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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 6 de Cuaresma. Domingo de Ramos (24.III.2013)- Ciclo C

¿QUIÉN MATÓ A JESÚS?

“Hosanna al Hijo de David”  

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Estamos en el monte de los Olivos, a la altura de Betfagé. Mientras bajamos la pendiente hacia el valle del Cedrón, quedamos deslumbrados por la visión del Templo y de toda la ciudad de Jerusalén. Jesús viene escoltado por un nutrido grupo de discípulos que ha retomado el grito del ciego de Jericó: “Jesús, hijo de David”, dándolo un sentido completamente mesiánico: “Bendito el que viene en nombre del Señor, hosanna en lo alto del cielo”. Viendo a Jesús cabalgando a lomos de un pollino, han comprendido que se está cumpliendo la profecía de Zacarías: “He aquí a tu rey”. Por eso, tienden sus vestidos sobre el suelo, cortan ramos de los árboles y alfombran el camino para que pase  su Señor. Saben que su rey cuenta con el favor de Dios. Es el bendito de Dios, Dios le ha bendecido dándole la fuerza que necesita para llevar a cabo su obra, precisamente en Jerusalén. Jesús consiente, más aún, aprueba gozoso lo que están haciendo, mientras sigue cabalgando hacia el cumplimiento de su obra. Tiempo atrás había dicho a Pedro y a los demás apóstoles: “Subimos a Jerusalén y allí el Hijo del hombre será crucificado y al tercer día resucitará”. Ya estamos en Jerusalén. Y, tras esta entrada triunfal y apoteósica, otra muchedumbre volverá a gritar, pero con un grito que romperá los tímpanos más insensibles: “Crucifícale, crucifícale”. Es un grito coreado por la muchedumbre pero instigado y azuzado por las autoridades político-religiosas del Sanedrín. Pilatos también queda implicado, porque su cobardía le lleva a lavarse las manos y entregar a Jesús para que le crucifiquen. Pero la historia completa no concluye con la condena de Jesús a muerte por pueblo, las autoridades judías y Pilatos. La historia completa es que todos formamos parte de esa muchedumbre que grita enfurecida “crucifícale”. Todos hemos condenado a muerte a Jesús, todos somos culpables de su muerte. Porque él ha muerto por nuestros pecados. Pero no nos lo echa en cara, sino que nos dice: “Déjame verter mi sangre sobre ti, hecha perdón y esperanza”. ¿Seremos tan crueles que rechacemos un amor tan limpio y tan verdadero?      

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