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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 26 del Tiempo Ordinario (27.9.2020) - Ciclo A

NO BASTAN LAS PALABRAS

“No voy, pero luego fue”

*** Nuevamente una parábola de viñas y trabajadores. Pero en la de hoy, el dueño no sale a la plaza a contratar obreros sino que los tiene en casa: son sus dos hijos. Cuando les mandó a trabajar, el primero le dio muy buenas palabras, pero no fue. El segundo, en cambio, le contestó de pronto “no me da la gana” pero, luego, se arrepintió y fue a trabajar a la viña. ¿Cuál de los dos, preguntó Jesús a los sacerdotes y jefes del pueblo judío, hizo la voluntad del padre? La respuesta era obvia: “El segundo”. El Dueño de la viña es Dios, la viña es su voluntad, expresada en sus mandamientos, el primer hijo representa a los que se quedan en palabras y sin obras, y el segundo a los que comienzan obrando mal pero luego se arrepienten. La enseñanza de Jesús es clara: Ante Dios no bastan las palabras sino que son necesarios los hechos de conversión. Para que no quedara ninguna duda, él mismo interpretó su parábola con dos ejemplos bien conocidos por sus interlocutores. Éstos habían acogido de buena gana la alianza y sus exigencias, pero luego convirtieron la religión en algo puramente externo y vacío de lo que Dios realmente mandaba a través de ellas. Por eso, cuando Juan el Bautista y él mismo les recordaron que debían cambiar y vivir de verdad la religión, les rechazaron y persiguieron. En cambio, los publicanos y las prostitutas –ambos pecadores públicos-, acogieron su llamada a la conversión y cambiaron de conducta. Por eso sentenció: ellos y ellas  os precederán en la entrada en el reino. No porque ellos y ellas fueron lo que fueron, sino porque reconocieron su pecado y se volvieron a Dios. Una pregunta resulta hoy ineludible para cada uno de nosotros. Es ésta: “¿Vivo yo mi vida cristiana de modo rutinario y sin que influya en mi trabajo, familia, diversión, compromiso social y político o mi fe cristiana me lleva a vivir como Dios espera todas y cada una de esas dimensiones de mi vida? Pero no nos quedemos a medio camino. Si descubriéramos –y lo más probable es que descubramos- que nuestra vida de cada día está lejos de ser lo que Dios quiere que sea, estamos a tiempo de arrepentirnos y comenzar de nuevo.            

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