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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 5 de cuaresma (25.III.2012) - Ciclo B

PARA DAR FRUTO, HAY QUE MORIR

«Si el grano de trigo cae en tierra, da mucho fruto»

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Los que somos del campo lo hemos visto mil veces. Sólo el grano de trigo que es enterrado en la tierra y germina –muere- da fruto. Si se niega a ello, será comido por algún pájaro o molturado en harina y todo se acabará con él. Jesús había visto muchas veces esto en los campos de Nazaret. Y no encontró una imagen más adecuada para explicar el sentido de su muerte y de su resurrección. Él era el grano de trigo sembrado por el Padre en el altar de la Cruz, para que entregara su vida por los hombres. Aparentemente, era su destrucción y desaparición total. Pero no fue así. Su muerte fue tan fecunda, dio tanto fruto, que de su costado abierto en la Cruz nacieron la Iglesia y los sacramentos. Más aún, nació toda una humanidad nueva, porque él redimió a todos los hombres, incluso a los que no lo saben. Lo mismo acontece en nuestra vida. El que ama su vida, el que se deja guiar por el egoísmo y la comodidad, verá pasar la juventud, la madurez y la vejez, y no dejará rastro detrás de él. Es la triste historia, por ejemplo, del que no quiere tener hijos para no complicarse la vida. No se la complica, pero al final cosechará la enorme insatisfacción que produce siempre la esterilidad. El que, en cambio, la entrega con generosidad y olvido de sí mismo, da fruto abundante para su familia, para su comunidad y para la sociedad. En otro orden de cosas, el símil del grano de trigo es aplicable a muchas situaciones de nuestra vida. Un proyecto en el que habíamos puesto todas nuestras ilusiones y por el que no habíamos regateado esfuerzos ni entusiasmo, se viene abajo o pasa de nuestras manos a las de otro. Es la hora de la prueba y de la esperanza. Es el grano de trigo que muere. Dios cuenta con ese «vacío», con ese aparente fracaso para purificar nuestras intenciones y someter a prueba nuestras obras. Aceptemos con amor esta purificación. Cuando Dios quiera, vendrán los frutos esperados. Por nuestras manos o por las de otro. Como en Cristo: después de una muerte por amor, no vino el fracaso y la nada, sino la resurrección de su cuerpo en gloria y la salvación de tantos hombres y mujeres del mundo.           

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