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LITURGIA DEL VATICANO II

CRISTO, REY DEL UNIVERSO (domingo 34) - Ciclo C

UN REY MUY ESPECIAL

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso»

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Estamos en el Gólgota, donde sus enemigos han traído a Jesús para crucificarle. Le han elevado en alto para que todos le vean. Mejor, para que todos le desafíen, le insulten y se rían de él. De todas partes llega hasta sus oídos este grito de guerra: «Si eres el Cristo, el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo! ¡Muestra tu poder!» Lo dicen los jefes judíos, los soldados y uno de los dos malhechores clavados junto a él. Jesús vence la última y más terrible tentación: puede bajar, pero permanece en la cruz. Sus enemigos –los de entonces, los de ahora y los de siempre- podrán gritar autosatisfechos: ¿Cómo puede ser el Rey Salvador, el enviado por Dios? ¿Para qué sirve un Cristo que ni siquiera es capaz de salvarse a sí mismo de la muerte? ¿Cabe mayor desmentido de su doctrina y de su obra y mayor confirmación de que es un farsante? En medio de tanta blasfemia, una voz sale en su defensa. Es la voz de un ladrón, que proclama que él está ajusticiado con razón pero que Jesús es inocente, y es el Rey Salvador, aunque esté crucificado. Cree en Jesús, el Crucificado, y le dirige una oración que yo querría decir también cuando me esté muriendo: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino» Y Jesús, que no había dicho nada a todos los que le insultaban, se dirige a él con unas palabras, que también yo querría oír en el momento de mi muerte: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». Lo que había hecho en su vida, cuando perdonaba a los pecadores y se sentaba a la mesa con ellos, llega ahora a sus punto culminante: al malhechor que se dirige a él con fe, le hace la promesa de sentarle junto a él en el banquete del reino de su Padre, y la plena y completa comunión con Dios. Jesús crucificado muestra que no es un Rey que garantiza el bienestar terreno. No se ha salvado a sí mismo de la muerte ni nos preserva a nosotros de la enfermedad y de la muerte. Él salva de la ruina de la lejanía de Dios y reconduce a la comunión con Dios. Quien  busca a este Jesús, es salvado por él, aunque se presente como un malhechor. ¡Este es nuestro Rey!           

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