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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 1 DE CUARESMA - Ciclo B. HOMILÍA

 

DOMINGO DE LAS TENTACIONES

 

1. Jesús fue tentado en el desierto. El primer domingo de Cuaresma es el «domingo de las tentaciones» en los tres ciclos. Pero a diferencia de lo que ocurre en el A (Mateo) y en el C (Lucas) –que explican y pormenorizan las tentaciones concretas de Jesús (la conversión de las piedras en pan; la vanagloria; el dominio temporal del mundo)- san Marcos (ciclo B de este año)  se limita a decir que «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu y allí fue tentado por el demonio». Respetemos el texto y vayamos a lo que es su meollo: que Jesús fue tentado; que fue tentado por el demonio; y que salió victorioso.

 

2. Jesús fue tentado en el desierto, a lo largo de su ministerio público y en el momento cumbre de la Cruz. Las tentaciones del desierto son un adelanto de las que sufriría a lo largo de su ministerio público, las cuales consistieron –en última instancia- en que Jesús se presentase como un Mesías distinto al que el Padre quería. El Padre quería un Mesías pobre y espiritual, un Mesías humilde y doliente, un Mesías no terreno y político. El pueblo, en cambio, anhelaba y esperaba un Mesías que le llenara de trigo sus graneros y de vino sus lagares (temporal); un Mesías glorioso y triunfador del poder de Roma; un Mesías dominador, que sometiera todos los demás pueblos al Pueblo de Dios (político y nacionalista).

 

Si Jesús hubiera cedido a la opinión pública –que parecía lo más razonable-, lejos de ser rechazado por el pueblo, habría sido acogido con entusiasmo y proclamado rey. Pero habría sido infiel al proyecto del Padre y no habría realizado sus planes salvadores, dejando al mundo sometido al imperio del mal y del maligno. Jesús hizo siempre -con las palabras o con las obras-, la misma confesión orante del Huerto de los Olivos: «Que no se haga mi voluntad sino la tuya».

 

Incluso cuando sufrió la más terrible de las tentaciones: «Si eres hijo de Dios, baja de la Cruz, y creeremos en Ti». Lo razonable era bajar de la Cruz, realizar ese gran prodigio y vencer y convencer a sus verdugos. Pero lo que el Padre esperaba de él era que siguiera allí y diera la vida por los hombres. Y es lo que hizo Jesús. Lo «irracional» a los ojos y juicios de los hombres, fue tan «racional» a los ojos y juicio del Padre, que aceptó su muerte como sacrificio redentor de todos los hombres y de toda la creación y, luego, le resucitó de entre los muertos y le constituyó «Señor y Cristo».            

 

3. Qué es la tentación y su existencia en la historia. La tentación es una propuesta razonable y atrayente que se nos hace para apartarnos del cumplimiento de la voluntad de Dios. Si se presentara como irracional y repelente, la rechazaríamos de inmediato, pues el hombre tiende a la verdad y al bien; y, además, se diferencia del bruto precisamente porque es inteligente.

La racionabilidad-atracción de la propuesta aparece con meridiana claridad en el Paraíso, en la Torre de Babel y el desierto. A Eva se le propone comer el fruto que era grato a la vista y en forma muy atractiva: «seréis como Dios» En Babel la propuesta es también razonable y atractiva: construir una torre más alta que la altura que pueda alcanzar el agua, en el supuesto de un nuevo diluvio. En el desierto, cuando el pueblo se muere de hambre y de sed, lo razonable y atrayente era pensar en Egipto y en sus puerros y cebollas. Eva fue vencida; como lo fueron los constructores de la torre –de una civilización que quería ser superior a Dios- y el pueblo elegido.

 

4. Nosotros somos tentados... por el mismo tentador. «Bajo el signo de Satán», tituló Bernanos una de sus novelas. Más aún, muchos de sus atormentados personajes muestran la presencia del Maligno como una constante en la vida del hombre. Así ha sido y así será siempre. Porque el demonio es el gran enemigo de los hombres, tanto a nivel individual como colectivo. Con la desobediencia a Dios, no perdió su condición personal, ni su inteligencia y poder; pero se convirtió en el gran mentiroso y en el gran instigador del mal, del enfrentamiento y de la división.

 

Dios y Satán. El bien y el mal. La luz y las tinieblas. El trigo y la cizaña. Todo esto no es una simplificación, sino las dos llamadas que resuenan tercamente en el interior del hombre y que, a la vez, le activan desde el exterior. Con un mínimo de realismo –y sin necesidad de asumir peligrosos maniqueísmos- aparece con claridad que el hombre está ahí, en esa encrucijada del bien y del mal. Más aún, teniendo que reconocer que cede con facilidad a la tentación y se va detrás de las propuestas –siempre razonables y atrayentes en apariencia, pero objetivamente malas y destructoras- del demonio. 

 

5. Paradojas del hombre moderno. El hombre moderno –y nosotros los cristianos- «pasa» de muchas cosas, incluido el demonio, al que considera algo en lo que creyeron las gentes de la Edad Media pero que es inadmisible en una época tan avanzada y madura como la  nuestra. En lugar de verificar la «denominación de origen» de la «dicha» que se le ofrece, la da por buena y se lanza sin más a «gozar», a «vivir la vida», a «ser feliz».

 

Es preciso desenmascarar la trampa que tan arteramente nos tiende el tentador. Pero esto será imposible si antes no nos preguntamos si será tan claro que no existe el demonio. Porque, como alguien ha escrito, «el mayor triunfo de Satán es habernos convencido de que no existe».

 

Es hora de advertir la paradoja que se da en nuestra vida. Mientras rezamos cada día «No nos dejes caer en la tentación, y librarnos del mal», nos resistimos a creer que vivimos «bajo el sol de Satán». Nosotros, que nos horrorizamos ante los males de nuestro entorno: las injusticias sociales, la lujuria desatada, la violencia doméstica, el terrorismo, las guerras, el hambre... somos incapaces de preguntarnos cómo puede explicarse todo esto sin la presencia de Satán.

 

Entramos en la cuaresma. Es tiempo de seguir a Jesús desde el desierto hasta su muerte; y verle siempre victorioso. Es también tiempo de advertir que las propuestas «razonables y atrayentes» que nos hace el demonio, además de no llevarnos de hecho a la felicidad –él siempre ofrece más de lo que puede dar-, nos conducen a traicionar los compromisos cristianos que asumimos en el Bautismo. Seamos valientes y humildes para llamar por su nombre a esas acciones, a esos espectáculos , a esos ambientes, a esas personas...que tanto daño nos hacen, no sea que, mientras pedimos a Dios «no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal», nosotros nos metamos voluntariamente en ella.

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