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LITURGIA DEL VATICANO II

Solemnidad de Pentecostés (31.V.2020) - Ciclo A

UN NUEVO PENTECOSÉS

“Recibid el Espíritu Santo”

*****Celebramos hoy la solemnidad de Pentecostés. Al principio fue una fiesta agrícola por la cosecha. Luego pasó a conmemorar la alianza de Dios con su pueblo en el monte Sinaí y la entrega de los diez mandamientos y se convirtió en fiesta de peregrinación a la Ciudad Santa, a la que acudían gentes de todo el mundo entonces conocido. En el Pentecostés que siguió a la Resurrección de Jesucristo tuvo lugar un suceso extraordinario que le dio un sentido diferente: los apóstoles, reunidos en oración en el Cenáculo de Jerusalén, junto con María, la Madre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo. Si hasta entonces habían permanecido en Jerusalén por mandato expreso de Jesús, ahora son lanzados al mundo entero: “Como el Padre me envió, así os envío Yo”. Como el Padre envió a su Hijo para salvar a todos los hombres y mujeres del mundo, una vez realizada con su entrega hasta la muerte,  él envía a sus discípulos a comunicársela mediante el bautismo y los demás sacramentos. Eran muy poca cosa: un puñado de incultos, cobardes y de visión estrecha y corta. Por eso necesitaban el Espíritu Santo. Con él podrían comerse el mundo. Y se lo comieron. Armados con la fuerza y sabiduría de lo alto se lanzan por las calles y plazas de Jerusalén, anuncian que Jesucristo ha muerto y resucitado por ellos, les llaman a la conversión y al bautismo, ellos se arrepienten y bautizan y surge la primera comunidad de discípulos de Jesús. Una comunidad hecha de todos los pueblos. Una comunidad que, consciente de que todos han recibido el mismo bautismo, no distingue entre siervos y libres, judíos y griegos, varones y hembras porque en todos ve hermanos y hermanas. Nosotros ahora podemos tener la impresión de ser un puñado de personas parecido al de los apóstoles antes de Pentecostés. Si  de nosotros dependiera la eficacia de la misión de la Iglesia, sería para tomarlo a broma. Para nuestra fortuna -y la de todos-, depende del Espíritu. Nosotros somos instrumentos en sus manos. Pidamos a María, en este último día de mayo, que su Hijo repita en su Iglesia el primitivo Pentecostés. El mundo lo necesita con urgencia.                         

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