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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 10 del Tiempo Ordinario (5. VI. 2016) - Ciclo C

UN ENTIERRO CONVERTIDO EN FIESTA

“Muchacho, levántate”

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Estamos en Naim. Un pueblo cercano a Nazaret. Jesús está de paso y se encuentra con una realidad que no se da todos los días: un cortejo fúnebre en el que llevan a enterrar a un chico joven. Hijo “único”, para más señas. Y, por si fuera poco, “hijo de una viuda”. Jesús se topa de improviso con la comitiva. Pero no pasa de largo ni se queda al margen de lo que está viendo. Al contrario, descubre una madre que va hecha un mar de lágrimas, se conmueve y manda detener el cortejo. ¡Gran  humanidad y gran corazón el suyo! La primera condición para remediar una necesidad es tener ojos para verla y corazón para sentirla. Quien está ciego por las cataratas del egoísmo o tiene el corazón endurecido por la indiferencia nunca hará nada por los demás, aunque sus necesidades griten con fuerza. Pero no es suficiente ver y sentir las necesidades, por más que tantas veces sea lo único que podemos hacer. Es necesario actuar. Hay que remangarse y hacer lo que esté en nuestras manos. Podemos mucho más de lo que nos imaginamos. ¡Cuántos milagros se harían en el mundo si cada uno hiciéramos lo que podemos hacer! No tenemos el  poder y la omnipotencia de Jesús, que mandó al muchacho volver a la vida y resucitó. Nosotros no podemos convertir un cortejo fúnebre en una gran fiesta, como hizo Él. Pero podemos mucho más que lamentarnos. Recordemos a la madre de san Agustín. Ella se sentía impotente para sacarle del vicio. Sólo podía  rezar y llorar. Y fueron sus lágrimas hechas oración las que hicieron que Dios hiciera de aquel libertino un gran santo. ¡Cuántas viudas de Naim hay ahora en el mundo! No sólo las madres que tienen que enterrar a sus hijos muertos en un accidente o por una enfermedad galopante. Hay muchas otras que ven que sus hijos están muertos por el alcohol, la droga, el sexo o tantas y tantas dependencias destructoras. Jesús no os quiere menos que a la de Naim, me atrevo a deciros. Y, si me perdonáis, añadiros: Id a Jesús. Golpead su corazón misericordioso con vuestras lágrimas hechas oración suplicante. Sabed esperar. ¡Y logaréis el milagro!       

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