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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 13 del Tiempo Ordinario (28.VI.2015) - Ciclo B

LA FE DE LAS MUJERES

“¿Quién me ha tocado?”

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Estamos caminando hacia Cafarnaúm, junto al mar de Tiberíades. Más en concreto, hacia la casa de un tal Jairo, persona desconocida para nosotros pero muy conocida en la ciudad, pues no es vano es el jefe de la sinagoga. Ha venido a Jesús porque tiene una hija que se está muriendo y sabe que él puede curarla. Jesús no se ha hecho de rogar y se ha puesto en camino para realizar el milagro. Pero es ya tan grande su fama a estas alturas, que se ha reunido en torno a él una gran muchedumbre. Tanta, que le “estrujan”. En medio de esa muchedumbre va una mujer aquejada de fuertes hemorragias. Ha ido de médico en médico y se ha gastado su hacienda. Pero cada vez está peor. En un momento concreto, Jesús se para, mira a su alrededor y pregunta convencido: “¿Quién me ha tocado?” Pedro, con un poco sorna e ironía, le responde: “Todos te estrujan y preguntas ¿quién te ha tocado?” Pero Jesús no rectifica y sigue inquiriendo con la mirada. No es está loco. Lo que sucede es que ha percibido que ha salido de él un poder extraordinario, fruto de que alguien le “ha tocado” de modo especial. Ha sido aquella pobre infeliz, que se ha dicho: “Sé que no puedo tocarle, porque “le mancho” ante la ley. Pero estoy segura de que si logro tocarle, aunque no sea más que su manto, me curo”. Y con una fe incondicional en el poder de Jesús, ¡le ha tocado! ¡Y se ha curado! Cuántos de nosotros padecemos una enfermedad tan seria como la de esta bendita mujer. Pero nos falta la fe que ella tenía –¡hay tantas mujeres como ella!- en el poder infinito y misericordioso de Jesús. Y, como nos falta, no vamos a pedirle que nos cure. Por eso seguimos enfermos. ¡Cada vez más enfermos! Nuestra enfermedad y la de esta sociedad corroída de Europa sólo tienen un médico capaz de curarla. ¡Curarla de verdad!, no sólo ponerla una cataplasma que lo único que hace es distraerla de la verdad y, por ello, alejarla de la curación. Nuestro problema y el de esta sociedad no es que estemos gravemente enfermos. El problema es que no vamos al médico que puede curarnos: Dios.              

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