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LITURGIA DEL VATICANO II

Cuarto domingo de Cuaresma (10.III.2013)- Ciclo C

¿FELICIDAD SIN DIOS?

“Volveré a mi padre”

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Lo tenía todo: casas, ganados, dinero. Sobre todo, tenía el amor de predilección de su padre, porque era el hijo más pequeño. Pero quería respirar otros aires, buscar una pretendida libertad más allá de la casa paterna. Un buen día le pidió por adelantado a su padre la herencia que le correspondía. Su padre se la dio. Él, con los bolsillos repletos de dinero, se fue mundo adelante a disfrutar de la vida. Comenzaron las juergas, las mujeres, las buenas mesas. Lleno de satisfacción se decía: ¡esto es vida, no la que llevaba en casa de mi padre! Pronto advirtió que los bolsillos se aligeraban y que las juergas salían caras. Las cosas se precipitaron y cuando quiso darse cuenta, no tenía ni para comer. La necesidad se agravó hasta el extremo de tener que cuidar cerdos, el animal más vitando para un judío como él. ¡Pobre porquero, ni siquiera le permitían comer las bellotas de esos animales! Esta situación de extrema necesidad se convirtió en su tabla de salvación. Y comenzó a reflexionar: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre comen hasta saciarse y yo aquí me muero de hambre! Iré a mi padre y le diré: “He pecado contra el cielo y contra ti, no merezco llamare hijo tuyo, pero admíteme como a uno de tus criados”. Y comenzó el retorno a casa. A medida que se acercaba, el corazón le latía con más fuerza. Al fin, se encontró ante su padre. Y su padre, cuando comenzó la confesión, no le dejó terminar. Le abrazaba y le besaba, mientras repetía: “Hijo mío, has vuelto, qué alegría. Que te pongan el mejor vestido, que te calcen las mejores sandalias y te coloquen el mejor anillo. Vamos a celebrar un gran banquete”. La historia del hijo pródigo es la historia de tantos hijos, de tantos maridos y esposas, de tantos consagrados que pensaron que para ser feliz había que romper los lazos de los padres, del matrimonio y del sacerdocio o estado religioso. La experiencia les ha demostrado que lejos de Dios no hay felicidad. ¡Ojalá que ellos y todos los alejados vuelvan a casa!. Porque Dios es más padre que el padrazo del hijo pródigo y les dará el abrazo de perdón. La confesión es el camino del retorno a casa.               

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