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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 24 del Tiempo Ordinario (15.IX.2013)- Ciclo C

UNA PARÁBOLA MUY ACTUAL

“Dame la herencia que me corresponde”

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El evangelio de este domingo contiene todo el capítulo 15 de san Lucas, compuesto por las tres parábolas de la misericordia: la oveja descarriada, la dracma perdida y el hijo pródigo. Me detengo en esta última, un relato sencillo y conmovedor. Es una historia vista desde tres perspectivas: la del hijo menor, la del padre y la del hijo mayor. La historia del hijo menor es casi un modelo del proceso que sigue el pecador: abandono de la casa paterna, pensando que fuera de ella está la libertad y la propia realización; la del padre, que sufre y espera la vuelta del hijo y se vuelve loco de alegría cuando éste retorna a casa; y la historia del hijo aparentemente fiel pero que no ha comprendido lo que es ser hijo, hermano y padre, y reacciona como un extraño. El hijo pródigo somos todos nosotros. Sin ninguna excepción. Unos se han alegado más y otros menos, pero todos nos hemos alejado mucho del amor del Padre, que es Dios. Dejándonos embaucar por la astucia artera del demonio, hemos pensado que en casa -en la Iglesia, en una vida cristiana seria- no hay libertad y sólo prohibiciones; mientras que fuera –en las juergas, en el lucimiento personal, en el dinero y el poder- está la felicidad. Pero la vida se encarga de ponernos en nuestro sitio y darnos de bruces con la realidad. ¡Cuántos que se las prometían muy felices dejando a su mujer y yendo con otra, viviendo en demasía el placer y la diversión, sacrificando la familia por el trabajo, luchando con denuedo por ganar dinero y situarse en una clase social elevada… se han encontrado como el pródigo: vacíos por fuera y por dentro, y metidos en un camino de infierno jalonado por la droga, el alcohol, el sexo, el juego y Dios sabe qué más y, como resumen, con una inmensa infelicidad y hasta asqueados de vivir. El pródigo lo descubrió y puso remedio, que no fue otro que volver a la casa de su padre. Cuando volvió, lo menos que esperaba era encontrarse con una fiesta, un banquete y un padre que lloraba de alegría por su vuelta. ¡¡Ese es el final del que, quizás después de años, se postra a los pies de un sacerdote, confiesa sus pecados y recibe el perdón!! Revive. Haz la prueba.

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