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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA (11.IV.2.010) - Ciclo C

SOBERBIA INTELECTUAL E INCREENCIA

«Dichosos los que crean sin haber visto»

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Siempre me ha llamado mucho la atención el modo de reaccionar de algunos dirigentes judíos ante el milagro de Lázaro. Fue un milagro no sólo real, sino espectacular. Porque Lázaro, además de muerto, se encontraba en estado de putrefacción: «Ya huele», ya está corrompiéndose, dice Marta a Jesús. Y bastó que Jesús dijera: «Lázaro, sal fuera», y Lázaro volvió a la vida. ¿No era lógica y cuerda la reacción de la muchedumbre, que se entusiasmó con el milagro y comenzó a proclamar que «nadie ha hecho cosa igual»? Pues, a pesar de lógica y de la evidencia, aquellos dirigentes toman esta absurda resolución: «Desde entonces determinaron cómo acabar con Él». ¿Por qué reaccionan así y por qué dijeron que Jesús echaba demonios porque él mismo era demonio y actuaba con el poder del demonio? Sólo hay una razón: su soberbia intelectual. Estaban cerrados a razones y acciones que no coincidieran con las suyas. Siempre ocurre igual. El que no es humilde de mente y de corazón, es incapaz de abrirse a nada ni a nadie que no sea él o piense y actúe como él. Siempre ha habido este tipo de personas. Hoy, quizás, abundan más. Afortunadamente, son más frecuentes los que reaccionan como Tomás, apellidado «el incrédulo». Ciertamente, cuando volvió a casa la tarde Pascua y sus diez compañeros le dijeron, exultantes de gozo, «hemos visto a Jesús, ha resucitado», contestó con mucha pose: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto la mano en su costado, no creo». Pero luego, cuando vino Jesús a los ocho días, y le dijo: «Trae tu mano, aquí tienes mi costado y no seas incrédulo, sino creyente», se tiró a sus pies, no quería meter la mano en la llaga e hizo esta humilde confesión: «Señor mío, y Dios mío». En un primer momento reaccionó con soberbia; luego, con humildad. No era soberbio intelectual. Era un poco desconfiado, un poco terco, un poco echado para adelante. Nunca me han preocupado este tipo de personas, porque son capaces de rectificar y cambiar de parecer. El caso que siempre me ha parecido terrible y peligroso es el del soberbio que no da su brazo a torcer, que siempre cree tener razones y argumentos para todo. ¡Qué cerca están este soberbio y el increyente!   

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