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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 4 de Cuaresma (15.III.2015) -Ciclo B

UN AMOR NUNCA SUPERADO

“Entregó a su Hijo único”

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El evangelio de este domingo cuarto de Cuaresma es tan importante, que si desaparecieran los cuatro los cuatro Evangelios, las Cartas y los Hechos de los Apóstoles y se salvara él, habríamos salvado de esencia de todo el Nuevo Testamento. No es una exageración. En efecto, la síntesis y el resumen del Nuevo Testamentos es lo que hoy nos trasmite san Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Aquí está la quintaesencia del misterio escondido en Dios desde siempre y manifestado y realizado al enviarnos a su Hijo como Salvador y Redentor. Nadie ha quedado excluido. Al contrario, cada uno de nosotros puede decir con san Pablo, sin miedo a exagerar: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”. Lo  triste es que nosotros respondamos con una paradoja inexplicable. ¡Cuántos y cuántas se cierran a este amor, lo rechazan, lo menosprecian! Es un triste privilegio de nuestra libertad. Pero todavía estamos a tiempo y no es demasiado tarde para reemprender –o emprender por primera vez- el retorno al amor del Padre. Nos parecemos al hijo pródigo, que se las imaginaba muy felices lejos del amor de su padre y se encontró con la dura realidad de que se moría de hambre mientras los jornaleros de su padre comían pan hasta hartarse. No obstante, tuvo la cordura y la valentía de volver a casa. Y allí se encontró con lo que no se podía imaginar: un padre que le comía a besos, le vestía el traje de fiesta y organizaba un banquete para celebrarlo. Si él escribiera este comentario, estoy seguro de que daría por bueno el calificativo que la liturgia da a ese domingo: “Domingo de la alegría”. Pero añadiría este importante matiz: “Domingo de la alegría si te acercas al sacramento de la alegría”, que eso es el sacramento de la penitencia. Hagamos la experiencia y gustemos la paz, el consuelo y la alegría que conlleva escuchar a Jesucristo, por medio de su sacerdote: “Yo te perdono. Vete en paz y no vuelvas a pecar ¡No nos arrepentiremos!           

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