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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 5 de Cuaresma (22.III.2015) - Ciclo B

SUFRIR Y AMAR

Si el grano de trigo no muere, queda infecundo

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Jesús se encuentra en Jerusalén. Ha venido para celebrar la Pascua. También han venido otros muchos de toda Palestina. Incluso han llegado no pocos prosélitos judíos provenientes del helenismo. Un grupo de estos, que ha oído hablar de Jesús y de sus milagros, quiere verle y se lo dicen a Felipe y Andrés, quienes se lo comunican a Jesús: “Unos griegos quieren verte”. Su respuesta es aparentemente desconcertante: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. Lo será cuando sea elevado sobre la Cruz, es decir, cuando muera. Entonces su fuerza redentora llegará también a los griegos, es decir, a los paganos. Porque entonces se convertirá en grano de trigo que se siembra en la tierra y lo que parecía su destrucción será, en realidad, su glorificación. Si el grano de trigo no se pudre en la tierra, no se destruye. Pero se lo comen los pájaros o es convertido en harina. Caer en la tierra y morir es condición para salvar la propia vida y para dar fruto. El fruto que produce la muerte de Cristo es, en primer lugar, su vida de Resucitado. Pero es también la Iglesia, la comunidad de todos los bautizados, que nació de su costado abierto en la Cruz. Más aún, es la comunidad de los redimidos, formada por todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, que han sido salvados de sus pecados por su muerte y resurrección. Para vivir hay que morir, para dar fruto hay que destruirse por amor, para resucitar hay que subir antes a la cruz. “El que no entiende dolores, no entiende amores”, dice el poeta, y el que no sabe sufrir no sabe amar, repite, sin palabras, la historia de todas las madres. El egoísta, el que sólo piensa en pasarlo bien, el que va siempre y sólo a lo suyo, al final se encontrará como la película de Balarrasa: con las manos vacías. Su vida no ha sido vida, porque no habrá dejado huella. Los genios y los santos saben mucho sobre el símil del grano de trigo que cae en tierra. Ante la ya inminente celebración de la Pascua, ¿no vale la pena preguntarse –y responder con sinceridad- si estamos dando frutos de vida humana y cristiana o si nuestra vida está llena de vacío egoísta?       

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