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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO TERCERO DE CUARESMA (27.III.2011) - Ciclo A

¿QUIÉN NO NECESITA A JESUCRISTO?

«Soy yo, el que habla contigo»  

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Pozo de Jacob, cerca de una ciudad llamada Siquem. Cae el sol de mediodía con toda su fuerza. Llega un hombre de unos treinta años, alto y corpulento, con la boca reseca, fruto de una larga caminata. Se sienta encima del brocal, esperando que alguien venga a sacar agua y pueda pedirle ayuda. No pasan muchos minutos antes de que llegue una mujer. Tiene aires desenvueltos. Se sorprende de que el hombre, que tiene aspecto de judío, le pida de beber. Y le manifiesta su extrañeza. Él no hace caso. Más aún, comienza a intrigarla. Sabe perfectamente que la mujer que tiene delante es de vida alegre, pero no mala persona. Como ella misma admitirá enseguida, ha vivido con cinco hombres distintos y tampoco es su marido el que ahora convive con ella. Pero él no se lo echa en cara. Ella, que no sabe de quien se trata, ha quedado ya prendida en las redes de su interlocutor. Se da cuenta de que puede hablar de cosas serias. “Veo que eres un profeta”, le dice. Él no se queda en halago y sigue adentrándose en la vida interior de la mujer. Por fin, las cosas llegan a donde tenían que llegar. “Cuando venga el Mesías –prosigue la mujer- nos lo revelará todo”. ¡¡Cuándo venga el Mesías!!. “Soy Yo, el que está hablando contigo”. Jesús acaba de decirle a esta mujer de vida alegre y desarreglada que es el Mesías anunciado por los profetas y al que ella espera. Porque los samaritanos también estaban aguardando al Mesías. La mujer cae a los pies de Jesús y le acepta como Mesías. Jesús, que tenía más sed del alma de aquella mujer que de la que le abrasaba los labios, le concede el don de la fe. Ella cree en Jesús y comienza una vida nueva. Junto a los infinitos pozos de Jacob del mundo moderno, Jesús sigue esperando a tantas mujeres –y a tantos hombres- samaritanas que no son malas personas pero han errado el camino. Él, que no ha venido a condenar sino a salvar, les ofrece su amor compasivo, perdonador y sanador. El día que ellas y ellos tengan la humildad de reconocer que necesitan a Jesús y vengan a él en el sacramento de la Penitencia, ese día reharán su vida y descubrirán que siempre hay motivos para seguir viviendo.         

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