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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 4 de cuaresma (18.III.2012) -Ciclo B

MIRAR A CRISTO CON AMOR

«El  que cree en él no será condenado» 

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«Mirad el árbol de la Cruz en que estuvo clavada la salvación del mundo» Así nos dirá el portador de la Santa Cruz, en la solemne celebración del Viernes Santo. Ese grito, de amor y de esperanza, resuena ya hoy en el evangelio. No se habla de «árbol», sino de «estandarte». Pero en ambos está el mismo Salvador: en uno como símbolo y anticipo y en otro como realidad y plenitud. El «árbol» hace referencia al primer árbol del Paraíso, en el cual el hombre fue vencido por el demonio. En el nuevo «árbol» la cruz», el demonio fue vencido por el hombre, gracias a que Dios se hizo Hombre. El «estandarte» se refiere al que Moisés mandó levantar en el desierto con una serpiente de bronce en lo más alto. Ese «estandarte» remitía a una culpa, porque le miraban los que habían sido castigados por ser idólatras; pero era portador de salvación. Bastaba mirarlo, para quedar sano. De ello le habló Jesús a Nicodemo, el doctor de la Ley, que una noche fue a conversar con él, porque de día le daba vergüenza parecer discípulo. «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna». El «Hijo del Hombre», era él mismo, según lo había profetizado Daniel. Lo que Jesús dice a Nicodemo es que él tiene subirse a la Cruz, para que puedan salvarse todos los que le miren con amor, con dolor y con fe. La Cruz era el patíbulo donde morían los más criminales entre los criminales. Jesús, clavado en ella, la convirtió en el trono más importante de todos los tronos que han existido y habrá. Porque él no era un criminal, sino el inocente que había cargado con los pecados de todos los hombres –los míos y los tuyos también- y el Cordeo inmolado y sacrificado, que entregaba su vida por nosotros. En esta tierra cantamos una canción que es una glosa, llena de sencillez y profunda piedad, al evangelio de hoy: «Jesús, Señor de mi vida, que en la Cruz estáis por mí. En la vida y en la muerte, tened compasión de mí». Ojalá la repitamos –tú y yo- muchas veces estos días. Sobre todo, ante el Santo Cristo de Burgos y a los pies del confesionario.    

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