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LITURGIA DEL VATICANO II

Bautismo del Señor (13.I.2019)- Ciclo C

UNA GRAN PROFECÍA

“Tú eres mi  Hijo, el predilecto”

**** Estamos en la orilla izquierda del Jordán. La voz de Juan ha tronado en los alrededores llamando a la conversión. Muchos le han hecho caso y vienen a que les bautice en señal de que quieren de verdad cambiar de vida. Entran en el río, se ponen en fila y van pasando de uno en uno ante Juan, que les sumerge en las aguas. Un día Jesús se pone en la fila para que Juan le bautice. Juan no quiere. ¿Cómo va a bautizar al que no sólo no tiene pecados sino que es “el Cordero que quita el pecado del mundo”, como le presentará enseguida a dos de sus discípulos? Juan estaba en lo cierto cuando confesaba que Jesús no era un pecador. Porque Jesús se hizo igual a nosotros en todo, menos en el pecado. Pero se equivocaba impidiendo que recibiera el bautismo. Porque Jesús debía bautizarse no para librarse de unos pecados que no tenía sino porque necesitaba un signo para manifestar su misión. Jesús, en efecto, venía a librar de sus pecados a todos los hombres y mujeres del mundo. Pero para ello, necesitaba solidarizarse desde dentro con los hombres y mujeres, hacerse responsable de todos sus pecados, cargar con ellos y subir con ese bagaje al altar de la cruz del Calvario. Su solidaridad llegó a tal extremo, que san Pablo no dudará en decir que “se hizo pecado” por nosotros. El Bautismo de Jesús es, pues, una profecía de la Cruz, un anticipo de lo que más tarde tendría pleno cumplimiento. Cuando esté clavado en la Cruz se esclarecerá del todo el misterio y aparecerá toda la fuerza profética. Allí, muerto ya, un soldado le clavará una lanza en su corazón y de esa fuente brotarán unas nuevas aguas infinitamente más purificadoras que las del Jordán: las aguas del Bautismo. Nosotros, que venimos a este mundo con el pecado heredado de nuestros primeros padres, somos liberados de él con esas aguas en el Bautismo. Más aún, somos renovados de tal forma, que el Padre repite sobre nosotros las mismas palabras que dijo de Cristo al salir del Jordán: “Tú eres mi hijo”. Porque el Bautismo cristiano nos hace verdaderos hijos de Dios. Demos hoy gracias por haber sido bautizados y sigamos pidiendo el Bautismo para nosotros y para nuestros hijos.           

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