Epifanía del Señor (6.1.2019) - Ciclo C
BUSCAR, PERSEVERAR, ADORAR
“Postrándose, le adoraron”
La historia de los Magos no puede ser más apasionante. Hilvanando los datos que aporta el evangelio de san Mateo este es el resultado. No eran judíos, vinieron de lejos, encontraron múltiples dificultades en el camino, el rey que buscaban era un bebé en los brazos de su madre, descubrieron que era Dios y le adoraron. En primer lugar no eran judíos, como lo eran todos los que hasta este momento habían conocido el nacimiento de Jesús: María, su madre, y san José, los pastores y los habitantes de Belén. Los Magos eran de otra raza y de otra religión. Pero eso no fue obstáculo para que recibieran el don de la fe y la llamada a seguir al Salvador. Quizás por no ser judíos tuvieron que venir de lejos. Unos dicen que del actual Iraq o Irán; otros, que de Tarsis o Tartesios, es decir, de Andalucía. El evangelio no zanja la cuestión y se limita a decir “de Oriente”. En cambio, es seguro que tuvieron que vencer múltiples obstáculos: dejar su casa y su tierra, emprender un largo viaje lleno de incomodidades, no saber con certeza a dónde se dirigían, meterse en la boca del lobo al preguntar a Herodes dónde había nacido “el rey de los Judíos”, y, al final de todo, llevarse la sorpresa de que ese rey era un niño pequeño en brazos de su madre. Más de uno de nosotros, tan dados a admitir lo que es como lo habíamos pensado y a rechazar lo que rompe nuestros esquemas, nos hubiéramos llevado una gran decepción y nos habríamos preguntado, extrañados, ¿este es el rey de los judíos tan anunciado y buscado? Ellos fueron más sencillos y más humildes y aceptaron el misterio tal cual se les revelaba. Por eso, no dudaron en ponerse de rodillas y ofrecerle oro, incienso y mirra. No se equivocaron, porque, efectivamente, aquel Niño era el Salvador del mundo, era su Salvador. Dios les concedió el don de la fe y el regalo de ser los primeros testigos de que Jesús había nacido para derribar los muros nacionalistas y abrir las puertas de la universalidad. Ellos podían asegurar que Dios se había hecho hombre para salvar a todos los hombres sin distinción de razas y geografías. Sólo los sabiondos y los Herodes de siempre quedarían autoexcluidos.
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