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LITURGIA DEL VATICANO II

BAUTISMO DEL SEÑOR (12. I. 2014) - Ciclo A

JESÚS ESTÁ DE NUESTRA PARTE

“Cumplamos lo que Dios quiere”

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Estamos en el río Jordán. Una larga fila de hombres y mujeres vienen a que Juan les bautice. Hay labradores, pescadores, amas de casa, pastores, soldados, gente de mal vivir. Todos han escuchado la llamada del Bautista a cambiar de vida y vienen arrepentidos y dispuestos a emprender otro modo de vivir. Cuando le llega su turno, Jesús se acerca también para que Juan le bautice. Juan reacciona como hubiéramos reaccionado nosotros: “Soy yo el que necesita que tú le bautices ¿y tú acudes a mí?” Jesús no se pone a discutir y le dice llanamente: “Déjalo por ahora. Es preciso que cumplamos toda justicia”. “Justicia” es sinónimo de lo que Dios quiere. Jesús, pues,  dice a Juan que la voluntad de Dios es que se ponga en medio de los pecadores, no entre los que se creen justos e irreprensibles, y que reciba el bautismo. Ciertamente, él sabe que no tiene ningún pecado del que arrepentirse, pues se ha hecho igual a nosotros en todo, menos en el pecado. No es un pecador, pero ha venido a salvar a los pecadores. A todos. Incluso a los que sean grandísimos pecadores. Su ayuda a los pecadores comienza ya desde ahora poniéndose no a parte sino entre ellos, a su lado. Juan accede y le bautiza. Y, en ese preciso momento, recibe la confirmación de que el que tiene delante no es un pecador sino nada menos que el Hijo de Dios, el Santo de los santos. Precisamente por esto, por no ser pecador, puede ponerse al lado de los pecadores y ayudarles. El Papa Francisco no se cansa de invitar a los pecadores a venir a reconciliarse con Jesús sin cansarse. Él no se cansa de perdonar. Nosotros –insiste el Papa- no hemos de cansarnos de pedir perdón. Tenemos que cambiar el chip y asumir que el gran enemigo nuestro no es el pecado sino la impenitencia, el cerrarnos al perdón. No pedir perdón por el orgullo de creernos buenos y no pedirlo por el orgullo herido al tener que reconocer que no lo somos. Mientras tanto, el demonio se frota las manos, porque seguimos siendo sus esclavos. Y nuestra alma se resiente. Porque sólo el perdón de Dios pacifica la conciencia y nos devuelve el gusto de vivir. ¿A qué esperar?

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