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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo de Pentecostés (24. V. 2015) - Ciclo B

LA HORA DEL ESPÍRITU

“Recibid el Espíritu Santo”

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Tres palabras resumen del evangelio de hoy: presencia, misión y poder. En primer lugar, presencia del Resucitado en medio de sus discípulos, llenos de miedo e inquietud, pues piensan que el poder de los enemigos es más poderoso que la protección de Dios. Jesús lo sabe y viene con su presencia y con su paz: “Paz a vosotros”. Y les muestra su carné de identidad de Resucitado, que es la garantía de la paz: las manos y el costado traspasados. Pero el encuentro con el Resucitado es también el momento de la misión. Jesús les confía la misión que él ha recibido del Padre: “Como el Padre me envió, así también os envío yo”. En otro momento les aclarará más esta misión: “Id al mundo entero y haced discípulos míos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Misión imposible para sus capacidades y posibilidades. Pero él no pide imposibles. Por eso, les añade: “Recibid el Espíritu Santo”. Con este poder podrán llevar a cabo la misión. Y, efectivamente, armados con él, marcharon mundo adelante e hicieron discípulos de todos los pueblos. Nosotros somos parte de esta inmensa cosecha. Ahora nos toca a nosotros pasar el testigo y hacer nuevos discípulos. El evangelio de hoy nos ha trazado el camino. Ese camino arranca del encuentro personal con Jesucristo, como Persona viva y presente en medio de nosotros. Sigue con la toma de conciencia de que somos enviados por él a nuestros contemporáneos. Y concluye con la donación-recepción del Espíritu Santo. No hay otro camino, porque los cristianos no somos viajantes que anuncian y venden un producto llamado “cristianismo”. Somos testigos de alguien y de algo. Ese “alguien” es Jesucristo y ese “algo” es nuestra fe en él. Por eso necesitamos el poder del Espíritu Santo. Ya lo tenemos por el Bautismo y la Confirmación. Pero, además de ser más conscientes de ello, necesitamos creérnoslo de verdad. El de hoy es un día estupendo para caer en la cuenta de que el gran protagonista de la Iglesia, de nuestra vida y de nuestra actividad apostólica no somos nosotros sino el Espíritu Santo. ¡Ojalá no lo olvidemos nunca!    

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