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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 25 del Tiempo Ordinario (22.IX.2013) - Ciclo C

JESUCRISTO Y LA CORRUPCIÓN

“Los hijos de las tinieblas son más sagaces”

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Por extraño que parezca, el evangelio de este domingo es una parábola sobre la corrupción. Y, lo que es más llamativo todavía, da la impresión de que no sólo no se condena al corrupto sino que se le pone como modelo a seguir. En efecto, Jesús habla de un administrador corrompido. Comenzó falsificando las cuentas y balances; luego, cuando fue descubierto, pensó cómo corromper a los deudores y, finalmente, les corrompió de hecho. Más en concreto, se trata de un administrador que, sorprendido en su mala gestión y viéndose despedido, trama cómo arreglárselas cuando se encuentre en la calle y cavila un modo bastante simple pero eficaz: que los deudores firmen contratos falsos y amañados muy a la baja de lo real. De este modo, tejió una red de estómagos agradecidos, que le echaron una mano cuando perdió el empleo. Cuando lo supo su jefe, “le alabó por su astucia”. A primera vista, da la impresión de que Jesús alaba también a este delincuente, porque saca esta conclusión: “Ciertamente, los hijos de las tinieblas son más astutos en sus cosas que los hijos de la luz”. Sin embargo, es claro que Jesús no aprueba el fraude sino la agudeza con la que procedió el defraudador. Efectivamente, este hombre demostró dos cosas: extrema rapidez en actuar y gran astucia. Actuó con gran inteligencia e ingenio, aunque no con honestidad. Esto es lo que deberíamos hacer nosotros: no remitir al mañana, no dejar que se duerman las cosas, sino actuar con prontitud e inteligencia en hacer el bien. Además, ganarnos amigos para cuando llegue la hora de presentar nuestro balance ante Dios. Esos amigos son los pobres, los necesitados, los que pasan hambre, sed, enfermedad o cárcel. Porque el Señor se ha identificado con ellos. Si ahora les dedicamos nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestros dineros y nuestros servicios, cuando llegue el momento del balance, podemos estar seguros. Los pobres son nuestras cuentas corrientes y nuestros cheques bancarios, pues nos permiten trasferir nuestros bienes de “acá” al “más allá”. Esta es la gran lección.           

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