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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 6 de Pascua (1.V.2016) - Ciclo C

PAZ DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

“Mi Padre le amará”

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El domingo anterior ya lo insinuaba, pero el de hoy lo muestra con toda claridad: la Iglesia no mira ya al Resucitado presente entre los suyos sino a su ausencia. Mejor dicho, mira más a otro tipo de presencia del Resucitado que a su presencia visual. Por eso, el evangelio de hoy es parte del gran discurso de la Última Cena, momento en que Jesús se despide de los suyos y les comunica grandes intimidades. Ante todo, que no les abandonará ni dejará solos. Dentro de poco ya dejarán de verle, pero él les seguirá acompañando. Más aún, les acompañará con el Padre y el Espíritu Santo. “Al que guarda mis palabras, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” y “el Padre en mi nombre“, os  enviará “un Consolador”. Él hará de maestro y de memoria. Será “maestro” porque les enseñará “todo”, es decir, les hará comprender lo que hasta ahora no han entendido. Será “memoria” porque les hará recordar “todo lo que os he dicho”. Por eso, no tienen que tener miedo. Tendrán, ciertamente, dificultades en la vida pero saldrán vencedoras de todas ellas, porque él estará detrás ayudando, consolando y perdonando. Además, les da su paz. No la paz del mundo sino “su” paz. La paz del Resucitado es un don interior, brota de la armonía interior, que, a su vez, hunde sus raíces en la aceptación de la voluntad de Dios y en saberse amado por él, pase lo que pase. La paz del mundo, como comprobamos a diario, no es paz verdadera, sino una paz frágil, exterior, que se rompe por poco y que es incapaz de sobrepasar los conflictos. La paz de Cristo, en cambio, es una paz que resiste incluso en las circunstancias más adversas, negativas y difíciles. Porque esas adversidades se convierten en ocasiones para ahondar en el paz interior, para abandonarse en los brazos de Dios y para crecer en la confianza y el amor. Los hombres y mujeres de hoy hablan mucho de paz, pero pocas veces en la historia han existido más inquietudes y más luchas que ahora en las personas, en las familias y en los pueblos. Es así, porque se busca la paz donde no se encuentra o se quiere comprar con dinero, armas, poder y placer lo que es don de Dios. 

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