Domingo 2 de Cuaresma (16.3.2025) - Ciclo C
CAMINAMOS TRAS UN RESUCITADO
“¡Qué bien se está aquí!”
Estamos en el Monte Tabor. Jesús ha traído con él a los tres apóstoles que le acompañan en los grandes momentos: Pedro, Santiago y Juan. Pedro será el cimiento de su Iglesia; Santiago, el primero en morir por él y Juan es su discípulo predilecto. Antes de que esto suceda, los tres van a pasar por una durísima prueba: su pasión y muerte y a los tres les van a temblar las entretelas de su fe. ¿Han sido unos ilusos al dejar casa, trabajo y familia para seguir a un muerto en el patíbulo donde se ajusticia a los malhechores? Jesús conoce muy bien que pueden sucumbir y quiere mostrarles que su muerte no es la última palabra de su vida sino el paso previo y necesario para su resurrección y plena glorificación. Hoy les dejará ver un destello de su futura gloria. Sus vestidos se vuelven más blancos que la nieve, su rostro brilla más que el sol, se hacen presentes Moisés y Elías, en representación de la Ley y los Profetas, y sobre todo, se escucha esta voz del Padre: “Éste es mi Hijo amado, escuchadle”. Los tres apóstoles quedan subyugados por lo que ven y Pedro no puede menos que exclamar: “¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas y quedémonos a vivir”. Cuando termina “el espectáculo”, vuelve la normalidad de la vida. Mientras bajan, arden en deseos de comunicárselo a los demás compañeros. Pero Jesús les amonesta: “No contéis a nadie lo que habéis visto”, hasta que yo haya resucitado. Nosotros, como estos tres apóstoles, nos desconcertamos cuando llega el dolor. Es el momento de recordar que no es castigo sino una prueba que tiene un sentido, aunque no lo entendamos.
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