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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 29 del Tiempo Ordinario (18.X.2020) - Ciclo A

DIOS Y LA POLÍTICA

“A Dios, lo que es de Dios”

***Palestina era parte del imperio romano en tiempo de Jesucristo. Por eso, debía pagar un tributo a Roma. El pueblo lo hacía a regañadientes y porque no le quedaba más remedio. Si alguien se pronunciaba en contra, podía ser considerado subversivo, revolucionario y enemigo del Emperador. Si, en cambio, se manifestaba favorable, podía ser tachado de colaboracionista con el invasor y contrario a la ley de Moisés, pues implicaba ayudar a un poder pagano en un estado teocrático. Se comprende así que, cuando los escribas plantearon a Jesús  si “es lícito pagar el tributo al César”, trataban de ponerle en un serio aprieto, como enemigos suyos que eran. Si respondía “sí”, perdería el favor de las masas que le seguían. Si respondía “no”, se hacía acreedor de las iras del poder civil. Jesús les ganó por elevación. Más que responder “sí” o “no”, dio una respuesta que no es una evasiva sino que sitúa las cosas en su verdadera perspectiva. El poder político tiene su campo y Dios tiene el suyo. ¿Quiere esto decir que la política es completamente autónoma y sin ninguna relación con Dios? La política es una actividad de los hombres y de las mujeres en cuanto seres sociales. Esa actividad, como todas las demás, nunca puede estar al margen o en contra de lo que Dios quiere. Porque el hombre, incluso cuando quiere ser superhombre, es siempre hombre, creatura, nunca es Dios. A lo largo de toda su historia, desde Adán hasta hoy, ha tratado de serlo. El último intento comenzó hace algo más de dos siglos, cuando destronó a Dios y entronizó como reina a su libertada completamente autónoma. Creía que la marginación total de Dios le conduciría infaliblemente a un progreso y felicidad cada vez mayores. Sin embargo, los resultados no han respondido a sus sueños. Ahí están, entre otras pruebas, las dos últimas grandes guerras y la esclavitud de muchedumbres a manos del comunismo y del liberalismo radical. Dios no es contrincante del hombre sino el garante de su plenitud. Al César, por tanto, lo que es del César, pero sabiendo que sólo cuando se esclarece lo que corresponde a Dios, puede establecerse lo que corresponde al César.   

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