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LITURGIA DEL VATICANO II

Corpus Christi (29.V.2016) - Ciclo C

LA CAMPANA Y LOS CAMPANEROS  

“Dadles vosotros de comer”

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No importa que ya no podamos cantar “tres jueves hay en el año que relucen más que el sol”. Porque si “la campana suena igual aunque la cambien de sitio”, lo decisivo no es si el Corpus suena desde la torre del domingo o del jueves, sino si el misterio que celebramos hoy, domingo, es el mismo que el de antes. Afortunadamente, así es: hoy como entonces el Corpus es la fiesta que confiesa, celebra y proclama alborozada la presencia real de Jesucristo entre nosotros. Jesucristo, en efecto, se hace presente cada vez que un sacerdote le presta su voz en la misa para decir estas sobrecogedoras palabras: “Esto es mi Cuerpo”, “Este es el cáliz de mi Sangre”. Dichas por él tienen una fuerza tal, que cambian el pan y el vino en él mismo. En sus labios esas palabras nos entregan mucho más que un símbolo o una fuerza salvadora: una especie de fotografía fija o animada. Nos entregan a Él mismo, en su realidad total de Dios-Hombre. Por eso es lo que es la Eucaristía. Santo Tomás lo razonaba con el rigor y el vigor que le caracterizan: “Porque los demás sacramentos contienen la gracia, éste, en cambio, contiene al autor de la gracia”. La gente de nuestro pueblo asumió con gran fe esta verdad y se sintió empujada a convertir la fiesta del Corpus es una especie de fiesta nacional. Que eso fue el Corpus en España, cuando éramos capaces de descubrir y evangelizar un nuevo mundo. Nosotros somos hoy los herederos de esa gran tradición, los campaneros que portan la campana de la Eucaristía por las calles y plazas de nuestras ciudades y pueblos, invitando a propios y extraños a gritar a pleno pulmón: “Dios está aquí. Venid, adoradores, adoradores, adoremos a Cristo Redentor”. En un mundo tan secularizado como el nuestro urge proclamar que el gran mensaje del Corpus es que es “el día de la Eucaristía”. Pues, si creemos esto y en la medida que lo creamos, seremos capaces de hacer del Corpus también “el Día de la Caridad”, el día de dar a los demás pan, cercanía, tiempo, soluciones laborales, trabajo y tantas cosas. La caridad cristiana, que no es mera filantropía, tiene su justificación y exigencia en la fe.               

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