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LITURGIA DEL VATICANO II

Corpus Christi (22. VI. 2014) - Ciclo A

JESUCRISTO  TE ESTÁ ESPERANDO

“Este es el pan que ha bajado del Cielo”

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La Eucaristía es sacrificio, comunión, presencia. Sacrificio de Jesucristo, que ofreció de una vez por todas en el altar dela Cruz y ahora hace presente en cada uno de nuestros altares donde se celebra la Misa. Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, es decir, de su realidad de Dios y Hombre verdadero. Y presencia de la Persona de Jesucristo, del mismo Cristo. Una presencia que es verdadera, no meramente simbólica, como puede ocurrir con la presencia de España en su bandera. Una presencia que es real, no meramente dinámica. Una presencia que es permanente, es decir, que perdura mientras no se corrompen las sagradas especies de pan y vino. Gracias a esta presencia, el sacrificio no queda reducido a un simple memorial, sino a un memorial que recuerda el sacrificio porque le hace presente de modo sacramental. Gracias a esa Presencia, cuando comulgamos recibimos no sólo una fuerza sino la fuente que la genera: Jesucristo mismo. Se entiende bien lo que decía un ateo a un cristiano creyente: “Si yo fuese capaz de creer lo que vosotros decís: que Jesucristo está en la Hostia consagrada, iría a la iglesia, me arrodillaría y no sería capaz de levantarme de allí”. Sin embargo, un santo obispo de la vecina diócesis de Palencia, el Beato Manuel González, tuvo que constatar algo que hoy es todavía más verdadero que en su tiempo: que los sagrarios están abandonados, que son poquísimos los cristianos que van a hacer una visita a Jesús sacramentado. Por eso, su grito sigue interpelándonos: “¡Ahí está, no le dejéis abandonado!” La fiesta que hoy celebramos viene a recordarnos que Jesús no es una figura del pasado, todo maravillosa que se quiera, pero que vivió y desapareció del horizonte de nuestra vida. No. ¡¡Jesucristo vive, vive entre nosotros!! Como canta el himno: “Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor”. No obliguemos a decir de un nuevo al Bautista: “Está en medio de vosotros, y no le conocéis”. Nos va en ello la vida. Porque mientras no descubramos a Jesucristo vivo entre nosotros y con quien se cuenta habitualmente en la vida, nuestro cristianismo seguirá estancado.                   

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