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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo de Ramos (29. III. 2015) - Ciclo B

LOS RESPONSABLES DE LA MUERTE DE JESÚS

“Hosanna al Hijo de David”  

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Estamos en el monte de los Olivos, donde ha llegado Jesús para entrar como Mesías en Jerusalén. Mirando de frente, nos deslumbra el esplendor del Templo y de la Ciudad Santa. Jesús viene escoltado por un nutrido grupo de discípulos que lo aclaman y vitorean: “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor, hosanna en lo alto del cielo”. Han comprendido que en Jesús, cabalgando a lomos de un pollino, se está cumpliendo la profecía de Zacarías: “He aquí a tu rey”. Por eso, tienden también sus vestidos sobre el suelo, cortan ramos de los árboles y alfombran el camino para que pase  su Señor. Saben que su rey cuenta con el favor de Dios. Dios le ha bendecido dándole la fuerza que necesita para llevar a cabo su obra, precisamente en Jerusalén. Jesús consiente, más aún, aprueba gozoso lo que están haciendo, mientras sigue cabalgando hacia el cumplimiento de su obra. Tiempo atrás había dicho a Pedro y a los demás apóstoles: “Subimos a Jerusalén y allí el Hijo del hombre será crucificado y al tercer día resucitará”. Lucas irá más lejos y tejerá todo su evangelio sobre un largo camino que va de Galilea a Jerusalén. Ya estamos en ella. Pero no caigamos en un falso espejismo. La gente es tan buena como manejable y manipulable. Por eso, dentro de cinco días los “vivas” se convertirán en “muera, crucifícale”. Valga en su descargo, que los “muera” de entonces no serán tan espontáneos como los “vivas” de hoy, pues habrán sido instigados y azuzados por las autoridades político-religiosas del Sanedrín. Pilatos también quedará implicado, porque su cobardía le llevará a lavarse las manos y entregar a Jesús para que le crucifiquen. Pero hay más implicados. Estamos implicados y somos responsables todos nosotros. Sí. Porque él ha muerto por nuestros pecados ¡Pobres de nosotros si nos pidiera cuenta de nuestro deicidio! Pero no lo hace. Se contenta con que escuchemos esta súplica: “Déjame verter mi sangre salvadora sobre ti, hecha perdón y esperanza”. ¿Rechacemos un amor de tantos quilates y rehuiremos confesarnos para reconciliarnos con Dios?      

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