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LITURGIA DEL VATICANO II

LA SAGRADA FAMILIA (domingo 29.XII. 2013: infraoctava de Navidad) - Ciclo A

¿QUIÉN MUEVE LOS HILOS DE LA HISTORIA?

“Así se cumplió lo que dijeron los profetas”

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Tres mandatos imperiosos, tres obediencias perfectas, un proyecto realizado y otro destruido. Este es cuadro del evangelio de este domingo de la Sagrada Familia. Dios envía su ángel a José por tres veces con un mensaje tajante: “Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto”; “Levántate, toma al Niño  a su Madre y vuelve a Israel”; “Toma al Niño y a su Madre y vete a Nazaret”. José no discute ni protesta. Cumple sin pestañear lo mandado: “José se levantó, tomó al Niño y a su Madre de noche, y fue a Egipto”; “José se levantó, tomó al Niño y a su Madre y volvió a Israel”, “José tomó al Niño y a su Madre y se fue a Nazaret”. Esta obediencia rendida destrozó el plan destructor de Herodes y sacó adelante el plan protector de Dios con su Hijo recién nacido. Herodes, ciertamente, mató a todos los niños de Belén y alrededores de dos años para abajo. Pero ha pasado a la historia como un sanguinario y un burlado, pues mató a los que no le molestaban y dejó vivo al que quería aniquilar. El gran triunfador fue, como siempre, Dios, que es quien mueve realmente los hilos de la historia. Los hombres, sobre todo los poderosos, creen que son ellos los que hacen y deshacen. Así lo pensaba Augusto cuando mandó hacer el censo universal, que obligó a María y a José a ir a Belén desde Nazaret. No podía imaginar que, en realidad, su proyecto era un instrumento en las manos de Dios para llevar a cabo lo que había puesto en boca de los profetas muchos siglos antes: que  el Mesías nacería en Belén. Sin embargo, Dios necesita personas tan obedientes y serviciales como José. Por eso suele echar mano de gente sencilla y dócil, que sólo busca servir y obedecer. Y suele prescindir de la gente importante y poderosa, que busca su bien personal incluso a costa de pisotear a los inocentes. Deberíamos pensar más que Dios cuenta con nosotros para hacer cosas grandes, pero necesita nuestra obediencia amorosa y rendida a sus designios. Así mismo, los que quieren “acabar con Jesucristo y con la Iglesia” también deberían tentarse más la ropa, porque no son ni serán nunca dios, aunque se lo propongan.       

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