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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 28 DEL TIEMPO ORDINARIO (10.X.2010) - Ciclo C

PETICIÓN Y

AGRADECIMIENTO

«Señor, ten misericordia de nosotros»

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Hace unos años vi una película que me impactó. Describía la vida de una leprosería en una isla del archipiélago de Hawai, a la que llegó un joven párroco belga con el fin de dedicar su vida al cuidado de los leprosos. Todavía recuerdo a ese sacerdote, joven y esbelto a su llegada, pero irreconocible cuando la enfermedad hizo presa de su cuerpo. La isla se llamaba Molokai y el sacerdote era el padre Damián, beatificado por el Papa Juan Pablo II. Me ha venido ahora a la memoria, porque el evangelio de hoy habla de leprosos. Un día que Jesús iba de camino hacia Jerusalén, pasó cerca de diez hombres enfermos de lepra. Desconocemos el lugar y si era por la mañana o por la tarde. Pero conocemos el núcleo fundamental. Esos hombres, que llevaban una existencia completamente separada de su familia y de su comunidad humana y que debían gritar «peligro, somos leprosos, apartaos», comenzaron a dar voces y a decir: «Jesús, ten piedad de nosotros». Jesús no les dijo, como en otras ocasiones, «quedáis curados», sino que les mandó presentarse a los sacerdotes, que eran los encargados oficiales de certificar que la lepra había desaparecido. Mientras cumplían el mandato, fueron curados. Uno de ellos, sólo uno, volvió sobre sus pasos para agradecérselo a Jesús. Para él, la curación se convirtió en un encuentro con Dios. Jesús, que es perfecto hombre, se dejó escapar dolorido: «¿No han quedado limpios los diez? Los otros, ¿dónde están?» Está bien que pidamos a Dios lo que necesitamos. Incluso que haga milagros. Pero, una vez que lo hemos recibido, hemos de dar gracias. La petición y el agradecimiento son el modo habitual de nuestra oración y de nuestra relación con Dios. Si sólo pedimos, nos empobrecemos más, al no dar gracias. Si concentramos nuestra mirada en el don que necesitamos en lugar del donante, que es Dios, perdemos la oportunidad de experimentar y reconocer el amor del donante. ¡Cuantísimos dones no habremos recibido en nuestra vida, de orden material y espiritual! Que salga hoy de nuestro corazón un fervoroso y convencido «¡gracias, Dios mío!».             

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