Blogia
LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 24 del Tiempo Ordinario (13.9.2020) - Ciclo A

PERDONAR Y OLVIDAR

“Págame lo que me debes”

**** Castilla es la tierra de las lealtades, del valor de la palabra dada y de las grandes amistades. Por eso es también la tierra de los grandes rencores y de las rupturas de por vida. De hecho, hermanos que han comido durante años en la misma mesa y amigos que han sido íntimos, cuando riñen, pueden dejar de hablarse para siempre e incluso odiarse. Sin llegar a esos casos límite, nos cuesta perdonar las ofensas que todos recibimos dada la débil condición humana. Por eso, nos viene como anillo al dedo el evangelio de este domingo, en el que se nos plantea, con toda radicalidad, la necesidad de perdonar. Resulta que un empleado tenía una deuda de varios millones de euros –eso eran diez mil talentos- con su señor. En vistas de que éste estaba dispuesto a venderle a él, a su mujer y a sus hijos y luego meterle en la cárcel hasta que pagara todo, se puso de rodillas ante él con esta súplica: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Movido a compasión, el hacendado le perdonó toda la deuda. Al salir, después de este generosísimo perdón, se topó con un compañero que le debía cien denarios, cifra ridícula frente a su deuda. El compañero hizo lo mismo que había hecho él. Pero, en lugar de perdonarle la deuda, como habían hecho con él, después golpearle y tirarle al suelo, le metió en la cárcel hasta que le pagara lo debido. Cuando lo vieron los otros criados, quedaron horrorizados y fueron a contárselo al amo. Éste, mandó llamarlo y le dijo: ¡Mala persona!, “yo te perdoné la deuda. ¿No debías tú haber hecho lo mismo?” Y, ahora sí, le metió en la cárcel hasta que saldara lo adeudado. La parábola termina así: “Lo mismo hará con vosotros vuestro Padre del Cielo, si no perdonáis de corazón al hermano”. Yo soy el primero que tengo una deuda con Dios de diez mil talentos, y al que le ha sido perdonada no una sino muchas veces. Además de ridículo, sería imperdonable que yo no perdonase a quien me ofende. Ridículo y terrible. Porque, si quiero que Dios me siga perdonando, también tengo que perdonar yo. “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos”. Sin misericordia con los demás, Dios no puede tenerla conmigo.                 

0 comentarios