en España y Europa no es así. Pero la semilla no ha perdido su fuerza y la Palabra que siembran sus discípulos, sacerdotes y fieles laicos, tiene el mismo vigor y el mismo dinamismo. Volverá a crecer a pesar de todas las dificultades. No será de un día para otro, como ocurre con la semilla, que necesita tiempo para madurar. Por eso los padres, educadores y predicadores hemos de llenarnos de esperanza. Con la nueva evangelización, estamos de nuevo en tiempos de sementera. No es la hora de ver frutos inmediatos sino la de sembrar a manos llenas. Con fe y esperanza. A pesar de todas las dificultades habrá frutos abundantes a su tiempo. Seamos generosos en la siembra y confiemos. Y tengamos la paciencia del labrador. No es fácil, porque todos tenemos más vocación de cosecheros que de sembradores. Pero es imprescindible. Sembremos.

Domingo 10 del Tiempo Ordinario (9.6.2024) - Ciclo B

JESÚS Y SU FAMILIA

“Estos son mi madre y mis hermanos”

Estamos en Cafarnaún. Jesús ha predicado en muchos pueblos de Galilea,  sanado enfermos y expulsado demonios. La gente está entusiasmada y le siguen grandes multitudes. Su fama ha llegado hasta la lejana Jerusalén. La opinión de sus familiares y la de los entendidos de religión, los fariseos, contrasta fuertemente con la del pueblo. Los primeros han venido para llevárselo a casa, porque “se ha vuelto loco”. Un grupo de los segundos también ha venido porque lo considera mucho más peligroso que a un loco: echa los demonios, dicen, porque él es “el príncipe de los demonios”. La persona y la obra de Jesús son juzgadas y desautorizadas de modo radical. Hacerse discípulo suyo es seguir a un maestro rechazado por los que le conocen desde siempre, porque han vivido en el mismo pueblo, y por los que saben lo que enseña la Ley de Dios. Jesús no se deja amedrentar ni cambia su discurso y su modo de actuar. A los fariseos les arguye que echa los demonios no porque es su jefe, pues es eso supondría dividir y arruinar su propio reino, sino porque tiene el poder de Dios. Y a sus familiares les da esta gran lección: son su familia en apariencia, no en verdad. Porque su verdadera familia está formada por quien “hace la voluntad de Dios”. Lo que aconteció al Maestro les sucede ahora con frecuencia a sus discípulos. Tantas veces son descalificados de modo radical por quienes se creen sabios y en posesión de la verdad. ¿Qué hacer ante tal situación? “Cumplir la voluntad de Dios”. Hacer lo que Dios quiere que hagamos en casa, en el trabajo, en la diversión, en todo.       

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS (19.5.2024) - Ciclo B

VOCACIÓN Y MISIÓN

“Como el Padre me ha enviado, así os envío Yo”

“Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el santo pueblo de Dios”, porque  “a nadie le han bautizado cura ni obispo”. Estas palabras del papa Francisco resuenan con especial fuerza al celebrar la solemnidad de Pentecostés. Porque hoy es el día en que la Iglesia dedica al apostolado de los laicos. A estas alturas de la historia aparece con nitidez que o los fieles laicos despiertan de su somnolencia y apatía misionera y se lanzan a la evangelización del mundo o el mundo se alejará cada vez más de Dios. Porque el mundo no está en las sacristías ni en sus aledaños. El mundo, como nos acaban de recordar los obispos españoles en un mensaje para este  día, está “en los ámbitos de la familia, del trabajo, de la educación, del cuidado de la casa común y, de una manera particular, en la vida pública”, que son los ámbitos en los que “el laicado vive su vocación encarnado en el mundo”. Por eso resulta lógico que el papa Francisco, dirigiéndose al Congreso de Laicos en 2020, dijera: “Es la hora de ustedes, de hombres y mujeres comprometidos en el mundo de la cultura, de la política, de la industria. Les animo a que vivan su propia vocación inmersos en el mundo, escuchando, con Dios y con la Iglesia, los latidos de sus contemporáneos”. Los obispos españoles lo resumen así: “En definitiva, se trata de que el laico sea laico”. Pidamos al Espíritu Santo que cure nuestros miedos y cobardías como se los curó a los apóstoles, y nos dé un nuevo y vigoroso impulso evangelizador.

ASCENSIÓN DEL SEÑOR AL CIELO (12.5.2024) - Ciclo B

LA META Y EL CAMINO

“Id y proclamad el Evangelio”

Estamos en el Monte de los  Olivos, a un quilómetro de Jerusalén. Jesús está muy próximo a dejar esta tierra. Hace treinta años bajó del Cielo para hacerse hombre y, mediante su muerte y resurrección, destruir el reino del pecado y de la muerte y abrir a los hombres el camino que conduce a su Padre. Hoy, realizado plenamente su objetivo, retorna al Cielo con su naturaleza humana glorificada. En ella vamos también nosotros, miembros de su Cuerpo y, por tanto, poseedores de la esperanza de seguirle en su Reino si vivimos como él nos ha enseñado. Nuestra meta, en efecto, no es este mundo sino el Cielo. Que este mundo no es meta sino camino es un dato que verificamos cada día al comprobar que la muerte es patrimonio universal: de ricos y pobres, de sabios y menos sabios. Por eso es un gran error confundir el camino con la meta y olvidar que aquí estamos de paso. Pero es también un error muy grande pensar que “estar de paso” es sinónimo de vivir de espaldas a los hombres y a sus problemas y esperanzas. El “más allá” se prepara desde el “más acá” de esa parcela personal, familiar y social que Dios nos ha entregado para que la trabajemos con amor y responsabilidad. Mirar al Cielo es, por tanto, tomar absolutamente en serio este mundo para limpiarlo de todos sus excrementos morales y configurarlo según los planes de Dios. Una tarea tan grande y difícil como apasionante. Por fortuna no estamos solos para sacarla adelante. El mismo Jesús, poco ates de subir al Cielo, les dijo a los apóstoles, y en ellos a nosotros: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”       

Domingo 6 de Pascua (5.5.2024)- Ciclo B

COMUNIÓN DE VIDA ENTRE JESÚS Y SUS DISCÍPULOS

“Permaneced en mi amor”

“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”, del domingo anterior, era la primera parte de la metáfora sobre la viña. La segunda se encuentra en el evangelio de hoy, que nos explica qué es lo que caracteriza la vida de la vid y, por tanto, la que debe caracterizar la de los sarmientos. La vida de la vid –de Jesús- se caracteriza porque ama a su Padre y hace siempre lo que él quiere, porque ama a sus discípulos y quiere que se amen entre ellos como él les ha amado. La parábola de la vid señala, por tanto, por un lado, la profunda y completa comunión de vida entre Jesús y sus discípulos y, por otro, que él es la fuente de esa vida. Estar unidos a la vid y vivir su misma vida -esencial para que haya comunión de vida entre Jesús y sus discípulos-reclama asumir este mandato: “Permaneced en mi amor”, tomad cada vez mayor conciencia del amor que Yo os tengo y que manifiesta el que el Padre tiene por Mí y Yo tengo por el Padre. Y, como Yo os he amado hasta dar la vida por vosotros, permanecer en Mí exige que os améis unos a otros, incluso hasta dar la vida. ¡Qué alegría cuando los cristianos se comprenden, se quieren, se perdonan sus faltas, se ayudan en sus necesidades, se estimulan a recorrer el camino hacia el cielo! En cambio, ¡qué pena si surgen enfrentamientos, odios y guerras verbales o armadas! Ahora se hacen muchos planes de evangelización y se trabaja intensamente para que la sinodalidad se instale en todas partes y niveles. Bienvenidos sean. Pero comencemos por lo primero e irremplazable: ver un hermano en cada discípulo y tratarle como tal.

Domingo 5 de Pascua (28.4.2024) Ciclo B

CRISTO Y LOS CRISTIANOS

“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”

La tierra de Jesús era tierra de labradores, pastores y cultivadores de vides. Por eso él recurría con mucha frecuencia a imágenes sacadas de ese ambiente para trasmitir las grandes verdades que predicaba a aquella gente sin estudios. El domingo pasado, por ejemplo, usaba la figura del pastor para indicarnos el cuidado, defensa y amor que nos tiene, hasta el punto dar la vida por nosotros en la cruz y ahora en los sacramentos, sobre todo en los del Bautismo y Eucaristía. Hoy, al hablar de la fuente de donde manan las obras buenas de nuestra vida familiar, profesional y social recurre a la imagen de la viña: “Como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid, tampoco vosotros si no estáis unidos a mí. Yo soy la Vid, vosotros los sarmientos”. No son los más listos, los mejores programadores, los expertos en sociología, sicología y marketing quienes renuevan la Iglesia sino los que más unidos están a Jesucristo. Ahí está el testimonio de la historia a favor de los santos. Si no leemos habitualmente la Palabra de Dios, si no rezamos, si no nos confesamos con frecuencia, si no vamos a misa, si no comulgamos, si no vivimos la caridad, si hacemos nuestra voluntad y no suya, nuestra unión con Cristo termina por ser nula. ¿No sirve para nada el talento, el trabajo, la competencia profesional, las cualidades humanas? Sirven y mucho si llevan la marca de Cristo. No sirven, e incluso pueden hacer mucho daño, si las empleamos separados de la vid.  No lo olvidemos: para dar fruto de buenas obras es imprescindible estar unidos a Jesús.