Blogia
LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 7 del Tiempo Ordinario (23.II.2014) - Ciclo A

¿ES POSIBLE PERDONAR?

“Amad a vuestros enemigos”

_____________________________________________________

No diré que lo más difícil de este mundo es perdonar a quien nos persigue, calumnia, perjudica y desprestigia. Pero no creo exagerar si afirmo que es muy costoso. El instinto clama por el “me la has hecho, me la pagas”. Más aún, por el “me las vas a pagar dobladas”. No en vano en muchas culturas sigue vigente la ley de la venganza y se considera un notable avance el “ojo por ojo y diente por diente”, que establece que no se puede infligir un castigo superior al delito cometido. Jesús ha ido infinitamente más lejos. La ley de su reino no es la venganza ni el talión sino el  perdón y amor: “Yo os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. ¿No es pedir imposibles? Ciertamente, es imposible realizar esto con las fuerzas humanas. Pero Jesús no sólo nos ha dado el mandato de perdonar y amar a los enemigos, sino la gracia para realizarlo. Recientemente he vuelto a ver –ahora en video- la película “Un Dios prohibido”, en la que una treintena de chicos jóvenes fueron fusilados por odio, pero murieron perdonando y rezando por quienes les mataban. Jesús lo había hecho con los que le crucificaban: “Padre, perdónales, que no saben lo que hacen”. También san Esteban, el primer mártir cristiano, murió implorando por quienes le lapidaban: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. El Beato Juan Pablo II fue a la cárcel a ver a Alí Agca y decirle que le perdonaba que hubiera intentado matarle. San Pablo escribió en su carta a los Romanos: “No te dejes vencer por el mal, vence al mal a fuerza del bien” (Rm 12, 21). No está en nuestras manos no “sentir” rechazo, aversión, malquerencia, odio. Pero sí lo está, no dar cabida a esos sentimientos en nuestro corazón. Si pedimos a Dios que perdone, ayude y bendiga a nuestros enemigos, Él nos concederá la gracia de perdonarles y amarles. Y, si nos acercamos a comulgar, las llamas de ese horno ardiente de caridad, que es Cristo, terminarán abrasando toda la escoria de nuestro corazón. Pensemos: ¿qué mundo resultaría si viviéramos el mandato del Señor?            

0 comentarios