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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA (3.iv.2011) - Ciclo A

 

CIEGOS QUE VEN

Y CIEGOS QUE NO QUIEREN VER

«¿Quién te abrió los ojos?»

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Un día, Jesús quiso pulsar la opinión pública y preguntó a los Apóstoles: «¿Quién dice la gente que soy Yo?». Ellos contestaron: para unos eres Elías, para otros Jeremías, para otros un gran profeta. Oída esta respuesta, siguió preguntando: «Y vosotros ¿quién decís que soy Yo?» Para Pedro y los demás fue ‘la pregunta’ de su vida. También lo es para nosotros, pues nadie puede hacernos otra más comprometida. Ante ella no cabe abstenerse, porque nuestro silencio sería un clamoroso pronunciamiento agnóstico o ateo. El ciego de nacimiento al que curó Jesús y los fariseos también se encontraron ante la misma alternativa. El ciego, a través de un largo itinerario, fue concluyendo, primero, que Jesús era un hombre, luego que era un profeta y, finalmente, que era un enviado de Dios, más aún: Dios. Los fariseos, en cambio, se obstinaron en decir que Jesús no era justo y se ratificaron en su rechazo. ¡Parece mentira, pero su obcecación les llevó a negar la evidencia de un milagro espectacular! Decía antes que ante quién es Jesús no cabe la abstención: o le confesamos como Dios o le rechazamos como Dios. En el primer supuesto, nos unimos a la confesión del ciego y el Señor nos da, a cambio, el don de la fe y con ella la clave para entender el sentido verdadero y último de la vida, de la muerte, del dolor, del trabajo y de nuestra existencia. En el segundo, engrosaremos el grupo de los fariseos y rechazaremos a Jesús como Dios y Salvador nuestro. ¿Cuál es la llave que nos abre o cierra la puerta de la divinidad de Jesucristo? Nuestra sencillez  y nuestra autosuficiencia. Si tenemos un corazón sencillo, como lo tenía el ciego, nos abriremos a Dios  y diremos como él: «Creo, Señor» y le adoraremos. Si, en cambio, pensamos que lo sabemos y podemos todo y pretendemos no tener necesidad de salvación, rechazaremos la divinidad de Jesús y nos haremos merecedores de las mismas palabras que los fariseos: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, pero ahora decís: ‘nosotros vemos’; por eso, vuestro pecado permanece». Iremos por la vida dando tumbos, todo lo veremos oscuro o deformado y, con frecuencia, viviremos amargados.      

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