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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 25 del Tiempo Ordinario (20.9.2020) - Ciclo A

JUSTICIA Y BENEVOLENCIA

“Id vosotros a mi viña”

*** El evangelio de hoy recoge una estampa muy familiar a los viticultores de La Ribera. Un labrador que sale a la plaza a contratar obreros para trabajar en su viña. Pero mientras la contrata se hacía aquí al comienzo del día, en el relato evangélico tiene lugar muy de mañana, a mediodía, a primera hora de la tarde y casi al ponerse el sol. Y también, a diferencia de lo que aquí y en todas partes ocurre, a la hora del salario pagó lo mismo a los de la primera hora que a los del atardecer. En lo que no hay diferencia es en la reacción de los obreros: los que habían trabajado todo el día, protestaron porque les igualaba con los que apenas había trabajado un hora, pese a que el dueño de la viña les pagó el salario convenido. Ellos se regían por el “tanto trabajas, tanto ganas”. Pero el dueño no manejó sólo la justicia sino la benevolencia. Por eso, pagó a todos el mismo jornal. Es fácil adivinar que el labrador es Dios, que los obreros somos los hombres, que las horas de contrata coinciden con las de nuestra vida: niñez, juventud, madurez, vejez, y que el salario es la vida eterna.  A lo largo de mi ministerio lo he comprobado más de una vez. Personas que, por ejemplo, habían estado totalmente apartadas de Dios y de los sacramentos, tocadas por la gracia, reaccionaron en el crítico momento de su muerte como el buen ladrón en la cruz, y murieron en paz y en gracia de Dios. He de confesar que nunca se me ocurrió pronunciar un “no hay derecho”. Todo lo contrario. Es verdad que yo fui llamado al tajo cuando era niño. ¡Bastante jornal me han pagado, permitiéndome trabajar tantos años en la Viña del Señor! Y confío que, al final, también recibiré el sueldo del Cielo, no por merecimiento mío sino por pura benevolencia suya. Todo es gracia, dijo una vez Bernanos. Efectivamente, no nos autosalvamos. Fuimos  salvados por la muerte y resurrección de Jesucristo y, luego, por las gracias continuas que Dios nos ha dado. Nosotros ponemos un poquito. Lo que pone la mano de quien recibe el dinero con el que compra el coche. No aguardemos al final de la vida para ir a la Viña del Señor. Pero si no hacemos antes, vayamos, al menos, en ese momento.             

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