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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA. (8.II.09)

DE VIERNES SANTO A RESURRECCIÓN

«Se trasfiguró delante de ellos»


 

Estamos en la cima del monte Tabor. Jesús ha subido acompañado de sus tres apóstoles predilectos: Pedro, Santiago y Juan. Los tres necesitan ser testigos de un acontecimiento extraordinario. Sobre todo, Pedro, que ha recibido la promesa de ser un día el garante de la fe de sus hermanos.  Todos ellos, en efecto, iban a ser testigos de la verdad de lo que les había dicho el Maestro: «Subimos a Jerusalén y, allí, el hijo del hombre será entregado a los jefes del pueblo, que le crucificarán y darán muerte» El golpe de los apóstoles iba a ser tremendo. Sobre todo, porque no comprendían que Dios quisiera salvar al mundo con el sufrimiento y, menos todavía, con una muerte que se reservaba a los peores criminales: la Cruz. Por eso, antes de que ocurriera, necesitaban experimentar que el Padre, lejos de rechazar al Hijo en el trance de la Cruz, aceptaba su sacrificio y se lo manifestaba a los hombres con el hecho incontrovertible de la Resurrección. La secuencia que el Padre tenía prevista tenía dos cuadros: la muerte de Cristo y la Resurrección. Para no hundirse, necesitaban un anticipo de esa gloria. Y eso es lo que experimentan hoy. Jesús se trasfigura ante ellos, sus vestidos se hacen más blancos que la nieve, su rostro brilla más que el sol. Por si fuera poco, se oye la voz del Padre, que dice: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto» Terminada la experiencia, mientras vuelven al llano, Jesús les apostilla: «lo que habéis visto es un secreto, que no podéis comunicar a nadie hasta que Yo resucite de entre los muertos». Desde este momento, los Apóstoles ya conocen toda la secuencia: la muerte no es muerte sino el camino imprescindible de la resurrección. Nuestra conversión cuaresmal –con todo lo que comporta de huida de las ocasiones de pecado, de no realizar acciones paganas, de más oración, sacrificio y limosna- es una secuencia de muerte; muerte al pecado; que, si es verdadera, concluye en una confesión sacramental contrita y sincera. Nuestro Viernes Santo nos llevará a la Resurrección, a una vida nueva.

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