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LITURGIA DEL VATICANO II

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA. Ciclo B. Proyecto de homilía

DIOS NO PERDONÓ A SU HIJO, SINO QUE LO ENTREGÓ POR NOSOTROS

 

 

1. En este segundo domingo de Cuaresma, del ciclo B, se puede desorientar la homilía desde la primera lectura y el evangelio. Desde la primera lectura, porque podemos explicarla únicamente como la respuesta de un profundo creyente que se fía plenamente de Dios, hasta el punto de estar dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, que era «el hijo de la promesa». Desde el evangelio, insistiendo en el hecho histórico de la Trasfiguración. Es verdad que Abrahán resplandece aquí -como en las otras dos grandes pruebas a las que Dios le sometió: la de su vocación y la de la alianza-promesa de una gran descendencia cuando era viejo y su mujer estéril- como creyente que se fía completamente de Dios. También lo es que la Trasfiguración es un acontecimiento histórico, no un relato novelesco.

 

2. Sin embargo, la liturgia no se pone en esa perspectiva. Para comprobarlo, tenemos dos grandes claves: el prefacio y la segunda lectura. En ésta, hay unas palabras –precisamente las que ha elegido el leccionario (que van al principio como título)- que lo centran todo: «Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros. Estas palabras dan a la primera lectura una dimensión insospechada: la convierte en profecía de la Muerte de Jesucristo y en luz que ilumina el hondón más profundo del amor trinitario hacia el hombre: Dios Padre, que ahorró a Abrahán el sacrificio de su hijo Isaac, no se ahorró a Sí mismo el sacrificio de su Hijo. ¡Desde el amor paterno de Abrahán, entendemos mejor el amor paterno de Dios hacia nosotros! Y vemos la muerte de Cristo como un acto supremo de amor de toda la Trinidad hacia el hombre.

La otra clave de lectura es el prefacio: «Después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la Ley y los Profetas, que la pasión es el camino de la resurrección». Es decir, la Trasfiguración hay que leerla en clave teológica o teológico-salvífica. Veamos cómo.

Los apóstoles participaban de la mentalidad común entonces de un Mesías temporal, político y glorioso. Se habían olvidado -o no habían sabido descubrir- que los Cantos del Siervo de Yahvé (Is 49-53) habían anunciado un Mesías humilde, probado en el sufrimiento hasta los límites más insospechados, castigado por Dios y humillado; pero adquiriendo, como fruto de su entrega, todas las naciones. Pedro mismo, que había sido alabado por Jesucristo por haberle confesado como el Mesías enviado por Dios, quería oponerse a que Cristo muriese a manos de sus enemigos y recibió la más dura reprensión que se encuentra en el Evangelio: «Apártate de Mí, Satanás, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».

Los planes de Dios eran estos: la salvación de los hombres no tendría lugar por medio de milagros y actos de poder y fuerza, sino por la suprema humillación de la muerte del Hijo amado: «la pasión es el camino de la resurrección». La Trasfiguración fue el anticipo de la Resurrección y debía servir a los apóstoles de testimonio cuando llegara el momento terrible de la muerte del Maestro a manos de sus enemigos: entonces habrían de recordar que «la pasión es el camino de la resurrección». Es decir, que la muerte de Jesús no era el final del camino sino la penúltima etapa, indispensable, por lo demás, para llegar hasta la meta de la Resurrección.

 

3. Ahora que nosotros subimos a Jerusalén, a través del largo y laborioso camino cuaresmal, hemos de tener presente que la muerte al hombre viejo que todos llevamos muy enraizado en lo más íntimo y hondo de nuestra personalidad, es el paso previo y obligado para llegar a resucitar al hombre nuevo, en el gran día de la Pascua. Sin morir al pecado, a las acciones malas -que hay en nuestra vida personal, familiar, profesional y social-, a los ocasiones próximas y voluntarias de pecado, al egoísmo e individualismo que nos consume, no podremos celebrar la Pascua de modo realmente cristiano. La muerte al hombre viejo ha de llevarnos a un cambio de mentalidad y de vida en profundidad.

 

4. Desde estas ideas, las consecuencias que se pueden deducir son varias:

 

a)      el Misterio Pascual, al que nos encaminamos, es un inmenso misterio de amor del Padre a los hombres. Insistir en que Dios es amor y en que Dios nos ama. Un cauce maravilloso de ese amor es el sacramento del perdón: ahí Dios nos reconcilia por Jesucristo en el Espíritu. Presentar este sacramento como un sacramento de amor del Padre hacia sus hijos.

b)      Para corredimir con Cristo, necesitamos pisar sus huellas y no querer resucitar a una vida cristiana auténtica sin morir al pecado en todas sus manifestaciones.

c)      Cuando el grano de trigo muere, es decir: cuando uno entrega su tiempo, su dinero, sus cualidades en un servicio constante a los demás por amor a Dios, los frutos son siempre muy grandes y duraderos; en cambio, sin esa sementera, no cabe esperar una cosecha generosa.              

 

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