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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 4 DEL TIEMPO ORDINARIO (1.II.09) -CICLO B

CRISTO Y EL DEMONIO

«Cállate y sal de él»


 

Estamos en Cafarnaún, en la parte septentrional del lago de Genesaret. Es sábado y ha venido mucha gente a la sinagoga para escuchar la Palabra de Dios y hacer las solemnes oraciones. También están Jesús y sus apóstoles. Entre la muchedumbre hay un hombre que, a primera vista, no llama la atención, pero que en realidad es portador de un «espíritu inmundo» Tan pronto como ha visto a Jesús se ha puesto a dar voces y a gritar: «Jesús Nazareno, ¿qué quieres? Sé quién eres: el Santo de Dios» Jesús se encara y le dice con autoridad: «Cállate y sal de él» El «espíritu inmundo» se enfurece, lanza «un grito muy fuerte», tira al hombre por el suelo y le retuerce. Jesús es el gran adversario de ese «espíritu inmundo», que no es otro que el demonio. De hecho, ha venido a derrotarle y vencerle. No va a resultarle fácil, porque el demonio va a tratar de hacerle la vida imposible, hasta el punto de que logrará que un día le condenen a muerte como a un malhechor. Y aunque Jesús termine venciéndole con su Resurrección, él no se dará por vencido y continuará la lucha con los amigos y discípulos de Jesús. Lo sabemos muy bien todos nosotros. Bueno, no sé si todos somos conscientes de ello. Pero lo seamos o no, lo cierto es que la lucha entre el demonio y cada uno de los cristianos es una lucha a muerte. Como él no tiene escrúpulos, todos los medios le sirven. Tanto da que sea una calumnia o una infamia, como que sea una invitación a que nos apropiemos de lo que no es nuestro o una provocación a lujuria, al alcohol, la soberbia, la idolatría y el ateísmo. Detrás de tantas leyes absurdas e inicuas, detrás de tanta violencia y extorsión, detrás de tanta pornografía y blasfemia, detrás de tanto aborto y divorcio, detrás de tanta impiedad contra los padres, detrás de tanta mentira institucionalizada, detrás de... todo mal, está el demonio moviendo los hilos de nuestras pasiones y malas inclinaciones. Nuestra única salvación es ir a Cristo, para que le diga:  «Sal de él». Y, de hecho, salga. La confesión es el lugar por antonomasia donde Cristo dice y hace este gran milagro.     

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