Domingo 12 del Tiempo Ordinario (21.VI.2015) - Ciclo B
JESÚS VA EN NUESTRA BARCA
“Y se hizo una gran calma”
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El evangelio de este domingo es el de la tempestad calmada. Después de una jornada de intenso trabajo, Jesús sube a una barca para atravesar a la otra orilla. Rendido por el trabajo, duerme profundamente en la popa. Mientras tanto, se levanta una gran tempestad y los apóstoles temen el naufragio. Ante tan gran peligro, despiertan a Jesús, gritándole: “Sálvanos, que nos hundimos”. Jesús manda que el mar se calme, cesa el viento y viene una gran bonanza. Esta imagen: una barca, Jesús dentro con los apóstoles, un mar bravío y amenazante, ha sido siempre comparada con la vida de la Iglesia mientras atraviesa la historia, asediada por las persecuciones de sus enemigos. Ha sido también comparada con la vida de cada uno de los cristianos, donde coexisten los días serenos y los días en que se cierra el horizonte y el temor y la angustia nos asedian por las dificultades. Cuando los primeros cristianos comentaban ambas realidades, no sacaban esta lección: “Cuando te encuentres en una tempestad de la Iglesia o de tu alma, no te preocupes: vuélvete a Jesús y desaparecerá la tempestad”. La lección que extraían era esta: “Cuando te sorprenda la tempestad, recuerda que no vas solo en la barca. Va Jesús contigo. Y estando presente Jesús, si la tempestad no cesa, tú eres más fuerte que ella y podrás superarla”. La fe nos dice que Dios no nos deja solos en la tempestad. Es verdad que no siempre interviene para que ésta desaparezca. Ni siquiera lo hizo con él mismo, pues la tempestad de su vida concluyó con el naufragio de la Cruz. Pero la muerte no fue la última palabra. Después de la muerte vino la resurrección. Así sucede siempre a quien se fía completamente de él. Lo triste es que tú y yo no terminamos de fiarnos de Jesús. Y, en lugar de ir a él y pedirle que nos ayude, nos encerramos en nuestros miedos y angustias. Tendríamos que tomar nota de lo que hace un niño cuando va de la mano de su madre y se le acerca un perro ladrando: se agarra fuertemente a ella, pensando que con su madre nada malo puede ocurrirle. Esta es la fe que mueve las montañas y nos hace más fuertes que las tempestades de la vida.
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