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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 28 del Tiempo Ordinario (11.10.2020) - Ciclo A

LIBERTAD Y CONSCUENCIAS

“La boda está preparada”

*** Seguimos en el escenario de los últimos domingos. El mensajero es el mismo. Los destinarios también son los “sacerdotes y senadores del pueblo”. Idéntico es también el mensaje: oferta de Dios a entrar en su reino –hoy una boda en vez de una viña-, envío reiterado de mensajeros, rechazo persiste de los invitados, castigo de esta actitud y, por último, traspaso de la invitación a otros. Es la síntesis de la historia de la salvación. El rechazo reiterado de la alianza por parte del pueblo elegido provocó que Dios eligiese otro pueblo para realizar su voluntad universal de salvación. Este pueblo, en contraposición al primero, no sería una nación sino que estaría formado por todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, razas y culturas. Quien esto escribe y quienes esto lean son parte de este segundo pueblo. Pero ¡estemos prevenidos contra un engaño muy peligroso! A la invitación de Dios para que demos frutos de santidad y apostolado, de amor a Él y al prójimo, tantas veces reaccionamos como los invitados a la boda de la parábola de hoy: unos van a las tierras de sus intereses personales; otros, a sus negocios económicos, recreativos, políticos; otros llegan incluso a maltratar a los enviados de Dios, mediante falsas etiquetas, burlas malévolas, persecuciones de guante blanco y hostilidades verbales y físicas.  Sin embargo, Dios no se cansa de invitarnos a la boda de su Hijo: la reconciliación en el sacramento de la Penitencia para vivir en su amistad, la Eucaristía dominical y la vivencia de la caridad con la palabra, el buen trato y la ayuda generosa, en tiempo y dinero, a los necesitados. Él invita, no obliga. Pero no le da igual que respondamos de una manera u otra. Llegará un momento en el que unos entrarán en las bodas eternas del Cielo y otros no entrarán. No porque Dios no cursase la invitación pertinente sino porque nuestra respuesta la rechazó y eligió vivir sin Él. Ciertamente somos libres de elegir de un modo u otro. Pero no lo somos para  decidir las consecuencias que nuestra libertad. No endurezcamos más nuestro corazón. Abramos de par en par sus puertas al Dios clemente y misericordioso.           

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