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LITURGIA DEL VATICANO II

D.O. 31 Ciclo - A

LA VIDA NO TERMINA

        


Hoy se oye un grito unánime en los más variados rincones del mundo: no todo termina con la última palada de tierra o con las cenizas de la cremación. Ante él, desaparece el guirigay de todos los materialismos y se reafirma la fe de todos los creyentes, sean o no cristianos. Para quienes nos confesamos discípulos de Jesucristo, hoy es un día muy especial. Como los demás, visitamos el cementerio para depositar un ramo de flores y un recuerdo en la tumba de nuestros seres queridos. Pero vamos mucho más lejos, pues reafirmamos la quintaesencia de nuestra fe: la resurrección de los muertos. Nosotros creemos que este cuerpo, que depositamos en la tierra débil y corruptible, volverá un día a la vida para nunca más volver a morir. Ocurre con él algo similar al grano de trigo o la pepita de ciruelo que sembramos en la tierra: cuando germinan, se “autodestruyen”, desaparecen. Pero, precisamente así, producen el milagro de la vida, multiplicado y ennoblecido: el grano se convierte en manojo de espigas y la pepita en árbol vivo, que un día recreará con su fruto nuestro paladar. Nuestro cuerpo ha de pasar por la destrucción de la muerte. Pero esa destrucción no es aniquilación sino trasformación. Nosotros se lo damos a la tierra corruptible y débil. Cristo nos lo devolverá espiritual, inmortal y glorioso. De este modo, el “hasta el Cielo” -con que nos despedimos de los padres, esposos, amigos- se revela como algo mucho mayor que un buen deseo. Es la proclamación de nuestro reencuentro como hombres totales: con alma y cuerpo. Porque entre el “más allá” de la muerte y el “más acá” de la vida mortal, no hay ruptura sino continuidad. El “ya, pero  todavía no” de nuestra salvación por Cristo, dará paso al “ahora sí, definitivo, pleno y glorioso”. Con esta esperanza vamos caminando por la vida. Compartimos con los demás el sufrimiento, el fracaso, los problemas. Pero nosotros tenemos la luz que ilumina y da sentido a nuestro existir  y a nuestro quehacer. Una luz que pone cada cosa en su sitio: por encima de todo, Dios, los demás, el bien, la verdad; el dinero, la fama, la salud, la belleza... después, mucho después.          

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