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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 19 del Tiempo Ordinario 9.VIII. 2015) - Ciclo B

UN PAN QUE NO ES PAN

“El pan… es mi carne”

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Siempre que se celebra la Eucaristía, el sacerdote pronuncia unas palabras sobrecogedoras. Son las palabras con las que consagra el pan y el vino. Cuando dice sobre el pan  “esto es mi Cuerpo” y sobre el vino “este es el cáliz de mi sangre”, el pan y el vino se trasforman en Cristo mismo en Persona. Es verdad que el pan y el vino siguen teniendo las mismas apariencias que antes –“especies” las llaman los teólogos-: el mismo color, el mismo sabor, el mismo peso. Pero el cambio ha sido no sólo profundo sino total. Lo que está más allá de las apariencias sensibles –“sustancia” lo llaman los teólogos- se ha cambiado en Cristo mismo. Es un milagro prodigioso, mucho más espectacular que el que contemplábamos hace dos domingos: la multiplicación de los panes y los peces. Allí había panes y peces en todo el proceso: en el punto de partida, en el punto de llegada y el punto intermedio de la comida. Aquí no. Aquí hay pan y vino en el punto de partida, pero hay la Persona de Cristo en el punto de llegada. Por eso, cuando comulgamos, no comemos pan y bebemos vino, sino que comemos y bebemos al mismo Cristo como Persona viva. En la Eucaristía se hace presente Jesucristo Resucitado. El que tiene poder para cambiar el agua en vino –como hizo en Caná de Galilea-, de andar sobre las aguas del mar –como hizo en el lago de Genesaret- y resucitar a los muertos –como hizo con Lázaro- , tiene poder para cambiar el pan y el vino en su misma Persona, en él mismo. Comulgar es comer a Cristo, alimentarse con Cristo. Se cumple la promesa que había  hecho en la sinagoga de Cafarnaum: “Os daré a comer mi Carne”. Los judíos pensaban que Jesús les proponía ser antropófagos. No era así. Jesús resolvió el problema con la misma facilidad que resolvía las cuestiones más complicadas: haciendo que el pan y el vino cambiaran en la profundo de su ser y permanecieran igual en lo externo. Lo contrario que si alguien se  tiñe el pelo y se peina de modo extravagante: cambia en su apariencia pero no en su realidad. Avivemos nuestra fe, creamos sus palabras y confesemos su verdad.     

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