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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 1 DE ADVIENTO (2. XII. 2012) - Ciclo C

¿ANGUSTIA PAGANA O ESPERANZA CRISTIANA?

“Se acerca vuestra liberación”

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Samuel Beckett escribió una obra teatral muy famosa: “Esperando a Godot”. En ella se describe la espera de un misterioso personaje, sin que se tenga la certeza de que realmente llegará. Debía venir por la mañana, pero envía recado que llegará por la tarde; por la tarde anuncia que vendrá al atardecer, y al atardecer que quizás llegue a la mañana siguiente. No es ésta la actitud vital del cristiano. El cristiano sabe que su vida, como la historia entera y el mundo, es una larga espera de un gran personaje. Pero a diferencia de lo que ocurre en la obra de Beckett, ese personaje llegará y no es otro que nuestro Señor Jesucristo. Durante muchos siglos se esperó su llegada a la tierra. Y, realmente, llegó cuando el Hijo de Dios asumió nuestra naturaleza humana y nació en Belén. Ahora, al cabo de muchos siglos, seguimos esperándole, pero de un modo muy diverso: “Vendrá al final de los tiempos en poder y gloria”. No sabemos cuándo ocurrirá esto, pero tenemos la certeza de que un día la espera se convertirá en encuentro. Al comenzar hoy el nuevo año de la Iglesia, el primer domingo de Adviento nos ofrece un evangelio que nos recuerda ese gran retorno de Cristo al final del mundo. Por eso, el Adviento tiene algo muy importante que comunicarnos. El mensaje es que nuestra vida no es una meta ya lograda, sino una serie de etapas que nos conducen a lo que será lo definitivo. Ese mensaje incluye también cómo ha de ser nuestro comportamiento durante la espera: “Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación por el dinero, y se os eche de repente aquel día”. Nuestra espera no es del mal estudiante que se olvida de que un día tendrá que examinarse y se dedica a todo, menos a estudiar. Aunque tampoco puede ser la de un estudiante angustiado por el examen.  Nosotros esperamos haciendo la tarea que Dios nos ha encomendado y con la esperanza y la paz del que sabe que Dios es su Padre amoroso. El final de nuestra espera no será, por tanto, ni el vacío de la nada ni el temor del siervo holgazán. Será la llegada amistosa y fraterna de nuestro Salvador.    

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