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LITURGIA DEL VATICANO II

Domingo 29 del Tiempo ordinario (19.X.2014) - Ciclo A

¿EL ESTADO PUEDE HACER Y DESHACER?

“Dad al César lo que es del César”

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En tiempos de Jesucristo Israel era una nación invadida por los romanos. Pagar-cobrar impuestos era, por tanto, una cuestión importante tanto para los dominadores como para los dominados. Los primeros querían recaudar lo más posible y los segundos libertarse de una carga que consideraban injusta y opresora. Pronunciarse a favor de pagar impuestos era enemistarse con el pueblo; pronunciarse en sentido contrario era declararse en rebeldía contra la autoridad y exponerse a represalias. La pregunta que hoy formulan los fariseos a Jesús para “cazarle” no puede ser más artera: “¿Hay que pagar o no hay que pagar los impuestos?” Jesús no la esquiva pero da una respuesta que la trasciende, pues ha servido –y sirve- para deslindar el campo que corresponde al Estado y el que corresponde a la religión según los planes de Dios: “Dad al César lo que es del César y a Dios, lo que es de Dios”. El Estado tiene un ámbito propio y la religión tiene el suyo. Ni el Estado puede invadir el de la religión ni la religión puede invadir el del Estado. ¡Esta es la voluntad de Dios! Sin embargo, en la práctica la tentación permanente ha sido que el Estado se crea dios y con autoridad para hacer y deshacer según su criterio y que la religión quiera mangonear la política de los pueblos. El creyente es ciudadano de un Estado y, a la vez, miembro de una comunidad religiosa. Su comportamiento ha de tener siempre en cuenta la respuesta de Cristo: pagar impuestos cuando hay que pagar impuestos y parar los pies al Estado cuando éste invade un terreno que no es suyo. Es decir, colaborar lealmente cuando hay que colaborar y oponerse tenazmente cuando el Estado invada campos prohibidos. Los Estados modernos tienden a creerse dios. Por ejemplo, legislan qué es bueno o malo, si este niño o este anciano tienen o no derecho a vivir, qué hay que enseñar a los niños aunque sus padres se opongan a ello y un largo etcétera. El creyente no un ácrata ni un rebelde sistemático. Pero tampoco alguien que no rechista nunca o mira para otra parte. Difícil equilibrio. Pero imprescindible.

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