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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 32 DEL TIEMPO ORDINARIO (7.XI.2010) - Ciclo C

¿TODO TERMINA CON LA MUERTE?

«Dios es Dios de vivos»

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Deberíamos huir de ella como de la peste. Pero se ha hecho tan amiga de muchos, que es la norma que inspira toda su vida. Me refiero a la concepción materialista de la vida. Para esta ideología, el hombre vive unos años, más o menos, y, al final, todo termina y desaparece, como termina y desaparece un perrito de compañía. Así pensaban los epicúreos de la antigüedad clásica, así piensan legiones de hombres y mujeres de hoy y así pensaban los saduceos del evangelio de este domingo. Según éstos, Dios ha creado al mundo y a los hombres, y por medio de Moisés dio la Ley a Israel, para que pudiera llevar una vida recta y ordenada en esta tierra. Pero Dios no puede ni quiere hacer nada más allá de este mundo. La muere pone fin a todo. Con estos presupuestos un día se acercan a Jesús, armados de una historia rocambolesca con la que demostrarle que es absurdo sostener que los muertos resucitan. La historia es está. «Moisés nos dejó escrito: si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia al hermano. Pues bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin hijos; y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último, murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será mujer?, porque los siete han estado casados con ella». La conclusión parece obvia: si hay resurrección, debería serlo de los siete, lo cual es absurdo. Por tanto, es imposible que exista resurrección. Los saduceos -y todos los materialistas que en el mundo han sido- partían de un error de bulto: creer que la vida del más allá es idéntica a la de este mundo. Pero no es así. Jesucristo, que conoce bien cómo será esa vida después de la muerte, les contesta: partís de un falso supuesto, pues pensáis que se casan los que resucitan. No es así. La vida que da Dios con la resurrección no es una simple continuación de la vida terrena ni un vacío que ha de llenarse de actividad, sino que es la participación en su misma vida. Cuando morimos, ni dejamos de existir ni seguimos existiendo como ahora. Resucitaremos para compartir la vida de Dios.         

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