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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 8 del Tiempo Ordinario (SS. Trinidad. 26. V. 2013) - Ciclo C

NO ES UN GALIMATÍAS

“Gloria al Padre, Hijo y Espíritu Santo”

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En una ocasión, me topé con esta aseveración de un teólogo famoso: “Los cristianos son tan poco instruidos que ignoran la más importante de todas sus verdades: la Trinidad”. Yo no soy tan buen teólogo como él, pero no subscribo su afirmación. Pues tengo la experiencia –como la tendrán la mayoría de mis lectores- de haber aprendido de mis padres a hacer la señal de la cruz y rezar el Gloria, cuando apenas me tenía en pie. Y en la señal de la Cruz y el Gloria se mencionan expresamente el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Recuerdo que, siendo todavía muy niño, cuando iba al rosario, escuchaba que el cura de mi pueblo, antes de concluirlo, decía siempre: “Hagamos actos de fe, esperanza y caridad” y todos contestábamos: “Creo en Dios Padre, creo en Dios Hijo, creo en Dios Espíritu Santo; espero en Dios Padre, espero en Dios Hijo, espero en Dios Espíritu Santo; amo a Dios Padre, amo a Dios y amo a Dios Espíritu Santo, amo a la Santísima Trinidad, amo a mi Señor Jesucristo Dios y Hombre verdadero”. Ahora, cuando celebro la Santa Misa, invito a los presentes a comenzarla invocando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo y los despido bendiciéndoles en el nombre de cada una de las Tres divinas personas. Por otra parte, ahora que se reza en castellano, es fácil verificar que la Plegaria Eucarística siempre termina así: “Por Cristo, con él y Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria”. Todas las oraciones se dirigen a la Santísima Trinidad. El Credo está dividido en tres partes, correspondientes a cada una de las tres Personas divinas. Quizás quería decir el teólogo al que me refería al principio, que no sabemos explicar este gran misterio. No estaría fuera de tono replicarle que él tampoco es capaz de mucho más y que un niño que chupa un caramelo no sabe explicar su composición, pero sabe de él mucho más que un químico que no puede degustar nunca lo rico que sabe ese dulce. ¡Ojalá tratemos a la Santísima Trinidad con la ingenuidad y sencillez del niño que chupa un caramelo, aunque no sepamos mucha teología!               

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