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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 30 DEL TIEMPO ORDINARIO (24.X.2010) - Ciclo C

«YO NO NECESITO

CONFESARME»

«Éste bajó justificado y aquel no»

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Dos personas, dos comportamientos, dos modos de rezar. Este es el cañamazo sobre el que se teje el evangelio de este domingo. Las personas son un fariseo y un publicano. Los comportamientos no pueden ser más contrapuestos: el fariseo no es ladrón, ni injusto, ni adúltero, paga el diezmo del templo más allá de lo exigido y ayuna dos veces por semana. El publicano es un explotador, un colaboracionista del poder invasor y poco o nada religioso. Cuando uno y otro suben al Templo de Jerusalén a rezar, su oración no pueden ser más dispar: el fariseo reza con autosuficiencia y desprecia a su acompañante con un «no soy como ese publicano». El publicano, en cambio, se considera un pobre miserable y sólo atina a golpearse el pecho y decir a Dios: «ten compasión de este pecador». No mentía el fariseo, cuando proclamaba todas las cosas buenas que hacía. También decía la verdad el publicano,  porque era un subarrendador de impuestos a Roma y alguien que se enriquecía cobrando más de lo justo. En los dos casos la oración es sincera, porque cada uno expone lo que es. ¿Dónde está la diferencia, para que Jesús termine la parábola con esta moraleja: «Os digo que éste (el publicano) bajó a su casa justificado y aquel (el fariseo) no»? En que el fariseo está convencido de ser justo por sus propias fuerzas, en lugar de reconocer que es Dios quien le ha preservado de hacer el mal y ayudado decisivamente a obrar el bien. Por eso, en vez de dar gracias a Dios por toda la bondad que ha derramado sobre él, se pavonea y engríe. El publicano, en cambio, no se excusa de sus pecados ni echa la culpa a Dios ni a las circunstancias, y pide humildemente perdón y misericordia. ¿No nos suena esta cantinela: yo no he matado a nadie, no he robado a nadie, no he cometido ningún adulterio, qué necesidad tengo de acercarme a confesar? ¡Cuánto más nos convendría reconocer con humildad que en nuestra vida hay demasiadas cosas que no van como debieran, acercarnos arrepentidos a confesarlas y ser reconciliados por el sacerdote, como representante de Dios!

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