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LITURGIA DEL VATICANO II

Cuarto domingo del tiempo ordinario (3.II.2019) - Ciclo C

¿UN DIOS A NUESTRA MEDIDA?

“Pero Jesús se alejaba”

****Seguimos en el mismo escenario del domingo precedente. Estamos, por tanto, en la sinagoga de Nazaret, donde Jesús ha dicho a sus paisanos que las palabras de Isaías que acababan de escuchar se referían a él: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”.  Sus paisanos no lo dicen, pero lo piensan. Porque la pregunta “¿no es éste el hijo de José?”, llevaba esta retranca: “¿No le hemos visto ayudar a su madre en casa, trabajar en el taller, hacer los arreglos de nuestras casas, en una palabra, ser uno más de nosotros?. Incluso van más lejos en su interior, aunque no lo manifiesten con palabras: “Que haga aquí los milagros que dicen que ha hecho en Cafarnaún, y le creeremos”. Jesús lee su pensamiento y les sale al paso: “Sin duda me diréis el refrán: ‘Médico cúrate a ti mismo’. Haz aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”. Pero les apostrofó: “Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra”. Y para demostrárselo les recordó que Elías y Eliseo habían hecho dos milagros no a judíos sino a paganos: a una viuda de Tiro y a un general sirio. La reacción de los nazaretanos a estas palabras no pudo ser más violenta: “Se pusieron furiosos”, dice el evangelio. Y añade: le llevaron a empujones hasta “un barranco con ánimo de despeñarle” y matarle. No pudieron, porque todavía no había llegado la hora de Jesús y éste se les escabulló. ¿Cómo explicar que sus paisanos hayan intentado matar a Jesús? Por lo mismo que otros terminarían condenándolo a muerte: por haber tenido la osadía de decir la verdad. Ahora, por decir  que era el enviado de Dios. Más tarde, por decir que era Dios. ¡Imposible, no podía ser que fuera enviado de Dios y Dios el que había vivido treinta años como uno más! Dios tenía que ser distinto, grandioso, milagrero. En definitiva: no quisieron aceptar a Dios porque no coincidía con la idea que ellos se habían formado de Dios. Y, en vez de cambiar ellos, quisieron que cambiara Dios. Es la historia de tantos y tantas de hoy día: quieren que Dios sea como ellos quieren. Y como esto no es posible, rechazan a Dios. ¿Vale la pena aferrarse a los propios esquemas?        

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