Blogia
LITURGIA DEL VATICANO II

SAGRADA FAMILIA. 28. XII. Proyecto de homilía

LA SAGRADA FAMILIA Y LAS VIRTUDES DE LA FAMILIA CRISTIANA

 


 

 

1. Ambientación histórica. El culto a la Sagrada Familia floreció a partir del siglo XVII, al cobrar relieve el culto a san José (el culto a la Santísima Virgen viene desde muy antiguo). Sin embargo, fue en el momento en que la familia cristiana sufrió los embates de la secularización laicista, en pleno siglo XIX, cuando la Iglesia se decidió a crear una fiesta litúrgica consagrada a la S. Familia. León XIII la introdujo en el Calendario Romano y estableció que se celebrase el tercer domingo después de la Epifanía. Tras  una desaparición transitoria, fue restablecida y asignada al domingo siguiente a la Epifanía. El Papa Pablo VI quiso realzarla y darla una orientación todavía más familiar, presentando a la S. Familia como ejemplo de las virtudes domésticas de la familia cristiana; motivo por el cual la colocó en el domingo situado entre la Navidad y el 1 de enero. En España se ha instituido como «Jornada por la Familia y la Vida», dependiente de la Conferencia Episcopal. Actualmente, se congrega en Madrid una inmensa multitud de personas que quieren celebrar el gozo de la familia cristiana y afirmar su validez y su extraordinaria importancia.

 

2. «Imitar sus virtudes domésticas» y estar «unidos por el amor» Estas palabras de la oración colecta resumen y centran el objeto de la celebración: si la Sagrada Familia es un «maravilloso ejemplo», lo lógico es que pidamos que las nuestras imiten sus virtudes y su amor.

María puso toda su condición femenina a disposición de Dios, para acoger en su seno, criar, dar a luz y educar al Hijo del Eterno Padre hecho hombre. Se puso al servicio de la misión de este Hijo, aunque tuvo que sufrir que una espada le atravesase el alma, al hacer suyo el rechazo de Jesús como Mesías  («una espada te traspasará el alma», le dijo Simeón. La espada hiere y mata y tiene siempre un carácter hostil contra la vida; el alma es lo más íntimo de la persona. Las ofensas a Jesús, fueron las de María; el destino de Jesús fue también de María. Ella y Él están unidos de modo total y cordial); le acompañó en los momentos de la persecución, del abandono y del desamparo; gozó con Él mil detalles de la vida cotidiana y, especialmente, la gloria de su Resurrección.

José tuvo que asumir la paternidad adoptiva de Jesús, y cumplir con él todas las obligaciones de un padre responsable: le protegió del impío Herodes, le enseñó a rezar antes de las comidas, le llevó cada sábado a la sinagoga de Nazaret, le acompañó a Jerusalén cada Pascua, desde que Jesús tuvo doce años, le enseñó el oficio con el que ganarse la vida.

No resulta difícil imaginarse la vida de la Sagrada Familia: cada día,  José, en el taller; María, moliendo el grano y cociendo el pan cada día, y preparando la comida y la casa; Jesús, ayudando en lo que podía; todos, rezando antes de cada comida, al levantarse y al atardecer; los sábados, observando el descanso impuesto por la Ley y participando en la liturgia de la sinagoga (se leía y explicaba el Antiguo Testamento y se hacían unas oraciones solemnes); y, cuando llegaban las Fiestas, subiendo a Jerusalén si era el caso (Pascua). Y en todo momento, viviendo en paz, unidad, concordia y amor.

Nuestras familias imitan las virtudes domésticas de la Nazaret: viviendo el amor, servicio y respeto mutuo entre los esposos y los hijos, acogiendo la vida y cuidándola en todas sus fases y situaciones, educando a los hijos en lo humano (virtudes humanas, educación física, síquica, intelectual y moral), en lo espiritual y en lo estrictamente cristiano (trasmitiéndoles la fe, llevándoles a la catequesis, ayudándoles en la preparación a los sacramentos, enseñándoles a rezar y a tratar a Dios como a un Padre), enseñándoles, con la palabra y el ejemplo, a descubrir, respetar, ayudar y servir el otro, -especialmente a los enfermos y a los mayores-, a aceptar y santificar el dolor, a preocuparse por los más pobres y necesitados.

La primera lectura describe con gran delicadeza algunos comportamientos de los hijos para con los padres; y la lectura de san Pablo ofrece unas pistas del mayor interés sobre el modo de comportarse las esposas, los maridos y los hijos. El «sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otros» tiene una actualidad extraordinaria.

 

3. «Edificar nuestros hogares sobre la base firme de la paz verdadera» Estas palabras de la «Oración sobre las ofrendas» completan las de la Colecta. La oración no concreta cuáles son esas bases firmes de la paz verdadera. Entre otras, son fundamentales estas tres: la aceptación del otro, tal y cual es, el perdón mutuo sin cansancio y el amor. Las tres son fundamentalísimas; aunque se resumen en el amor, tal y como lo explica san Pablo en el himno a la caridad: «la caridad es paciente, es amable, no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra con la injusticia, se complace con la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1Co 13, 4-7).

 

4. «Que después de las dificultades de la vida» le acompañemos en el Cielo. Estas palabras de la Poscomunión, rematan el cuado precedente. La vida no es nunca de color de rosa; sino que es siempre una rosa con flores y espinas. El dolor acompaña al hombre y a la familia como la sombra al cuerpo: enfermedades, fracasos, accidentes, vejez, muerte, etc. Hay que contar con esto, asumirlo y santificarlo. No es un obstáculo para la felicidad verdadera; sabiendo, no obstante, que ésta no se da plenamente en la tierra, sino en la patria del Cielo.

Pidamos en nuestra eucaristía que Dios bendiga a nuestras familias y las defienda contra tantos enemigos que las atacan. Pidamos para ellas –especialmente para las que se encuentren en dificultades- la paz, el consuelo, la ayuda y el amor. Pidamos, sobre todo, que se miren siempre en el espejo de la Sagrada Familia para imitar sus virtudes.      

           

0 comentarios