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LITURGIA DEL VATICANO II

DOMINGO 22 DEL TIEMPO ORDINARIO (28.VIII.2011) - Ciclo A

¿CUÁL ES EL VALOR SUPREMO

DE LA VIDA?

«El que pierde su vida, la encontrará»

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El evangelio de este domingo tiene los mismos protagonistas que el anterior, pero las diferencias son abismales. Allí, Pedro recibía una gran alabanza de Jesús: “Dichoso tú Simón, sobre ti edificaré mi Iglesia”. Hoy, Jesús llama a Pedro “Satanás” y “tentador”, y le manda que se aparte de él. ¿Por qué un contraste tan fuerte y radical? Cuando Pedro proclamó la divinidad y mesianidad de Jesús, seguía la voz del Padre: «Te lo ha revelado mi Padre que está en los cielos». Ahora sigue su propia voz, la voz de la naturaleza humana, que no entiende el dolor y lo considera indigno del hombre y de Dios. Por eso, le parecía imposible y absurdo que Jesús tuviera que sufrir y morir. Después de ver sus milagros, Pedro había llegado a la conclusión de que Jesús tenía en sus manos el poder para resolver las múltiples necesidades humanas: la enfermedad, la vejez, los litigios y enfrentamientos, todo lo que merma o perturba la vida humana. Jesús conocía que no era así, pues los planes del Padre eran que entregara su vida por la salvación de los hombres, pagando el altísimo precio de una pasión dolorosísima y el de una muerte ignominiosa. La voz de Pedro nos resulta familiar, porque nos reconocemos en ella con facilidad. También nosotros pensamos que el dolor físico o moral es una desgracia, un absurdo, algo que hay que evitar a toda costa. Nos confirma en ello la cultura moderna, que está impregnada de esta mentalidad. Por eso, necesitamos mirar a Jesús si queremos descubrir que la vida sin dolor no es el valor supremo ni la aspiración a la que hay que consagrar todas nuestras energías. Mirándole a él, clavado voluntariamente en la cruz, entendemos que el valor supremo del hombre es entregar su vida por amor a favor de los demás. No es el sufrimiento o el placer lo que da valor a la vida humana. El valor depende de la donación de la vida por amor, que conlleva siempre el sufrimiento. Gracias a él, las madres siguen engendrando hijos, los misioneros marchando a lejanas tierras y el enfermo sonriendo a los demás. Es la vida fecunda en obras buenas por la entrega sacrificada y generosa.            

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