Blogia
LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 28 del Tiempo Ordinario (13.X.2013) - Ciclo C

UNA LPEROSERÍA GIGANTESCA

“¿Los otros dónde están?”

____________________________________________________

La lepra era, en tiempos de Jesús, una enfermedad casi incurable y siempre contagiosa. Quienes tenían la desdicha de contraerla, quedaban rigurosamente excluidos de la comunidad familiar y social. Por el peligro de contagio, tenían que vivir fuera de los pueblos y ciudades y, aunque se situaban no lejos de las poblaciones para pedir limosna y poder subsistir, tenían que advertir de su presencia, dando gritos o tocando esquilas.  Un día Jesús se disponía a entrar en una aldea. De pronto oyó este grito: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Era el lamento desgarrado de un grupo de diez leprosos que pedían la curación. Jesús no se acercó a ellos ni les mandó acercarse. Se limitó a decirles: “Id a presentaros a los sacerdotes”. Ellos eran los que, en caso de curación de la lepra, tenían que certificarlo, pues de su juicio dependía la admisión en la sociedad. Detrás de este mandato, se escondía una exigencia de fe y de confianza, pues él no había hecho nada para curarlos. Ellos superaron la prueba que Jesús exigía siempre para hacer milagros: tener plena confianza en él y en su poder. De hecho, se pusieron en camino hacia los sacerdotes. No obstante, sólo uno –extranjero para más señas- llevó esa fe hasta el final. En efecto, mientras iban caminando, los diez advirtieron que habían sido curados, pero sólo uno volvió sobre sus pasos para dar gracias. Jesús, que era tan hombre como nosotros en todo menos en el pecado, acusó el golpe de la ingratitud, y dijo: “¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?”. Todos los que me lean han sido y son leprosos. Yo también. Arrastramos una lepra peor que la de aquellos desgraciados. Pero podemos vencerla, aunque sin llegar a erradicarla del todo. Esa lepra es el pecado, que siempre nos sitúa en la periferia familiar y social, porque siempre debilita la comunión. A veces, la rompe de modo radical, destruyendo la propia familia y corrompiendo la vida social.  Jesús es el único médico que puede curar la gran leprosería del mundo actual. Basta que vayamos a él y confesemos nuestros pecados a un sacerdote, a través del cual Él es quien perdona.  

0 comentarios